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"Artista es aquel para quien el fin y el medio de la existencia es cultivar su sensibilidad"

Friedrich Schlegel



Jaime García Saucedo (1938-2020)


Cómo lo conocí


Antes de que comenzara el nuevo milenio, cuando creía que estudiando Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales iba a acceder a un mundo de información que impulsara mi sueño de ser escritor, me enamoré de una mujer que tampoco se quedó mucho en esa carrera. Silvia, como yo, era artista de vocación. Confieso que durante buena aparte del primer semestre me levanté de la cama todos los días con la ilusión de verla. Salíamos de clase, criticábamos a los profesores y a algunos de los compañeros, no todos, quienes a nuestro juicio, eran personas muy planas, muy simples, sin gracia. Silvia me presentó a varios artistas y al compartir con ella entre clase y clase, en su casa y en cualquier ámbito, el mundo de la sensibilidad cultural se enriquecía deliciosamente.




Silvia me dijo un día: “acompáñame a ver una clase de cine y literatura con un profesor muy especial, es una clase a la que asisto como curso libre”. En efecto, esa no era una electiva del pensum en Ciencias Políticas, pero pudo haberlo sido por el potente marco conceptual que ofrecía. Llegamos puntuales ante la temible advertencia: el profesor era un tipo gigante con un aparente mal humor. Un tipo serio al que tocaba prestarle mucha atención porque hablaba rápido y botaba muchos datos en poco tiempo. Como yo no asistía como estudiante de la materia, no me preocupé por tomar apuntes. Por primera vez un profesor conseguía que mi atención se desplazara desde mi enamoramiento por Silvia -esa subjetiva percepción inspiradora que lo hace a uno ver todo más bonito- hasta las palabras de quien hacía una tremenda clase de narradores homodiegéticos, heterodiegéticos, entre otros temas fascinantes. Era insólito que estando al lado de ella, por fin podía despejar mi mente y pensar en otras cosas. Analicé de comienzo a fin lo que decía el profesor y noté como su clase era radicalmente distinta a las que yo había comenzado a cursar en mi carrera. El profesor se llamaba Jaime García Saucedo, un tipo genial que vine a encontrarme unos años después y con quien consolidé una bonita amistad.


Duré prácticamente media carrera, entre angustias, crisis existenciales, un noviazgo intenso con otra mujer que no era Silvia y el afán por justificar mi presencia en esa carrera que no me hacía feliz. Mi enamoramiento por Silvia no alcanzó a ser amor porque para el amor hacen falta dos personas y ella no se enamoró de mí. En cambio con Ana fuimos novios poco más de dos años y medio. No era feliz entre tantas lecturas sobre temas que no me eran afines, aunque muchas otras sí me tocaban el corazón. Decenas de autores y de enfoques… estadística, economía… Las únicas asignaturas donde realmente me sentía cómodo eran: Historia de Colombia; Constitución Política; Filosofia Política I y II; Taller de Lógica de la Argumentación; Lecto Escritura I y Lecto Escritura II en la que la profesora me invitó a ser su monitor porque, según ella, yo no tenía mucho para aprender en esa clase. Obtuve una calificación de 5.0 y mis funciones eran corregir los parciales de mis compañeros.


Llegó el momento y tuve que asumir mi llamado: me cambié de carrera. Comenzar de cero y ver que mi título profesional se tardaría en llegar, me hizo comprender que no todos tenemos los mismos ritmos y que, en el fondo, lo que importa es estar seguro del camino que queremos para nuestras vidas. Gané amigos, contactos, experiencia, muchas lecturas, mucho contexto. La experiencia académica en la nueva carrera de Estudios Literarios era muy distinta. Más lecturas, pero un abordaje y un rigor distinto: mis profesores en su mayoría eran autores literarios y ese enfoque me parecía mucho más acorde con lo que esperaba para mi vida. En un pasillo vi que se anunciaba una asignatura para los que cursaban la Maestría en Literatura y el nombre del profesor me recordó aquella clase que había visto años antes con Silvia durante el comienzo de la primera carrera.


Busqué a Jaime García Saucedo y le solicité su permiso para ver su materia como electiva. Hablé en la coordinación de la Carrera y me permitieron asistir con el compromiso de no ser evaluado ni promediar la calificación dentro de mi historia académica. No me importaba, yo no estaba ahí para llenar logros sino para aprender. Esta vez iba a atender cada una de las cosas que ese magnifico profesor dijera. A lo largo de la carrera terminé viendo su materia, con permiso suyo, varias veces. Siempre como asistente o como invitado ocasional. Jaime me dictó también la materia Bases Semiológicas para la Literatura.

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En la cátedra sobre literatura y cine Jaime cambiaba las películas, incorporaba cada semestre nuevas adquisisiones que hacían parte de su enorme filmoteca. Escucharlo era fascinante. No conozco a nadie que sepa más de cine y que comprenda de manera más lúcida el rico y complejo mundo de las narrativas audiovisuales. Años depùés lo busqué para hacerle un par de preguntas y consolidar una entrevista para un documental sobre él. Me invitó a una de sus clases nuevamente y a la salida nos devolvimos juntos, en Transmilenio, cada uno a su casa. Vivíamos medianamente cerca y yo gozaba viendo la cara de los ciudadanos dentro de esos buses cuando escuchaban sus elocuentes apreciaciones sobre la vida cotidiana, enriquecidas por su basta cultura universal. A un tipo como él no se le debe interrumpir porque todo lo que dice es rico en historia, en contextos culturales y sobre todo en referencias al mundo del cine. Desde sus posturas políticas, desde sus quejas sobre la inseguridad en la ciudad, todo iba acomopañado por una referencia a una película o al contexto en el que se produjo una película. Jaime tenía el impresionante hábito de buscar todas las películas nominadas a los Premios Oscar para verlas antes de la ceremonia y poder registrar en su basta memoria cualquier tipo de dato e información relevante ofrecida por ese acontecmiento anual.


Así pues, a Jaime se le podía preguntar por esta u otra película antes de que ocurrieran los Premios y muchas veces le atinaba a cuál iba a ser la ganadora. Las explicaciones sobre sus hipótesis en torno a los nominados no se basaban solamente en criterios técnicos, ni narrativos. Jaime entendía el panorama global: contextualizaba la realidad sociopolítica; el contexto de producción de las películas; el tipo de profesionales que integraban los elencos y podía salirte con frases como: "esa película no va a ganar en esa nominación porque el asistente de sonido no ganó en este u otro premio y la academia este año priorizará tal tema o tal tratamiento de los hechos históricos". El grado de erudición sobre el mundo del cine era, guardadas las diferencias, equiparable al de Borges sobre temas específicos.


Un día me llegó un mensaje de Whatsapp: "Luis Felipe, estoy en Rusia voy a entrar en este momento al Partido de Colombia contra Japón". Jaime decidió hacer un viaje por Europa y consiguió asistir al mundial del 2018. Cuando volvió nos reunimos varias veces y me contó cómo iba su obra. Escribía literatura disciplinadamente, todos los días. Veía varias películas por día y escribía. Caminaba y escribía. En sus últimos años de vida consiguió terminar varios libros, novelas largas y cortas. Libros de cuentos y de relatos cortos. Ensayos sobre cine, direcciones de tesis, su aporte intelectual es tremendo. La Universidad Javeriana le otorgó la Cruz de Oro San Francisco Javier por su destacado compromiso con la comunidad educativa. Su periplo por Europa tuvo el heróico sueño de contactar a editoriales en varios países para que publicaran su obra. Participó, según me dijo, en algunos concursos. Buena parte de su obra literaria sigue inédita aún cuando su obra publicada es fecunda. El 15 de septiembre de 2020 falleció. Agradezco a Dios y a la vida por haberme dado un amigo como él y toda mi vida le haré homenajes.


Comparto este relato titulado "De cacería por la mañana" sobre el que hablamos en esta charla del video que además no es políticamente correcto y cuyo humor muestra apenas una de las facetas de este extraordinario narrador.


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Por Valentina Coccia Rovida* (1990)

“Eres una puta”, dijo su madre en medio de la acalorada discusión. Había encontrado el empaque de un condón en el bolsillo del pantalón que usó el día anterior. Él le pidió que lo botara en la calle, para que su propia madre o su hermanita no sospecharan sobre lo que estaba haciendo. Había olvidado botarlo.


“Eres una puta, una puta sin remedio”, continuó su madre. Las putas no se casan. Las putas no tienen hijos, las putas no se enamoran nunca realmente. “Eres una puta” le quedó resonando, sabiendo que cualquier amor que la fulminara debía permanecer oculto, porque las putas no aman y no merecen amor.


Cuando era niña fue sido bendecida con un enorme busto. Sus compañeras de colegio la miraban extasiadas, comparando inevitablemente esas enormes montañas con sus pequeños limones. Ella se sentía bien, sentía como si por fin empezara a encajar. Cuando su abuela o su tía le regalaban dinero para su cumpleaños, se compraba blusitas ajustadas y escotadas y se llenaba de brío cuando los hombres la miraban por la calle.


“Bájate la falda, estamos en misa. Tápate ese escote”, le decía su madre cuando estaban en la iglesia. Un día decidió pintarse las uñas y su padre rehusó salir con ella. “En mi pueblo eran las putas las que se pintaban las uñas: o te quitas eso o no vienes”. Recordó también otras ocasiones. Recordó cómo su padre se cambiaba de acera porque estaba avergonzado de la ropa que llevaba, recordó cuando caminaba lejos de ella como diciendo “No te conozco”.


“Olvídate de mí, yo no te vuelvo a ayudar nunca en nada”, le dijo su madre aquel día de la discusión. Fue el día en el que había sido repudiada, consciente o inconscientemente, fue el mismo día en el que le negaron el amor y le impidieron, también, ser amada por otros.


Camas, sábanas, amores apasionados, la vida. Había amado, pero no había sido amada, porque a las putas nadie las quiere. Pero él la amaba, él sí. Fumando un cigarrillo en la azotea, quince años después de las declaraciones de su madre, pensaba en la incomodidad que le generaba ese amor que sentía inmerecido. Lo veía soso, con sus flores, preocupándose por ella, proponiéndole irse a vivir juntos, comprar una casa y esas cosas que hace la gente que se ama.


Ella no lo amaba, pero a veces le parecía que sí. Iban juntos a excursiones por el campo, se reían, hablaban durante horas sobre libros, música, política; el sexo era descarnadamente placentero e inusual. Pero su amor… su amor no dejaba de parecerle tonto, ingenuo. Intentó sacárselo de encima una y mil veces; hizo dramas, le contó en qué camas había estado y cómo la habían tratado otros, sólo para convencerlo de que sí, que era una puta, convencerlo de esa, para ella, realidad incontrovertible resumida en el crudo consejo: “no te conviene estar conmigo. Y él, paciente, sin perder el sosiego, se quedaba mirándola, con compasión, con empatía, con admiración. Para la sorpresa de ella, nunca había querido irse. Esa tarde en la azotea, infestada de un atardecer luminoso, trataba de discernirlo todo y aunque intentaba pensar en nuevas tretas para sacárselo de encima, la luz se imponía, cegándole los ojos sin remedio.


*Valentina Coccia Rovida nace en Bogotá en 1990. Se enamora de la lectura cuando a sus siete años su papá le compra el libro "Corazón", del autor italiano Edmondo de Amicis.


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A lo largo de toda su adolescencia lee las obras maestras de la literatura mientras desarrolla en paralelo una carrera artística en la danza. Estudia Literatura en la Universidad de los Andes donde realiza la Maestría en Historia. Desde el año 2016 trabaja como columnista en el diario El Espectador.


Conoce otros textos de Valentina en:




Crédito foto: Diego Zamora M. @DiegoZamoraFotografia




Por: Mena Navarro*

Era año nuevo, ella me estaba abrazando cuando desperté. De pronto, un golpeteo en la ventana nos alertó, un pajarito tocaba con su pico el vidrio de la ventana. Ella intentó ahuyentarlo, pero el ave seguía en su tarea.

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“Quizá está viendo su reflejo y cree que es otro de los suyos”, exclamó. Los presentes observamos, algunos con curiosidad y otros con incomodidad por el ruido que provocaba. Lejos estábamos de imaginar que se trataba de una llamada.


El ave venía para ofrecerle a ella sus alas, para que volara como un ángel e ir al cielo. Hubo un camino y no era dulce: desde ese año nuevo, el pajarillo estuvo ahí para recordarlo, aunque nadie lo notara, aunque nadie lo entendiera.


Esa mañana, un año nacía y la llama de ella, sin saberlo, se empezaba a apagar. Su vida se iba extinguiendo sin que nos diéramos cuenta. Cada día, a la misma hora, el pajarito llegaba con su llamada y la reiterada advertencia sonaba como golpeteo hasta la tarde, suceso que paradójicamente nadie entendió, ni ella.


Sus ojos alegres y nostálgicos se iban sombreando entre fiebres y dolores que empezaron a aparecer con los meses. No podía evitar mirarla sin sentirme triste. Trataba de animarla para que sonriera, pero mientras las alas que le traía el pajarito iban naciendo, su razón se desvanecía. Mi Rosa, entre sus delirios nunca me olvidó, aunque al verme no me recordara.


Moría el mes de junio y la vi por última vez, ella me miró con un soplo de razón, me conoció y eso me devolvió momentáneamente la esperanza. Al terminar la tarde, el pajarito voló y pocos minutos después, un cruel ser invisible le cortaba a ella el hilo de vida que la ataba a esta tierra. Su luz se apagó, sus alas crecieron y el pajarito jamás regresó.


Aunque el lector pueda intuir otra cosa, ella era mi abuelita y yo, una niña que a los 9 años aprendió que el amor duele.


Sé que con ella #JuntosContamos una con la otra, yo acá y mi Rosa, allá donde esté.

Relato dentro de la convocatoria #JuntosContamos. Esta es la segunda participación de Mena Navarro en El Relato del Domingo.

Lee su relato: El último deseo


*Bio: Administradora, aunque no le gustan las matemáticas, trabaja entre números y tablas de excel. Taurina desde 2013, dibuja para desconectarse. Se caracteriza por un humor mordaz y contestatario capaz de irritar a un contradictor si ante ella acude con cualquier argumento sin criterio ni respeto.


Imagen: Noel McShane

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