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Autora: Yang Puma (Seúl, 1992)*


 


Era tarde y hacia frío, desde su posición no lograba ver el reloj digital a un costado de su cama y el asfixiante dolor en el pecho le impedía despertar a su esposa, quien roncaba a su lado, más de cincuenta años de matrimonio y no sería capaz de despedirse. Podía sentir claramente la lucha de su corazón por continuar latiendo mientras el frío letargo de la muerte nublaba su visión.


Era un hombre viejo con una memoria oxidada que en ocasiones tenía problemas para recordar la lista de la compra o el cumpleaños de alguno de sus nietos, pero no esta noche, no a punto de exhalar su suspiro final. Tenía que pensar en ella al menos una última vez, se lo debía a sí mismo por no haber sido capaz de encontrarla nunca. Pensarla no era una tarea complicada, pues al cerrar los ojos afloraban los recuerdos.



La conoció una tarde de lluvia, unos setenta años atrás, en su pequeño pueblo natal, donde justo después de la misa dominical, la lluvia de repente empezó a sorprender a los transeúntes acostumbrados al aire caliente y seco de aquella época del año. Las gotas se deslizaban presurosas sobre su piel pálida y aplastaban su cabello rubio contra el cuello mientras intentaba huir del chaparrón arrastrando un pesado baúl de cuero.



Había llegado al pueblo un par de horas atrás. De inmediato empezaron los rumores sobre la legendaria belleza de la nueva maestra de arte del colegio de monjas del colegio fundado allí más de medio siglo atrás por las hermanas de San Juan de Sotavento. Leo, el hombre viejo que ahora siente nostalgia por su pasado, en aquel momento gozaba de juventud y buena salud. Había escuchado gran parte de los rumores sobre aquella mujer por parte de su madre y su abuela mientras tomaban el desayuno, pero nunca espero conocer a la famosa “extranjera” ese mismo día.


Al verla en problemas corrió hacia ella, tomó su mano y la haló mientras con la fuerza del otro brazo llevó el baúl hasta llegar a su casa, donde le ofreció ropa seca y una taza de café mientras esperaron a que la lluvia mermara. Su nombre era Freya y venía desde Estocolmo a perfeccionar su español, a pesar de que parecía hablarlo de maravilla.


“No te acerques a ella o terminarás con el corazón roto” le había dicho su madre a penas se enteró del acontecimiento. Para ella no tenía ningún sentido que una muchacha tan bonita, refinada y de mundo se fijara en su tosco hijo, cuya rutina se limitaba cai que excepcionalmente a salir a la madrugada a pescar en un botecito destartalado con apenas un trozo de pan en el estómago, para engañar el hambre y no marearse. Su hijo era dulce y amable, pero no lo suficientemente guapo o refinado y mucho menos determinado. Para ella, lo que más caracterizaba a su hijo, era la mediocridad. Pero lo amaba y prefería aterrizarlo antes de que sufriera una decepción que lo mermara más de lo que ya estaba.


A pesar de las advertencias de su madre Leo, joven en ese entonces, cayó hechizado bajo la sonrisa, los modales y el conocimiento de Freya. La amistad surgió, en parte porque ella intuyó que la confianza que le generaba Leo era suficientemente tranquilizadora para no esperar de él ninguna insinuación inapropiada. que entre ellos no ocurriCon el paso de los meses parecían cada vez más enamorados el uno del otro, quizás incluso llegaran a casarse, murmuraban algunos.


Al cumplirse el primer año desde la llegada de Freya y mientras Leo ahorraba para comprar el más hermoso anillo que honrara su amor, discretas y elegantes cartas llegaron a casa de cada uno de los habitantes del pueblo que, durante ese año, habían hecho sentir bienvenida a “La Blanca”, como decidieron llamarla algunos para distinguirla. En esas cartas, unánimes se expresaban los amigos y vecinos con profundo agradecimiento, dejando ver la tristeza por su repentina partida. El destino no quiso que Leo leyera la carta a tiempo y el avión despegó llevándose a su primer amor a un sitio tan lejano que incluso a él mismo le habría costado imaginarlo.


Enterarse de su partida fue un golpe difícil de asimilar, sin embargo, esto aumentó su resolución de ignorar los consejos de su madre y decidió embarcarse en una aventura que bien podría durar toda la vida, pues perseguir a un ser amado y procurar ser digno de recibir amor de vuelta, conllevaba un tremendo aprendizaje y como es sabido, aprender de verdad siempre toma tiempo.



Desde la primera vez que obtuvo el fruto de sus excursiones de pesca, semanas después de haber perdido a su padre durante una tormenta, Leo aprendió a ahorrar. Su madre y abuela trabajaban como costureras y él aportaba el dinero que la pesca le proveía, sin embargo, en un baúl con llave bajo su cama, depositó siempre el valor del pez más grande de la jornada, pues creía que siendo día encontraría algo digno para invertir el fruto de su esfuerzo.


El momento llegó, y para él empezó la gran aventura de su vida: compró un pasaje de bus directo a Bogotá donde tomaría el primer vuelo a Estocolmo donde comenzaría a buscar a Freya así le tomara la vida entera. Su convicción era encontrarla para por fin casarse con ella. “Muchacho no vallas, quédate y trabaja duro, no vale la pena perseguir un espejismo, ella no va a volver porque su vida esta allá” intentó disuadirlo su madre, pero todo intento de atajarlo fue inútil. Al día siguiente partió.


El dinero alcanzó apenas lo justo para un vuelo hasta Estocolmo con el mínimo de equipaje y varias escalas. El vuelo fue difícil y lleno de turbulencias, como si el mar y el cielo quisieran impedir su búsqueda. Llegaría a un lugar desconocido sin un céntimo. Por ser la primera vez que montaba en avión y como las tormentas lo aterraban desde niño, permaneció despierto las diez horas de vuelo hasta su primera escala. Una despejada mañana le recordó que tras las tormentas se observan las mañanas más hermosas.


Llegó a Estocolmo después de un par de escalas más. El clima frío con un sol distante y reservado lo recibió como el presagio de dos semanas difíciles, sin dinero ni forma para abastecerse de lo necesario. Conoció después a un pequeño grupo de latinos que residían en la ciudad y tenían un grupo de salsa consolidado ya por el tiempo. Leo nunca había estudiado música, pero tenía el ritmo innato de los habitantes de los pueblo costeros y así, a base de presentaciones en pequeños pero abarrotados clubes nocturnos, recorrió diversas ciudades y pueblos, sin olvidarse nunca de preguntar en todos los lugares por Freya. “Estás inventando, no hay una mujer como esa en este país, todas son frías y de mal humor”, se burlaban sus amigos cuando la melancolía lo vencía y sentía la necesidad de hablar de ella para el recuerdo de ella no perdiera nitidez. Casi sin pensarlo habían pasado los diez primeros años.


Asociarse con sus amigos y abrir un bar de salsa le pareció lo más correcto cuando tuvieron el dinero suficiente. Poco después conoció a la que sería su segundo gran amor, una latina recién llegada, perdida y asustada, cuya dulzura lo enamoró. Con Isabelle tuvieron tres hijos, cinco nietos y los años siguieron pasando con el negocio floreciendo, como si la vida se encargara de tejer, día a día, un color nuevo a la cotidianidad.


Jamás volvió a ver a Freya, un par de veces creyó ver el reflejo dorado de su cabello entre la multitud, pero su imagen desaparecía tal y como había llegado. El hombre que soñó, anhelo y deliró a una mujer ausente, murió de viejo sin saber jamás que Freya, enferma y débil desde niña, hacía tiempo que había dejado este mundo. El destino de Freya, ignorado por Leo, es que había regresado con prisa a Estocolmo con la vana esperanza de despedirse de sus padres ante la inminencia de un diagnóstico lapidario. Pero la muerte no le dio espera, simplemente se la llevó durante el vuelo.


Fin


 

*Originaria de Corea del Sur, con un alma viajera, Yang Puma a través de sus viajes y su amor por los idiomas ha desarrollado una pasión insospechada por escribir relatos cortos. Habla cuatro idiomas con fluidez y actualmente reside en un municipio de Cundinamarca, Colombia, cerca a Bogotá donde llegó tras escapar del vertiginoso mundo de las finanzas. Siempre está lista para iniciar su próxima aventura.


Imagen: David McEachan

Mares Beira (Bogotá, 1981)


Bio:

Contadora de historias por naturaleza. Periodista de profesión, lleva la literatura en su ADN, a tal punto que necesita expresarse a través de la escritura para vivir. Sus relatos se caracterizan por usar recursos retóricos de una manera poética, sensible, delicada y justa. Mares tiene el don de sazonar la realidad con pizcas de magia. Por eso, cualquier parecido con la realidad que el lector encuentre en sus cuentos, no es pura coincidencia. Actualmente vive en la Ciudad de México.


"Parte de aire" es el primer relato de esta autora que se destaca por un manejo poético del tiempo, donde cada una de sus figuras retóricas componen bellamente el ámbito de lo narrado. Mares Beira logra crear un vértigo seductor que atrapa, hasta el final, de manera sorprendente.


 

Parte del aire


Justo después de haber graduado de manera casi perfecta la temperatura del agua que pronto saldría disparada por el grifo, Ernesto pone a llenar la bañera con el líquido, tan tibio como el amniótico. Ha llegado la noche antes de Navidad y él lo piensa una vez.


Ernesto se viste para la ocasión, camisa de lino blanca perfectamente almidonada y pantalones blancos de algodón, justo a la altura del tobillo. En su muñeca izquierda, envuelto como una serpiente, va su reloj de plata que marca las once y seis. Esta noche, Ernesto anda descalzo por el departamento. Va libre, ya quiere ser parte del aire. En cada paso quiere sentir ese instante preciso en el que sus delicadas y suaves plantas hacen polo a tierra con el hipotérmico suelo de concreto.


Frente al espejo ovalado veneciano, Ernesto se observa y se afeita de manera clásica, con navaja, brocha de pelo de tejón y espuma. Se toma su tiempo. Piensa en la repulsión que le causa imaginar cómo se dilatan los poros de su rostro al entrar en contacto con el calor húmedo de la toalla. Quizás sufre de tripofobia. Entonces, prefiere relamerse al escuchar el sonido cremoso de la espuma ‘a punto de nieve’, que decide esparcir suavemente por los ángulos de su barbilla.


El reloj de plata marca las once y diez y ocho. Ernesto pasea el filo de la navaja por los pliegues que enmarcan su yugular, ese cable que ata su vida al planeta.


Ernesto se dirige a la cocina, alista un tazón de fresas grandes y jugosas y lo pone justo al lado de la tina. Calcula que cuando ingrese a la bañera y deje caer su cuerpo, podrá descolgar su mano y rozar con las puntas de sus dedos la piel chinita de cada uno de esos corazoncitos frutales. Quizás los estrangule uno a uno, con toda la fuerza del dolor, hasta que salga un delicado hilo de jugo rojo rubí brillante, que correrá por entre sus dedos, como los afluentes de un

río, y terminará por fusionarse con el Mar Rojo sobre el porcelanato blanco y negro.

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Ahora, Ernesto se dirige a la sala. Cae en cuenta que 10.000 discos se quedarán en el placard, esperando a que los escuche una vez más. Pero hay prisa y el reloj de plata ahora marca las once y treinta y seis. Es hora de marcharse, pero él lo piensa por segunda vez.

La foto de su estrella favorita, esa que tanto deseó en su soledad, el amor más grande que conoció, observa a Ernesto desde lo alto del mueble, enmarcada en un portarretratos de plata. Y es que él no puede quitarle los ojos de encima, hoy cumplirá su promesa. Juntos, viajarán a la vía Láctea, haciendo escala en un anillo de Júpiter o en una luna de Saturno. Al final del camino, se sentarán en el borde de un agujero negro y se servirán un mate, mientras reconocen sus corazones y se actualizan después de tantos años perdidos. Son las once y cuarenta y seis.



Entre el anhelo, la melancolía y la realidad, Ernesto se entretiene viendo la luz que su reloj de plata refleja en la punta de la espada de samurái que cuelga en la pared. Aquella arma representa la amenaza que Ernesto heredó de sus parientes, tiene el poder y la fuerza para recortar cables elásticos compuestos por fibras y membranas.


Ernesto ¡el reloj marca las doce y seis y comienza la música de los grillos! Es hora de que te su


merjas con camisa y pantalón, y desenfundes tu arma, perdón, tu alma; ahora, déjate mecer por el líquido amniótico de tu bañera, como si fuera la panza de una madre que contiene a su bebé. Es tan solo un baño Ernesto querido, ¡libérate de una vez por todas! Ya pronto serás parte del aire, al igual que yo.

DRAFTJS_BLOCK_KEY:34tpiBio:

Tina


Su biblioteca no es extensa, la mayoría de los libros que ha comprado o que le han regalado, fueron donados al colectivo y gozan de una especie de propiedad pública para todas, incliuidas las nuevas participantes. El propósito, acordaron todas, era que los libros no podían estar quietos o agarrando hongos.


Lograr que se rotaran la ideas conllevaba dos objetivos específicos: siempre había que incorporar nuevas `miembras´ y en la página 8 de cada uno guardarían mensajes clave que no pudieran ser hackeados o puestos en evidencia por sus enemigos.


Así las cosas, cada que un libro pasa de una mano a otra, de una activista a otra, en la octava página se puede leer, desde una consigna a favor de la sororidad, hasta un plan concreto para una “acción de hecho” en algún lugar de la ciudad.


La bilbioteca itinerante del Colectivo, cuyo objetivo es “aplastar para siempre al heteropatriarcado falocéntrico”, cuenta con libros de Nuria Valera, Naomi Alderman, Virgine Despentes y Emma Cline.


Tina ya puso a circular el borrador de un paper cuya aprobación le dará el mérito de concluir la introducción de su tesis sobre “las implicaciones sociales del lenguaje inclusivo en entornos no sexistas de la rumba bogotana”.


Beto


El uniforme está listo, los impactos que recibió la noche anterior no le hicieron mayor daño. Una piedra se le alcanzó a colar a la altura del tobillo y le hizo recordar el esguince que lo obligó a llevar muletas casi por un mes completo.


Aquella vez cursaba el bachillerato y detenerse un poco le hizo bien para afianzar su relación con su abuela, la valiente mujer que lo crió cuando su madre fue vencida por el cáncer. De su padre mejor ni hablemos, uno más de los ausentes.


Beto lleva dos años en el ESMAD y ha atendido varios desmanes en esa vertiginosa vida suya de mantener el “orden público”.


-“Mi moral es que las vacaciones son en ocho días y no voy a salir de la piscina”.


Beto mide 1.93 m y pesa 105 kg. Es un hombre fuerte al que se le olvidó llorar.


Dentro de los beneficios flexibles que tiene derecho como funcionario público está el de gozar del Club de la Policía en una ciudad intermedia, con clima templado.


Pudo haber escogido, eso sí, disfrutar esos días de descanso en su casa y recibir un bono especial para acceder a un mercado generoso. Beto vive en una habitación que le arrienda una señora pensionada.


Doña Gladys invierte casi toda su energía dilapidando su pensión en la terquedad de la visita a los casinos. El dinero que recibe de Beto se lo ayuda a administrar su sobrina Tina, el único ser que no la ha dejado de querer.


La primera vez que Tina y Beto se vieron fue la tarde del 16 de enero, cuando ella le golpeó a su puerta para pedirle ayuda. Doña Gladys, su tía, parecía haber sufrido un desmayo.


Entre los dos cargaron a la señora y en esa suma de esfuerzos innecesaria, puesto que él habría podido cargarla sola, sus manos se rozaron con una timidez extraordinaria. Lo siguiente fue una mirada profunda que se cruzó entre los dos, como si Doña Gladys, de repente, hubiera dejado de estar ahí.


FIN PRIMERA PARTE


-“Tranquila, señorita, no se esfuerce, yo la llevo”.


-“¿Quién le dijo que las mujeres no tenemos fuerza, machito”?


Beto bajó la mirada como si se tratara de un regaño. Sin embargo no soltó a Doña Gladys ni se ubicó para que el peso de la señora quedara distribuido de manera más equilibrada entre él y Tina.


Tina lo empujó para tener la prioridad de sostener ella la cabeza de su tía. Con un gesto cariñoso la peinó y le dijo que no se preocupara, que ella la iba a llevar a urgencias. A Beto le pareció un gesto extraño que su colaboración no fuera tenida en cuenta y aclaró “sí, Doña Gladys, la vamos a llevar para que la atiendan”.


Ambos, esa noche, luego de volver con el diagnóstico tranquilizador del facultativo, no pudieron dejar de pensar en el otro.


La idea de sacar al “tombo” de la casa de su tía no era plausible, al menos no por ahora. Por un lado podía investigarlo y por el otro, el dinero del arriendo le venía muy bien a la tía en su desafortunada organización financiera.


Tina quería que la habitación fuera tomada por una de sus amigas del Colectivo La Octava una vez hubieran sacado del camino al que consideraban un representante de lo más horrendo del patriarcado violador y asesino. Sin embargo, algo de este hombre comenzaba a estremecerla.


Antes de dormirse, dos inquietudes los conectaron a cada uno en habitaciones separadas aquella noche:


¿Quién era esta jovencita para decirle “machito” a manera de insulto, menospreciando su colaboración y sus buenas intenciones?


¿Quién se creía este tombo para imponer su fuerza física menospreciando que era ella, Agustina, quien realmente se había preocupado todo el tiempo de cuidar a su tía Gladys ante el desprecio de los demás miembros de su familia que la consideraban una irresponsable ludópata?


Por supuesto, Beto no conocía por ahora la debilidad de Doña Gladys por el juego.


-“Tía, no se gaste más plata por allá”. le dijo Tina cuando le vio llegar ojerosa y anémica tras una larguísima jornada de juego. A Doña Gladys las luces artificiales de los casinos le comenzaban a arrebatar el brillo de su piel y las arrugas debajo de sus párpados hacían que sus ojeras fueran cada vez más difíciles de ocultar.


-“Más bien métase conmigo a un curso que va a empezar, es para mujeres de todas las edades, mire…


En un volante verde con forma de puño se alcanzaba a leer:


“Va a caer, juntas somos más”,

Aporte: un libro, un encendedor o cajita de fósforos y un huevo de gallina feliz.

La fecha, el lugar y la hora.

Evento Pet Friendly. Se recibe comida para mascotas


Abajo, el logo del Colectivo la Octava con las redes sociales y un correo electrónico de contacto.


El reverso, todo de color púrpura, una única frase:


“El color púrpura es el de la lealtad, la constancia hacia el propósito, la firmeza inquebrantable hacia una causa”.


Parecía un evento del que aparentementemente todas ya tenían la información básica. Faltaba el lugar y la hora, información que sólo se comparte al final, para prevenir infiltradas. Iba a haber una invitada de Argentina que exigió no aparecer en la publicidad.


Tina quería demostrarle al Colectivo La Octava que el trabajo de base no sólo se debía hacer con las más jovenes, puesto que para comprender la dimensión del problema del patriarcado era imprescindible contar con los relatos de mujeres adultas mayores. El imperativo de conectar las generaciones bajo la consigna de la “sororidad” iba a ser contundente.


-“Tía ese machito no me le ha subido la voz ¿cierto? No me le ha irrespetado?” Le preguntó a Doña Gladys cuando escuchó que ella le hablaba sobre el incremento del servicio del agua.


-“No, ni de palabra ni de nada, es un joven muy formal”, le aclaró la tía.


-“Usté sabe que no me gustan los polochos, tía”.


Doña Gladys no le quiso contar a su sobrina que, a manera de agradecimiento, con el primer pago del arriendo, Beto le regaló un escapulario donado por una mujer a la que él le colaboró para proteger su carro de ventas ante la inminencia de un disturbio.


-“Don Alberto, estoy preocupada por esa niña, le encontré una cosa de esas con la que rallan las paredes, mire..” Al fondo de la bolsa resaltaba el pañuelo verde y una plantilla en stencil con el símbolo de anarquía.


-“¿La señorita esta fumando de esas cosas? usted sabe”, interpeló Beto.


-“Respete hijo, respete, ella no hace eso”.


Era la primera vez que Beto escuchaba a esta señora decirle “hijo”. Más que un gesto de cariño, sintió que se trataba de una aproximación para denotar algún tipo de autoridad basada en la experiencia.


Tina sí fumaba marihuana, pero su tía no estaba preparada para saberlo. De hecho, en la página 8 del libro “Fin del Techo de Cristal”, de la antropóloga española Susana Villafuente, quedó constatado que una de las acciones en público que haría La Octava, consistía en regalarles “galletas especiales” a los del ESMAD (Escuadrón Móvil Anti Disturbios). El plan estaba descrito así:


FIN SEGUNDO CAPÍTULO


PLAN PARA “ENGALLETAR” AL ESMAD:


Nuestra planta hará lo que el Colectivo no alcanza a hacer, vamos a debilitar al enemigo y al mismo tiempo le vamos a dar poder.


Trabar al Patriarcado, confundirlo, desorientarlo. La risa los debilitará….


En la última reunión, La Mosca, coordinadora zonal del Colectivo La Octava, volvió a explicar el plan. Las nuevas integrantes no alcanzaron a abrir aquella famosa página ocho del libro de Villafuente y era importante que todas tuvieran claro cuál iba a ser su papel.


Las autoridades ya estaban alertas sobre cualquier acción de hecho porque se sabía que el ocho de mayo habría todo tipo de manifestaciones feminstas en la ciudad.


“Chicas, recuerden”… les dijo La Mosca con una voz ronca, de fumadora aguardientera…


“… disfrazaremos a Raquel, La Pulga, Doña Rebeca y Francisca para que se hagan pasar por vecinas preocupadas. Doña Rebeca les va a decir que se encontró un panfleto de su hija. Irá a pedirles clemencia, contándoles sobre un supuesto plan de nosotras.


Irán con les aliades: Chiki, Doble U, Garbanzo y Piolín. Los cuatro llevarán camisetas con la consigna “PROVIDA” en color azul. Les llevarán kumis, gaseosa, las galletas mágicas, pan y aguaepanela. Las otras camisetas, las blancas que ya intervino Ruby dicen: “Apoyo mi policía” en letras negras.


Chicos, importante que algunas, pero no Doña Rebeca -enfatizó- usen lenguaje violento contra nosotras, con expresiones como “duro con esas feminazis”; “plaga misándrica”; “areperas” y todo eso que sabemos que dicen de nosotras. Demuestren indignación, rabia. La única que llamará a la paz será Doña Rebeca, porque se mostrará preocupada por su hija.


"Lo más clave es que esos manes se crean que ustedes están de su lado porque al comienzo van a desconfiar. Necesitamos que se coman esas galletas unas dos horas antes del encuentro. Luego se van a quemar la ropa para no dejar rastro, se cambian y se alistan para grabar el performance”.


Todos los preparativos tenían a Tina muy ansiosa, había coparticipado con La Mosca, desde el inicio, en la formulación del plan. La noche anterior, contrario a todo pronóstico, pudo dormir más de las 5 horas acostumbradas. La despertó un sueño que difícilmente podría contarles a sus compañeras de causa.


Cuando Beto golpeó la puerta de su habitación, nada le permitió siquiera imaginar que adentro, una Tina desnuda, bajo las sábanas, se daba auto-placer. Como desde un pozo, con ritmo cadencioso, distribuiba la humedad natural con su dedo corazón desde el fondo de su vagina hacia los labios exteriores.


Ese ejercicio elemental conectó, en nuestra activista, el más profundo deseo que se manifestaba en el sueño, con la implecable realidad de la vigilia. Tenía que ir a pagar el recibo del agua y para eso debía recibirle a Beto, previo acuerdo con su tía Gladys, la parte que le correspondía al funcionario del ESMAD para completar la suma.


Luego de recibirle el dinero a Beto, lo increpó: -“¿Usté se cree muy machito porque lo protege esa escalafandra robótica? El Estado Opresor se aprovecha de ustedes, polochos y los compra muy fácil con esos escudos, pero en el fondo ustedes son como todos los trabajadores de clase baja y media, sólo que llevan la rabia adentro y se vengan de su precaria existencia de machitos contra les estudiantes que sólo están armades con piedras”


Mientras le decía esto, se aproximaba a Beto para que sus palabras pudieran pronunciarse cada una, en un tono más bajito, pero cada vez más cerca a la oreja del policía. Él se sentió incómodo al principio y decidió no frenarla, en parte porque quería descubrir las intenciones de ella y en parte porque sentía que algo de razón llevaban cada una de sus palabras.


Cuando ya lo tenía prácticamente encerrado en este círculo de tensión-seducción, se subío a la cama para lanzarle la última insinuación desde arriba. Se le acercó a la nuca y le dijo: “yo creo que a ustedes les gusta lanzar lacrimógenos porque ni se les para cuando tienen una mujer empoderada al frente”.


Beto sintió un ruido afuera de la habitación, miró hacia el pasillo para ver si doña Gladys había aparecido y no alcanzó a decir “señorita, por favor cálmese”, cuando sintió que Tina comenzó a lamer tierna, pero apasionadamente el lóbulo de su oreja…


Tina era apenas dos años menor que Beto, pero en una charla sobre algún tema político podía parecer que le dictaba cátedra. Beto prefería no polemizar con la hija de su anfitriona.


Fingía asentir cuando notaba que ella lo que buscaba era sacarlo de su comodidad, sin embargo en él no calaba el discurso feminista y difícilmente alcanzaba a sentir algo de culpa por ser hombre o pertenecer a lo que ella llamaba, la “hegemonía del falocentrismo”, el dichoso “Patriarcado”.


Beto sintió que se trataba de una peligrosa emboscada, agarró a Tina del cuello y en un instante recordó a un compañero suyo que fue agredido por un grupo de manifestantes en la última marcha del día del trabajo.


Lo que ocurrió después hace parte de los recuerdos que Beto ha querido borrar de su mente, pero no lo logra. Llevado por un sentimiento colectiovo de rabia y venganza, junto con otros seis compañeros del ESMAD, agarraron a golpes con sus escudos a dos de los manifestantes que habían golpeado a su compañero.


Uno de los ciudadanos alcanzó a escapar, brutalmente herido y el otro tuvo que ser ingresado a urgencias para que los médicos le salvaran la vida. Sobre este incidente Beto deberá responder ante la justicia, porque un grupo de abogados pagados por el más poderoso sindicato del país, elevó una denuncia formal ante el organismo de control.


Beto fue suspendido una semana de sus funciones, pero otro abogado del Estado consiguió que el Juez le permitiera seguir trabajando fuera de las calles, en labores no relacionadas con la mision esencial del ESMAD en las mismas. Desde ese día, Beto coordina equipos de trabajo para charlas sobre Derechos Humanos y fue obligado a entregar informes sobre el desarrollo de estas actividades.


Esto, a juicio de las víctimas, no era más que una muestra de la indolencia del aparato de justicia y del cuerpo policial porque, según ellos, teminaba victimizando más a quienes padecieron la fuerza del Escuadrón y al mismo tiempo se constituía en un permiso para que esos funcionarios tuvieran carta blanca para seguir con sus excesos.


-“Agustina, cálmese, no nos metamos en problemas, le dijo Beto a Tina. No me obligue a…”


FIN TERCERA PARTE


La historia de Tina y Beto en #ElBesoClandestino está compuesta por 8 capítulos. Espera en esta página el desenlace completo.


*Capítulos publicados los días 16/05/2021; 23/05/2021 y 30/05/2021 en nuestra página de Facebook.

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