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Un ¿por qué nos seguimos matando? podría ser la pregunta que resume la tesis central del largo argumento de Paul Auster en Un país bañado en sangre*. En El Relato del Domingo abordamos este ensayo publicado hace unos meses y compartimos contigo este primer comentario a manera de coordenada para el MAPA.


Rayar un libro es un acto, un rito que le ofrecemos a algunos libros. Eso que algunos consideran un irrespeto es, para quienes solemos hacer anotaciones en los libros, un acto de comunicación, una suerte de telepatía, tanto con las personas autoras de los textos, como con los ininteligibles lectores posteriores a nosotros.


Lo primero que subrayé en el libro de Auster fue "fotografías del silencio" en la nota preámbulo del autor, donde explica que cada una de las fotos que componen el libro es un retrato de un lugar donde aconteció una tragedia.Todos los escenarios están vacíos de seres humanos, llevan la fría marca de la ausencia. Llevan la tragedia contenida en la sociedad estadounidense con relación a la presencia de millones de armas de fuego entre sus ciudadanos.


Cuando acudí a una de las tiendas de la Librería Nacional buscando algún clásico de esos a los que el tiempo les sacude el precio incómodo de la novedad, no me imaginé que un ensayo de Paul Auster, ese extraordinario narrador de ficciones, terminaría atrapándome de nuevo como ocurrió cuando mi amigo Gerrit, me regaló “Leviatán” hace varias décadas.


Frente a esta portada, el 19 de mayo de 2023 recordé que en la más reciente Feria del Libro mi curiosidad fue más grande que mi billetera y solamente pude comprar un libro. Así que canjear un bono, celado por mi billetera desde diciembre, me permitió adquirir uno de los libros más conmovedores que he leído en toda la vida.

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Auster recibe a sus lectores con una anécdota dolorosa: su abuela mató a su abuelo con un arma de fuego y este trascendental acontecimiento nos contextualiza sobre la dolorosa reflexión del autor en su ensayo de 176 conmovedoras páginas. La problemática parece sencilla de resumir: en los Estados Unidos, para una enorme cantidad de ciudadanos, es legítimo portar armas. ¡Y usarlas contra alguien!


La historia me confronta y por eso me atrapó. Soy un defensor de la paz, la real, no del marketing político. Y soy un pacifista en contra de las armas. Para mí, por ejemplo, en pleno siglo XXI es inconcebible que alguien que se alzó en armas en pro de cualquier revolución, esté habilitado éticamente para gobernar un país. Como ciudadano que vivió en Colombia las dolorosas décadas de los 80s y 90s en las que la muerte era un personaje recurrente de todas nuestras vidas, la problemática de las armas de fuego no me es ajena.


He disparado un arma de fuego, una letal, porque en mi país, en los años noventa, el servicio militar nos obligaba a los bachilleres que no evadimos esa imposición, a practicar con armas contra un blanco inmóvil. Soy afortunado porque no tuve que usar el arma contra otro ser humano. Sé que solamente sería capaz de dispararle a otra persona si mi vida está en riesgo, pero lo intuyo solamente, porque imagino que el instinto de supervivencia me haría escoger entre mi vida y la vida de quien está dispuesto a quitarme la mía; sin embargo, no sé realmente cómo actuaría en esa situación. Durante el servicio militar recibí un drástico castigo por accionar inadecuadamente el gatillo, en modo ráfaga, de un fusil G3 recientemente alineado, esto es, reparado para disparar eficazmente contra el objetivo. El teniente Díaz, a quien por alguna razón yo no le caía mal, resolvió que debía pagar la estupidez con extremo ejercicio físico. Estaba prohibido descargar el proveedor de un solo gatillazo cuando la orden previa era disparar un solo tiro y esperar la orden para el siguiente disparo. Mi condena fue darle diez vueltas -entiéndase ida y vuelta- a un árbol ubicado a 500 metros y luego hacer 100 flexiones de pecho. Cumplí la orden mientras mis compañeros reclutas continuaban mejorando su puntería y obedecían disciplinadamente las órdenes del teniente Díaz. Lo que no supo el oficial es la libertad que sentí por no tener que disparar más el fusil ese día. Poco me importó la algarabía de los proyectiles y las sonrisas de algunos compañeros para quienes la mañana de polígono era un momento sublime, casi un premio. Comprobé que disparar les producía un éxtasis extraordinario, como si en ese acto encontraran una extensión de su virilidad, como si el plomo los hiciera sentir más poderosos.


Sobre el libro de Paul Auster he reflexionado días y noches desde el 20 de mayo y me propongo escribir una reseña que reúna algunas de las anotaciones que escribí en los márgenes de sus páginas. Leer algo conmovedor resulta fascinante cuando uno puede aportarle al autor su experiencia para construirse una opinión a partir de la suya. Y claro que le tengo reparos, cuestionamientos y quisiera indagar al autor sobre algunas dudas que su bello texto me suscita. No obstante, por ahora no me referiré a las estadísticas que recoge Auster sobre las masacres en los Estados Unidos. Tampoco detallaré el brillante recorrido histórico que hace el autor para rastrear el origen de esta catástrofe. No me ocuparé acá de la audaz dicotomía que plantea sobre la regulación en torno al uso del automóvil como ejemplo de organización social a favor del cuidado de la vida en contraste con la impotencia de hacer algo similar con el uso de las armas. Por ahora y a manera de preámbulo, comparto un brevísimo relato de ficción que toma, sin su permiso, la voz de la conciencia de uno de los personajes en el centro del argumento del ensayo. En 2017, la valentía del fontanero salvó la vida de muchos seres indefensos en la masacre más grande del estado de Texas:



"Quiero contarte por qué no he abierto la puerta que suena y suena con mi nombre entre los labios de los anfitriones. Quiero contarte por qué no quiero recibir el aplauso del señor Presidente y la alabanza multitudinaria que me ha elevado a la calidad de héroe nacional. Mi valor ayudó a acabar con la vida de un hombre e impidió que muchas personas inocentes perdieran la vida, incluidos menores de edad. Ahora quizá esas personas tendrán la posibilidad de hacer de este un mundo mejor.


Quiero que sepas que no soy un héroe" Stephen Willeford, fontanero**


*Un país bañado en sangre (Bloodbath Nation)

Paul Auster y Spencer Ostrander

Seix Barral, Ed. Planeta Colombiana S.A. Bogotá, 2023

Traducción: Benito Gómez Ibáñez

**El fontanero no expresó estas palabras, este es un breve relato de ficción. Lo que sí dijo a varios medios de cominucación es que no se considera un héroe poque no nacimos para matar.


Comentario coordenada por: Luis Felipe Jiménez Jiménez, junio 2023.

-Hola Angy, estoy vivo. Como te prometí, este mensaje es para que sepas que todo bien. Sigo silbándole al mundo.


Felicitaciones! Dile a tu hermano que los triunfos del equipo son de todas las personas del equipo, hasta de quienes cuidan la alimentación, de los utileros, de personal médico. Amiga, ganaron las familias de los jugadores que también hacen sacrificios en sus vidas para apoyar la vida de ellos. Tu hermano no jugó la final, pero también es campeón. Y la roja se la merecía, así no le haya gustado y me odie toda la vida.


Escuché la noticia en internet, en Radio Latina Deportes. El colega que pitó la final es un buen profesional, nos conocimos hace poco. Acertaron designándolo. A mí no me van a llamar más, renuncié. Nadie sabe dónde estoy, bueno, casi nadie.


¿Cuándo es tu matrimonio? Estoy en otro país y no sé cuándo vuelva a Colombia. Sabes que no puedo ni quiero ir, pero estoy bien, estoy feliz por la felicidad de tu nuevo hogar. Mi vida cambió, Clau vive por acá también, no estamos en la misma ciudad, pero yo creo que vamos a volver a vivir juntos….


Angélica interrumpe la lectura. Una notificación le advierte que un cliente realizó el pago. “Volvió”, piensa. Sobre la farsa del vínculo están conscientes él, ella y el novio de ella, de quien, para este relato no nos interesa si quiera mencionar su nombre.


No hay una promesa de amor sino un compromiso de soledades. La plataforma que media en el intercambio crece gracias al tiempo que invierten clientes como él que, cada tanto, se suscribe al contenido de Angélica. Este en particular, volvió para contarle que su matrimonio no va bien. El exitoso ejecutivo perdió la fe y aunque ha estado tentado a declararse ateo, un miedo se lo impide. Sustituir el confesionario por la interacción “anónima” de minutos con falso placer le curan, a su juicio, una herida que él mismo no sabe cuándo terminará de cicatrizar. Al principio, claro, solamente buscaba ver el cuerpo de ella para satisfacer sus más primarias pulsiones, pero Angélica fue seduciéndolo para que creyera que entre los dos había una amistad sincera.


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Y ella, afanada por los rastros implacables que su colección de espejos le recuerda, ahora, semidesnuda le ofrece su voz y su escucha al visitador de turno. No habrá más requisito que el saludo “volviste corazón” para comenzar la charla de nuevo y a medida que pasan los minutos, Angélica, o mejor: Brenda 9x, cubrirá su cuerpo trabajado por un cirujano con las prendas exclusivas que una marca le proporciona, a cambio de un número de publicaciones semanales en otra red social. Y aunque ella quisiera tener la libertad para confesarle alguna de sus melancolías, no lo hará. Tampoco le pedirá que lo llame Angy, como lo hacen las personas que verdaderamente la quieren.


Preferiría no habérsele desnudado a este desconocido y quizá encontrárselo en otra vida donde ninguno de los dos fuera quien es. Preferiría dejar de ser esa ella que todos ven y nadie conoce. La ambición por llenarse de cosas la paga aceptando el modelo transaccional que la une con desconocidos. Son horas y horas de trasnochos para pulir la escena que adorna sus contenidos mientras su novio vuelve de aquellos viajes secretos. Vivir en Panamá le ha dado un respiro a su anonimato y puede caminar medianamente tranquila, pero sabe que tarde o temprano, alguien la reconocerá.


A este cliente, en particular, quisiera confesarle que cada tanto siente ganas de echarse a llorar por todo lo que ha ido perdiendo desde que le entregó su privacidad a las pantallas. No obstante, esa no es la única preocupación que la agobia, así no lo reconozca conscientemente. Extraña su país, extraña la libertad que tenía cuando no cuidaba sus lujos, extraña sus verdaderos amigos, los incondicionales. Extraña a Martín Bessa y todo lo que pudo haber sido para ella si no hubieran optado cada uno por caminos muy distintos. El árbitro no sabe y probablemente nunca sabrá que ella quiso salvarle la vida. Así como tampoco sabe que este empresario la espera en cualquier parte del mundo porque con sólo sonreír, Angélica le llena el instante fugaz de la frágil conexión cibernética; le anestesia el vacío hasta el próximo encuentro.


“Te pareces tanto a Martín”, piensa antes de darle la bienvenida de nuevo. Pero el cliente puede esperar y no lo va a saludar así. Desbloquea de nuevo la pantalla, Cerciora que todavía tiene batería y retoma la lectura del correo que Bessa le escribió desde una habitación en el Estado de Virginia, allí donde Tin también le escribió a Claudia, la mujer que ama.


¿Se enterará Angélica que Claudia podría ofrecerle una alternativa para salir del mundo de mentiras en el que anda? ¿Claudia, Martín, Kathe y Eduardo se encontrarán definitivamente por un propósito común?


Descubramos lo que está planeado en su destino la próxima temporada de esta serie…

Fin Temporada 1


Por: Luis Felipe Jiménez Jiménez, Bogotá, Junio de 2023.

© Todos los derechos reservados

Foto de The Earthy Jay


-Mi ñero, ese man no está ahí, paila.

-Pere pa, pere pa que ese hijueputa sale

-¡Está con la hembra esa! El pirobo no sale

-Esa ñerita ya no viene a visitarlo socio, está en la mala.


A más de 3800 kilómetros de ahí,  la ausente mujer que nombran estos desadaptados hinchas acaba de leer el email que la aterriza de nuevo en Bogotá.


Su cuerpo, sus sueños profesionales, las expectativas sobre el gran paso que da en su vida… todo está en Washington, aunque su cabeza acaba de volver al alma de dos cuerpos que ha construido con Martín Bessa, el único e irremplazable amor de su vida.


El piso ya terminó de secarse, no hay ningún rastro de vidrios, ni del líquido que ayudó a atraparlos para que cualquiera de las inquilinas camine descalza, a sus anchas, por todo el apartamento. Claudia no ha decidido todavía quitarse las medias y el piso pulido de madera es el perfecto deslizador de sus afanes.


Su agilidad, virtud que encantó a Bessa, lleva a Claudia en menos de dos segundos desde la cama hasta el ventanal liminal donde un aire extra le sirve para coordinar adecuadamente las palabras.


La larga elucubración de Martín es para ella la manifestación explícita de algo más grave. Y todo lo que su novio le cuenta sobre lo bonito que está viviendo con Kathe y Eduardo, pasa a un segundo plano.


-Aló, mi amor, casi no me contestas

-Clau, mi vida, qué sorpresa. ¿Dónde estás mi amor?

-Tin, ¿por qué no me contestabas, corazón? me tienes angustiada. ¿Estás bien?

-Estoy bien, Clau, madrugaste...

-Martín, por favor. ¿Cómo así que tu vida corre peligro en Colombia?

-Mi amor, ya leíste el correo, viste que estoy feliz acá, esta gente es muy especial.

-Martín ¿por qué no me contestas? ¿Qué está pasando?

-Mi amor, tranquila. Me amenazaron. Me dijeron que me iban a matar.

-¿Quééééé? ¿Quién? Martín, ¿cuándo…? ¿Tranquila?


Claudia sube la voz porque siente que la confianza entre ellos ha sido vulnerada. No es posible que suceda algo tan delicado y ella apenas se entere ahora cuando no puede abrazarlo, cuando los kilómetros que los separan les impide mirarse a los ojos.


-¿Recuerdas el vidrio que cambié cuando saliste a llevar los papeles para el sello ese de la traducción oficial que te pedían? El día que le llevaste las frutas a tu mamá.

-Claro, el que rompiste con el balón, el de la ventana oxidada.

-No lo rompí con el balón, Clau. Me tiraron una piedra con la amenaza.

-¿La amenaza? ¿Una piedra? Martín, ponte serio, por favor.

-Mi amor, alguien escribió  en un papel que me iban a matar y amarraron el mensaje en una piedra.

-Algún aficionado que sabe dónde vivíamos, uno de esos fanáticos descerebrados, Martín. ¿Cómo era la letra?

-Yo no sé mi amor, no sé. Era una impresión, no era una nota escrita a mano.

-Martín, por favor. ¿Por qué no me contaste esto?


El tono de voz de Claudia baja, ya su pulso vuelve a percutir con mayor tranquilidad. Pero sigue molesta porque no es justo que su novio haya tenido que inventarse algo tan tonto para ocultar algo que no parece tan grave. Quiere saber con exactitud qué decía el mensaje.


-Mi amor ¿para qué te iba a preocupar? Llevabas casi una semana sin dormir bien, no te habían confirmado lo de la beca, caminabas  rápido, casi ni comías, lo de mis exámenes eran una preocupación suficientemente grave y no quería abrumarte más. Yo soy árbitro, no atajador.

¿Quién te quería asustar así? por Dios, mi cielo ¿Qué decía exactamente el mensaje?

-No sé, Clau. En la cancha se escucha de todo, nos gritan de todo, los mismos jugadores a veces se pasan de irrespetuosos. Pero esto es distinto y ¿sabes? a un colega también lo amenazaron.

-¿Qué decía el mensaje, Martín?

-Decía que me fuera del país o mi mujer me lloraría. ¡Así dijeron! Se metieron contigo, mi amor. ¿Me entiendes?


Bessa se refiere al árbitro tunjano Nemesio Puerta intimidado cuando salía de un hotel contiguo a la Estatua de Simón Bolívar, en Bucaramanga. Esa misma noche, para terminar de instaurar en Puerta el poder anulador del miedo, llevaron a la hija del juez de un lugar a otro con el objetivo de amedrentarla y que intercediera con su padre sobre el resultado del partido entre los locales y los del equipo de la montaña no terminara empatado.


-Tin, mi amor, yo tengo que volver a Bogotá, la semana entrante firmo un convenio interinstitucional y necesito unos papeles. ¡Pongamos la denuncia! Quédate allá tranquilo que de todas formas no te va a pasar nada, no vayas a viajar a Colombia. Cuando vean que la policía los busca, van a dejar de ser tan atrevidos, mi amor. No te preocupes que la estás rompiendo con la Carebúho y la señora Katherine.

-Bueno mi amor, pero cuídate por favor, no vayas a exponerte por los lados del apartamento, por allá no hay nada que hacer ¡para qué darles papaya! Kathe y Eduardo te quieren conocer, mi amor.

-Diles que también los quiero visitar, no estamos tan lejos. Mi vida,  no quiero vivir sin ti.

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El capítulo final de la temporada se titula Brenda 9X

Capítulo anterior: La llegada de Clau

Esta historia comenzó con: El Conciliador



Junio de 2023. © Todos los Derechos reservados

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