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Martín, todavía aturdido por el golpe del balón que le rebotó en el segundo tiempo, al no sonar como esperaba, pensó que el pito pedía cambio. Silbó con mayor intensidad de nuevo. Los veintidós jugadores escucharon la señal tres veces, una más de lo acostumbrado. El mediocampista que llevaba el balón detuvo su marcha, los arqueros desataron la pretina de sus guantes y los espectadores, al unísono, gritaron para celebrar el triunfo. En la cancha unos alzaron las manos y otros bajaron la cabeza. El asistente técnico del equipo visitante se acercó primero donde el director técnico ganador. El abrazo entre colegas aterrizó su adrenalina. Se conocían bien, trabajaron en el mismo equipo la temporada anterior.


Martín miró a los jueces de línea y los tres, con un gesto casi telepático, se dijeron “gracias”. Mientras tanto, entre las sienes de Bessa, el zumbido comenzó a hacerse más intenso. La algarabía pirotécnica de la hinchada local fue escondiéndosele como si lentamente se hubiera sumergido en una laguna alimentada por una cascada cuyo ímpetu se desvanece en la profundidad. Aire no le faltaba, a pesar del tremendo esfuerzo que los deportistas le impusieron durante los 98 minutos de juego.


Todavía no se habían inventado el VAR, tecnología que le habría servido a los tres jueces para resolver una controvertida imprudencia que determinó, para felicidad de algunos y para tristeza de otros, el desenlace del partido. Una roja directa y cuatro amarillas. Fueron muchos los llamados de atención. Uno de los jóvenes pasa balones demoró desmesuradamente el reinicio del juego antes del último tiro de esquina. Su acto fue premiado con un autógrafo clandestino camino al camerino.


Bessa secó una gota que resbalaba terca a través de sus pestañas y la puntita de la lengua saboreó la sal de otra que alcanzó a brincar de su nariz hasta sus labios. Necesitaba el líquido hidratante que le proporcionaba la organización para re-balancear su cuerpo. Buscó al encargado de repartir las botellas, ubicado fuera del campo de juego. En ese preciso momento, quizá por la calva de aquel colaborador, recordó al doctor que lo atendió unos meses antes.


El hallazgo del facultativo desató las alertas. Remitido al especialista, Martín decidió negarse la verdad: se estaba quedando sordo. Llamó a un amigo médico suyo que, contrario a la ética, observó oficialmente un diagnóstico falsamente esperanzador: un tratamiento adecuado permitiría recuperar la funcionalidad del tímpano del árbitro. Con ese escudo defendió su puesto de trabajo, su lugar en el mundo...



-Amor, tómate estos días para descansar, apaguemos el televisor y vamos a caminar, el cielo está lindo ¿vamos a cazar nubes?




- Ya va a terminar el partido, a alguno de estos dos me tocará pitarles ¿a dónde vamos?


Claudia lo convenció y derritieron dos bolas de helado con sus lenguas. Una gota mezclada por los sabores de chocolate y café se desprendió desde la punta estrecha de la galleta. Claudia lamió la mano de Martín, ambos sonrieron y ella lo premió:


- Por cochino te ganaste la punta del cono, el resto es mío.


- Jajajajajaja mi amor, a ti sí te gustan esas galletas.


Cuando el árbol trasladó su sombra fuera del banco, se agarraron de la mano y peinaron la hojarasca. El muslo de Claudia ciñó la oreja izquierda de Martín Bessa mientras el árbitro soñaba. Antes de quedarse dormida, Claudia alcanzó a ver una lorita que exploraba el nido de un carpintero…


Esta historia continua con Propuesta




 

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Por: Pipe Jiménez, Bogotá abril de 2023. © Todos los derechos reservados.

Foto: Rakicevic Nenad

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