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Justo después de haber graduado de manera casi perfecta la temperatura del agua que pronto saldría disparada por el grifo, Ernesto pone a llenar la bañera con el líquido, tan tibio como el amniótico. Ha llegado la noche antes de Navidad y él lo piensa una vez.


Ernesto se viste para la ocasión, camisa de lino blanca perfectamente almidonada y pantalones blancos de algodón, justo a la altura del tobillo. En su muñeca izquierda, envuelto como una serpiente, va su reloj de plata que marca las once y seis. Esta noche, Ernesto anda descalzo por el departamento. Va libre, ya quiere ser parte del aire. En cada paso quiere sentir ese instante preciso en el que sus delicadas y suaves plantas hacen polo a tierra con el hipotérmico suelo de concreto.

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Frente al espejo ovalado veneciano, Ernesto se observa y se afeita de manera clásica, con navaja, brocha de pelo de tejón y espuma. Se toma su tiempo. Piensa en la repulsión que le causa imaginar cómo se dilatan los poros de su rostro al entrar en contacto con el calor húmedo de la toalla. Quizás sufre de tripofobia. Entonces, prefiere relamerse al escuchar el sonido cremoso de la espuma ‘a punto de nieve’, que decide esparcir suavemente por los ángulos de su barbilla.


El reloj de plata marca las once y diez y ocho. Ernesto pasea el filo de la navaja por los pliegues que enmarcan su yugular, ese cable que ata su vida al planeta. Ernesto se dirige a la cocina, alista un tazón de fresas grandes y jugosas y lo pone justo al lado de la tina. Calcula que cuando ingrese a la bañera y deje caer su cuerpo, podrá descolgar su mano y rozar con las puntas de sus dedos la piel chinita de cada uno de esos corazoncitos frutales. Quizás los estrangule uno a uno, con toda la fuerza del dolor, hasta que salga un delicado hilo de jugo rojo rubí brillante, que correrá por entre sus dedos, como los afluentes de un río, y terminará por fusionarse con el Mar Rojo sobre el porcelanato blanco y negro.


Ahora, Ernesto se dirige a la sala. Cae en cuenta que 10.000 discos se quedarán en el placard, esperando a que los escuche una vez más. Pero hay prisa y el reloj de plata ahora marca las once y treinta y seis. Es hora de marcharse, pero él lo piensa por segunda vez.

La foto de su estrella favorita, esa que tanto deseó en su soledad, el amor más grande que conoció, observa a Ernesto desde lo alto del mueble, enmarcada en un portarretratos de plata. Y es que él no puede quitarle los ojos de encima, hoy cumplirá su promesa. Juntos, viajarán a la vía Láctea, haciendo escala en un anillo de Júpiter o en una luna de Saturno. Al final del camino, se sentarán en el borde de un agujero negro y se servirán un mate, mientras reconocen sus corazones y se actualizan después de tantos años perdidos. Son las once y cuarenta y seis.


Entre el anhelo, la melancolía y la realidad, Ernesto se entretiene viendo la luz que su reloj de plata refleja en la punta de la espada de samurái que cuelga en la pared. Aquella arma representa la amenaza que Ernesto heredó de sus parientes, tiene el poder y la fuerza para recortar cables elásticos compuestos por fibras y membranas.


Ernesto ¡el reloj marca las doce y seis y comienza la música de los grillos! Es hora de que te sumerjas con camisa y pantalón, y desenfundes tu arma, perdón, tu alma; ahora, déjate mecer por el líquido amniótico de tu bañera, como si fuera la panza de una madre que contiene a su bebé. Es tan solo un baño Ernesto querido, ¡libérate de una vez por todas! Ya pronto serás parte del aire, al igual que yo.

FIN

Por: Mares Beira* (1981)

Contadora de historias por naturaleza. Periodista de profesión, lleva la literatura en su ADN, a tal punto que necesita expresarse a través de la escritura para vivir. Sus relatos se caracterizan por usar recursos retóricos de una manera poética, sensible, delicada y justa. Mares tiene el don de sazonar la realidad con pizcas de magia. Por eso, cualquier parecido con la realidad que el lector encuentre en sus cuentos, no es pura coincidencia. Actualmente vive en la Ciudad de México.


"Parte del aire" es el primer relato de esta autora en nuestro sitio web, publicado inicialmente el 9 de agosto en formato tipo ebook. Se destaca por un manejo poético del tiempo, donde cada una de sus figuras retóricas componen bellamente el ámbito de lo narrado. Mares Beira logra crear un vértigo seductor que atrapa, hasta el final, de manera sorprendente. Decidimos publicarlo de nuevo en este formato para facilitar su lectura.


© Todos los derechos reservados



La fatalidad puede ocurrir incluso cuando se esquivan los pasos que previamente parecían conducir a ella.


Diez años de gloria en esta labor clandestina me convirtieron en un mito para cada uno de mis detractores -entre ellos la policía nacional y un par de sabuesos privados que apenas han sospechado mi sombra- y al mismo tiempo me he convertido en la última salida de los desesperanzados. Analógicamente en un mito se convierte la razón por la cual mis servicios se han popularizado secretamente.

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Me han dicho que carezco de moral, que mi conducta obedece a una suerte de patología sin cura ni remedio. Sin embargo, la muerte de mis clientes no me conduce en ningún lugar de mi conciencia a un desborde de culpa o a algún arrepentimiento de tipo ético.


¡Los maté, sí! Lo hice sola. Yo, Laura, sola siempre. Cumplí a cabalidad, un ochenta por ciento de las ocasiones, con mi contrato. El veinte por ciento restante corresponde a situaciones en las que el propio cliente renunció a su idea. Es más, creo que si no fuera por mi diligente actuación en cada caso, no habrían llegado a mi buzón cientos de solicitudes desesperadas en busca de mis servicios. La fama de la que hoy gozo ha sido el fruto, supongo, de un esfuerzo mayor a lo largo de estos años y, aunque es clandestina, ha sido una fama ganada por mérito. Gracias a eso, hoy tengo el privilegio de contar con varios apartamentos en las ciudades más importantes del país y uno loft en Estados Unidos. También una casa de campo en la rivera mediterránea donde, en parte por ocio y en parte por merecido descanso, me desconecto un par de semanas cada seis meses.

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Al comienzo no me atrevía a negar el servicio, fuera el caso que fuera; por un lado me preocupaba mi sustento y por otro, temía que mi negativa motivara venganzas o me incurriera en demandas no formales o acusaciones que me perjudicaran o me retiraran de la esfera boyante del crimen. Pude haber dedicado mi vida a mi profesión, pero la electrónica me suponía menos aventura, riesgo, adrenalina, elementos insustituibles de mi corriente sanguíneo, en últimas de mi salud.


Hoy, pese a que gozo de una excelente condición física y que tengo una lista enorme de trabajos a la espera de ser aceptados, a mis treinta y nueve años, he decidido retirarme, me entregaré. No tengo hijos ni los tendré, mi relación con los hombres se limita al trato ordinario en la vida social, jamás me enamoraría de uno de ellos. Sólo me maquillé en los casos que urgía mimetizarse, pero en la vida no laboral mi piel goza de una frescura propia de una adolescente, aun cuando, sobre todo debajo de los ojos, unas arrugas tímidas delatan las décadas que llevo encima. No estoy cansada del oficio, tampoco temí jamás ser atrapada. La sombra de alguna celda reconstruirá mi semblante. He seducido a jueces y sobornado a policías y lo volvería a hacer si fuera necesario. Todo esto se acaba hoy porque he recibido una mala noticia. Lo que acabo de ver tras esa puerta confirma mi propia fatalidad. ¡Quisiera jamás haberme abierto al amor con ella, tampoco haberla seducido! Menos debí dejarla conocer las intenciones de su esposo. Quemaré el sobre que está en mi bolsillo sin abrirlo. No me debí involucrar con la futura viuda. Rompí todas mis normas. No la buscaré a ella. ¡Quisiera que el ascensor no se detuviera en el piso UNO y que me sacara definitivamente hacia el otro infierno donde no estén ni el amor, ni Eliana, trabajaré para borrar su recuerdo!


Agosto 24, Sección POLÍTICA:


«La ministra de educación, la Dra. Eliana Rodríguez de Trujillo entregó la noche anterior al señor presidente de la República su carta de renuncia. La prestigiosa abogada e ilustre educadora se desvincula del gobierno por “motivos personales” y ha manifestado que su decisión es irrevocable. Fuentes cercanas a la dirigente y a este diario han revelado que la ministra no sólo deja su cargo sino que abandona a su familia y se instaurará en Chile definitivamente. Hablamos con su esposo a quién también la decisión parece haberle caído de sorpresa: “No estoy enterado al respecto, pero dudo que Eliana tome una decisión como tal sin ni siquiera anunciármela” –aseguró. “Es cierto que en la familia pasamos por una crisis a la que no quiero referirme, pero todo ese supuesto cambio me parece no sólo demasiado absurdo sino prácticamente injustificable, debe ser alguna argucia de la oposición que quiere desestabilizar al gobierno metiéndose con una de las funcionarias más reconocida por su dedicación incansable en lo social. No olviden señores periodistas que la vida siempre resulta ser, más allá de sí misma, una contundente ironía”- agregó el esposo de la ministra.

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La cartera podría ser delegada al actual editor y ex constitucionalista Siro Benavides. Su experiencia en el ramo de la educación pública lo acredita como el más opcionado para asumir el cargo. Benavides estuvo a cargo del comisionado de gestión que planeó, diligenció y ejecutó el Plan Tres Mil de Educación. También fue rector por seis años de la Universidad Nacional José Restrepo del Norte, en cuyo cargo recibió no sólo la Acreditación Internacional de Educación que otorga La UNCEFA sino además numerosos premios a la calidad en prestación de servicios pedagógicos a nivel superior.»


° ° °

No lo puedes creer, el esposo de Eliana había solicitado tus servicios apenas hace un mes. Luego la conocerías a ella, qué dulzura. La llamada te pareció entonces muy extraña, su voz, su forma de expresarse, nada sugería estar realmente dictado por la conciencia de un hombre resuelto a morirse. Incluso acordó un aumento en la tarifa para adelantar la ejecución el día en que finiquitaron los detalles en la cafetería del centro de la ciudad donde precisaron la fecha. Faltaban apenas unas horas para enviarlo al cielo y recibir tu pago cuando leíste un correo electrónico –sugerido proféticamente once años antes por la canción “I´m open” (“Estoy abierto”) de Eddie Vedder:


CCO_______________________

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ASUNTO: Cancelación del contrato.


MENSAJE:

Señora Céspedes, sírvase dar como cancelado el contrato suscrito conmigo. Mi esposa sospecha sobre mi intención de abandonar el mundo. Por eso deseo seguir vivo y aspiro a resolver todos los asuntos de mi vida. Le tuve que confesar todo porque ella escuchó nuestra última conversación en la que acordábamos los últimos detalles. Por el pago de sus honorarios no debe preocuparse, hoy mismo recibirá un sobre con el total de dinero pactado más una suma de indemnización por cancelación del contrato, tal como acordamos el 22 de julio en la cafetería “El Toche”.


RESPONDER REENVIAR GUARDAR EN LISTA DE CONTACTOS


Prendiste el celular y te encontraste con doce llamadas perdidas y nueve mensajes de texto. Una de las cláusulas había sido expresamente no dejar mensajes en el celular, pero el asunto era de vida o muerte, literalmente. Te habías prometido nunca vincularte con la familia de los clientes y en lo posible nunca saber nada sobre ellos. Fallaste.


Corriste de inmediato al lugar donde sabías que estaba el señor Trujillo: su apartamento; dejaste un sensual pero corto masaje en las nalgas del celador del edificio con un billete de cincuenta mil pesos; oprimiste ansiosa seis veces el botón que traería el ascensor, luego oprimiste tres veces el número 17 y el botón de las flechas para cerrar las puertas. Te deslizaste al 1709 y encontraste la puerta apenas ajustada.


Adentro y sin vida, recostado en un diván curtido por el tiempo, encontraste el cuerpo de Pablo Trujillo Córdoba y en la mesa un sobre nutrido que parecía esperarte bajo el frasco de Prozac vacío. En el piso, una nota en una hoja casi transparente por el cúmulo de lágrimas; una hoja escrita con ese tipo de letra que reconocías plenamente había sido escrito por ella:

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“Pablo, te dejo, no por la irascibilidad que produce tu depresión, ni por las recientes discusiones en torno a tu comportamiento, tampoco por esa “fría infertilidad” que me atribuyes gracias a tu inagotable sarcasmo; si no porque me enamoré de la que será tu verdugo, de Laura, sí, a quien al comienzo conocí para rogarle que no lo hiciera y aunque mi vida es imposible con ella, lo es también contigo en adelante. Antes de que acaben o acabes con tu vida, me aparto yo misma de esta. Piénsalo.” Eliana.


Septiembre 31, Sección JUDICIAL:


Los primeros análisis del grupo de investigadores forenses de la fiscalía permiten suponer que el señor Pablo Alejandro Trujillo Córdoba, esposo de la ex-ministra de Educación –quien hasta el momento ha sido imposible de localizar- sufrió un infarto producido por la ingesta de 39 pastillas tranquilizantes. El juez que lleva el caso anunció incorporar el resultado definitivo de la investigación al expediente que se había abierto por supuesto homicidio culposo. La ingeniera Laura Céspedes Contreras ha sido desvinculada al proceso en su calidad de testigo con base en una revisión completa de llamadas y mensajes recibidos en su celular, e incorporada como “principal sospechosa” luego de su indagatoria. La señora Céspedes confesó una serie de crímenes que hacen parte de una vigorosa empresa criminal en la última década. También negó el auxilio de un abogado a si fuera de oficio.. Se han abierto setenta nuevos casos en contra de esta “mujer sicario” dada la calidad de sus confesiones. A la salida del Búnker, debidamente esposada y escoltada, Céspedes sostuvo frente a los medios, con una voz helada: “En este caso, se me adelantaron”. FIN

° ° °


Autor: Luis Felpe Jiménez (1976). Bogotá, Septiembre de 2007.


Por: Luis Felipe Jiménez* (1976)


Mi nombre es Irene, soy paramédica y soy enfermera de vocación. Eso estudié gracias a un préstamo que pude terminar de pagar apenas hace poco. Mi vida ha sido siempre la de una persona que le gusta servir, desde niña. La verdad es que por plata no pude ser lo que yo más quería ser: cirujana. Pero ya no trabajo en el sector salud, me echaron.


La historia que voy a contarles a continuación me ocurrió a mí, nada es inventado. La vida no es dura, es dolorosa. Sólo porque pasó hace un tiempo es que… ahora puedo contarla… es una historia de dolor.

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Hoy en día trabajo cuidando a doña Bertha, una abuelita lo más de linda que sufre de un cáncer porque mi Dios le quiso dar ese regalo quién sabe por qué. Ella se va a morir pronto, Dios no me oiga, y yo quedaré sin empleo hasta que consiga algo para subsistir.


Vivía con mi mamá en el barrio Palermo en Bogotá, allá no es que fuéramos súper felices, pero vivíamos bien. A papá dejé de verlo cuando tenía 7 años, lo recuerdo, bueno, recuerdo que le pegaba a mi mamá, ella es muy valiente y decidió que lo mejor era abandonarlo. Toda la educación que tengo es gracias a ella, no ha habido en el mundo nadie más valiente que mi mamá. Yo trabajaba en una ambulancia con turnos muy exigentes, pero ganaba bien. Servir hace parte de mí.


Lo único malo de mi trabajo en la ambulancia era que no tenía mucho tiempo para leer, siempre me ha gustado leer, mi escritora preferida es Ángela Becerra, ustedes deben conocerla. Una vez casi renuncio porque, aunque era mi profesión, en la ambulancia tenía que ver mucho dolor, heridos muy graves.

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Me habían dicho que uno se acostumbra y es cierto, pero a veces uno se deprime de ver tanta injusticia, que Dios me perdone, pero a Él siempre le reclamé. No era justo ver a niños tan enfermitos. Al quinto mes de trabajar en la ambulancia, se nos murieron tres pacientes y eso que nosotros, sobre todo con mi último compañero, Jairito, hacíamos nuestro trabajo muy bien.


Una tarde llegó a nuestras vidas algo más grande y poderoso que nosotros y nuestras buenas intenciones. Llegó la tentación del diablo o llegó el diablo mejor dicho. Llegó a seducirnos con un sueldo igual al que ganábamos, pero debajo de cuerda. Y tanto Jairito como yo no dudamos en aceptar. Eran dos sueldos más las bonificaciones, ustedes entienden. En serio, de verdad, eso fue el diablo que se nos metió a la ambulancia.


El dinero no lo es todo, eso dice la gente, pero cuando lo tienes en frente, es difícil rechazarlo. Aceptamos la propuesta de trabajar sólo para una clínica al noroccidente de la ciudad. Es decir, nosotros recibíamos el llamado de la central por personas graves ubicadas no sólo en el norte, muchas veces eran personas en estado grave que vivían al sur.

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Pues íbamos, las recogíamos y las llevábamos a la misma clínica, al norte. No importaba si había clínicas más cercanas. Mejor dicho, la prioridad no era el paciente sino la clínica. Por cada paciente de otra zona que llevábamos, se nos anotaba un positivo en una planilla que manejamos sólo por whatsapp.


Esos positivos en la planilla nos daban ciertos beneficios, como media jornada de compensatorio extra, también bonos para reclamar en supermercados.


La planilla, claro, no registraba ni nuestros nombres ni el nombre de la clínica, todo estaba oculto en un código que sólo nosotros conocíamos. Era una mafia, hoy tengo que aceptarlo, yo hacía parte de una mafia, una mafia siniestra.

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Irene comienza a sentir que sus ojos son llamados por el llanto.


Así trabajé por casi dos años, sobre todo porque pensaba ahorrar para pagarle a mi mamita un tratamiento especial para su cáncer.


Mamita… tan hermosa ella... tuve que contratar a una colega enfermera para que la acompañara y le colaborara porque además del cáncer ella sufría de artritis y había días que ni moverse podía, mi mamita, Dios, te la llevaste, por mi culpa, mi mamita...


Irene Bustos Mendoza, 31 años, enfermera de profesión, servidora de pasión, paramédica especialista en urgencias hospitalarias, rompe en llanto, se desarma. No puede relatar más, es el dolor de su madre, sumado al suyo, el que le secan sus palabras.


Irene lo intenta, pero no puede continuar con su relato. Es el llanto y la culpa la que la tienen a punta de antidepresivos desde aquel día que Raquel Mendoza de Bustos, su madre, falleció.


Sábado 21 de agosto, SECCIÓN JUDICIAL


Descubierta banda delincuencial del sector salud en la ciudad de Bogotá. Ha sido imposible determinar cuántas personas han muerto en este tenebroso negocio que involucra a una red de ambulancias, una clínica y a funcionarios de la línea de atención a urgencias.


”La mafia de las ambulancias ha sido desenmascarada”, dice el Coronel Justo Fernández, comandante del Comando 2 de Inteligencia Policial. “Veníamos tras la pista del líder de esta banda de delincuentes que jugaban con la vida de la gente.


“Tenemos capturado al director de la Clínica Barbosa, se encuentra en indagatoria y gracias a la labor de la Fiscalía pudimos dar con tres líderes más de esta banda del hampa que traficaban con los enfermos en la ciudad”, sostuvo el coronel.


Fuentes indican a este medio que la Fiscalía sigue investigando si hay mas bandas de la muerte como estas en otras ciudades del país.


Irene respira profundo y suelta el periódico. El papel cae y deja ver, en el suelo, una pequeña foto de su madre que alguna vez extravió por andar de afán en afán.


Este gesto del destino parece decirle a Irene “ya no mires más noticias, deja el periódico ahí, haz algo, tú tienes el valor, hazlo por ella, tu viniste al mundo para salvar vidas, ella te lo agradecerá”.


-"Doctor, yo sólo quiero que se me garanticen mis derechos, sé cómo funcionaba todo, yo hacía parte de la red. Sé que no era sólo una clínica, pero yo sólo trabajaba para una". Le puedo dar nombres, le puedo mostrar al juez o a los fiscales mis planillas en whatsapp y… descifrarles el código, así lo llamaba el ingeniero que contrataron para las planillas secretas.


El abogado analiza las posibilidades de rebaja de pena por delación, piensa en cómo buscar las mejores condiciones de reclusión para Irene, la escucha atentamente mientras observa cómo la ansiedad se apodera de ella.


-“Bueno, pero cuénteme por qué quiere confesar, a usted no la están buscando, ellos quieren a las cabezas de esta organización, a usted la podemos presentar como una víctima de todo eso”. Podemos decir, no sé, que la obligaron y que para no perder su empleo usted simplemente cumplió órdenes, podemos estar ganándonos buenas rebajas, Irene, en este negocio hay que delatar para ganar beneficios ¿sí me entiende?”


-“Doctor, yo soy responsable, yo pude convencer a Jairito para que no lleváramos más gente a esa clínica. Tuvimos dos muertos en la ambulancia que tal vez se hubieran salvado si los hubiéramos llevado a una clínica más cercana”.


-“Entiendo sus razones, Irene, aún así no es razón para entregarse así, podemos ajustar su versión, créame que en derecho todo se puede, eso es carreta de colegas que se las dan de pulcros y sostienen que lo importante son los hechos”.


El abogado no está preparado para ayudarle con convicción. Sobre este tinterillo pesa la sospecha que llegado el momento compró dos notas a profesores en el último semestre de su carrera. Éticamente está impedido para oficiar en la administración de justicia.


“Doctor hay una razón más fuerte, es mi mamá”.


“¿Qué le pasa a su madre”, Irene, cuénteme con confianza que en estos casos cualquier información adicional puede ser útil.


“Mi mamá falleció, doctor, por mi culpa”.


“¿Cómo así que por su culpa? ¿usted la mató?”


“No doctor, yo no la maté pero fue como si yo la matara. Ella me llamó y yo estaba en la ambulancia, estaba cerca y todo, no fui por ella, se me estaba muriendo y no hice nada”.


Irene traga saliva e intenta controlar el llanto.


-“Cómo así, por qué no la ayudó”. El abogado se muestra cada vez más intrigado.


-“Porque llevábamos en la ambulancia a un doctor muy importante, a un político que necesitaba llegar rápido al centro, creo que era un senador o un político de esos, estaba con la moza, así le decía él cuando hablaba con Jairito”.


El abogado le quitó la mirada, miró al suelo y recordó a su amante, quedó de llamarla el día anterior y no lo hizo. “Esa vieja ya no debe estar esperando mi llamada”, pensó.


-“Nos pagó siete millones de pesos a cada uno, no sé de dónde sacó mi celular, pero creo que debe ser amigo de alguien en la clínica porque yo mi celular trato de no dárselo a nadie”.


-“¿Entonces no alcanzó a recoger a su mamá por llevar a este político? ¿Cuál político es?”


-“No alcancé doctor, cuando llegué ya estaba muerta, Jairito y el otro paramédico, Óscar, intentaron revivirla, pero no pudieron, yo quedé en shock, no volví a hablar sino como al tercer día. Ni lágrimas me salían, casi no podía dormir.


-"¿Cómo se llama el senador? ¿Es senador o representante a la Cámara?"


El abogado no muestra ningún tipo de empatía por el duelo de su cliente, le parece más importante la noticia del político que hizo uso del servicio de la ambulancia para esquivar el trancón. Cree que ahí puede sacar una tajada si logra vincularse con el político dado el grado de importancia del secreto que acaba de escuchar.


-"Yo no sé, Doctor, un es uno de esos que dicen que quiere ser presidente, a mí la política no me gusta yo nunca voto. No me sé los nombres y ese día todo fue como en secreto, usted entiende, la que sí me cayó bien fue la novia del tipo, le sacó su buena plata al final cuando se despidieron, al menos la plata del pueblo que vuelva al pueblo. Pero doctor ¿sí me entiende? Se me murió mi mamita por mi culpa, yo la maté…"


Irene toma un poco de aire y corrige…


-"Yo no la maté, yo no la maté, eso me pide el psicólogo que repita, y también el doctor ese que me colabora… tuve que ir a donde un… un psiquiatra y desde eso me tomo estas pastillas que me ayudan a dormir". FIN

Felipe es Editor de El Relato del Domingo

Fotos: Rodnae productions, Laura James, EVG Culture y Pavel Danilyuk

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