Por: Luis Felipe Jiménez* (1976)
Mi nombre es Irene, soy paramédica y soy enfermera de vocación. Eso estudié gracias a un préstamo que pude terminar de pagar apenas hace poco. Mi vida ha sido siempre la de una persona que le gusta servir, desde niña. La verdad es que por plata no pude ser lo que yo más quería ser: cirujana. Pero ya no trabajo en el sector salud, me echaron.
La historia que voy a contarles a continuación me ocurrió a mí, nada es inventado. La vida no es dura, es dolorosa. Sólo porque pasó hace un tiempo es que… ahora puedo contarla… es una historia de dolor.
Hoy en día trabajo cuidando a doña Bertha, una abuelita lo más de linda que sufre de un cáncer porque mi Dios le quiso dar ese regalo quién sabe por qué. Ella se va a morir pronto, Dios no me oiga, y yo quedaré sin empleo hasta que consiga algo para subsistir.
Vivía con mi mamá en el barrio Palermo en Bogotá, allá no es que fuéramos súper felices, pero vivíamos bien. A papá dejé de verlo cuando tenía 7 años, lo recuerdo, bueno, recuerdo que le pegaba a mi mamá, ella es muy valiente y decidió que lo mejor era abandonarlo. Toda la educación que tengo es gracias a ella, no ha habido en el mundo nadie más valiente que mi mamá. Yo trabajaba en una ambulancia con turnos muy exigentes, pero ganaba bien. Servir hace parte de mí.
Lo único malo de mi trabajo en la ambulancia era que no tenía mucho tiempo para leer, siempre me ha gustado leer, mi escritora preferida es Ángela Becerra, ustedes deben conocerla. Una vez casi renuncio porque, aunque era mi profesión, en la ambulancia tenía que ver mucho dolor, heridos muy graves.
Me habían dicho que uno se acostumbra y es cierto, pero a veces uno se deprime de ver tanta injusticia, que Dios me perdone, pero a Él siempre le reclamé. No era justo ver a niños tan enfermitos. Al quinto mes de trabajar en la ambulancia, se nos murieron tres pacientes y eso que nosotros, sobre todo con mi último compañero, Jairito, hacíamos nuestro trabajo muy bien.
Una tarde llegó a nuestras vidas algo más grande y poderoso que nosotros y nuestras buenas intenciones. Llegó la tentación del diablo o llegó el diablo mejor dicho. Llegó a seducirnos con un sueldo igual al que ganábamos, pero debajo de cuerda. Y tanto Jairito como yo no dudamos en aceptar. Eran dos sueldos más las bonificaciones, ustedes entienden. En serio, de verdad, eso fue el diablo que se nos metió a la ambulancia.
El dinero no lo es todo, eso dice la gente, pero cuando lo tienes en frente, es difícil rechazarlo. Aceptamos la propuesta de trabajar sólo para una clínica al noroccidente de la ciudad. Es decir, nosotros recibíamos el llamado de la central por personas graves ubicadas no sólo en el norte, muchas veces eran personas en estado grave que vivían al sur.
Pues íbamos, las recogíamos y las llevábamos a la misma clínica, al norte. No importaba si había clínicas más cercanas. Mejor dicho, la prioridad no era el paciente sino la clínica. Por cada paciente de otra zona que llevábamos, se nos anotaba un positivo en una planilla que manejamos sólo por whatsapp.
Esos positivos en la planilla nos daban ciertos beneficios, como media jornada de compensatorio extra, también bonos para reclamar en supermercados.
La planilla, claro, no registraba ni nuestros nombres ni el nombre de la clínica, todo estaba oculto en un código que sólo nosotros conocíamos. Era una mafia, hoy tengo que aceptarlo, yo hacía parte de una mafia, una mafia siniestra.
Irene comienza a sentir que sus ojos son llamados por el llanto.
Así trabajé por casi dos años, sobre todo porque pensaba ahorrar para pagarle a mi mamita un tratamiento especial para su cáncer.
Mamita… tan hermosa ella... tuve que contratar a una colega enfermera para que la acompañara y le colaborara porque además del cáncer ella sufría de artritis y había días que ni moverse podía, mi mamita, Dios, te la llevaste, por mi culpa, mi mamita...
Irene Bustos Mendoza, 31 años, enfermera de profesión, servidora de pasión, paramédica especialista en urgencias hospitalarias, rompe en llanto, se desarma. No puede relatar más, es el dolor de su madre, sumado al suyo, el que le secan sus palabras.
Irene lo intenta, pero no puede continuar con su relato. Es el llanto y la culpa la que la tienen a punta de antidepresivos desde aquel día que Raquel Mendoza de Bustos, su madre, falleció.
Sábado 21 de agosto, SECCIÓN JUDICIAL…
Descubierta banda delincuencial del sector salud en la ciudad de Bogotá. Ha sido imposible determinar cuántas personas han muerto en este tenebroso negocio que involucra a una red de ambulancias, una clínica y a funcionarios de la línea de atención a urgencias.
”La mafia de las ambulancias ha sido desenmascarada”, dice el Coronel Justo Fernández, comandante del Comando 2 de Inteligencia Policial. “Veníamos tras la pista del líder de esta banda de delincuentes que jugaban con la vida de la gente.
“Tenemos capturado al director de la Clínica Barbosa, se encuentra en indagatoria y gracias a la labor de la Fiscalía pudimos dar con tres líderes más de esta banda del hampa que traficaban con los enfermos en la ciudad”, sostuvo el coronel.
Fuentes indican a este medio que la Fiscalía sigue investigando si hay mas bandas de la muerte como estas en otras ciudades del país.
Irene respira profundo y suelta el periódico. El papel cae y deja ver, en el suelo, una pequeña foto de su madre que alguna vez extravió por andar de afán en afán.
Este gesto del destino parece decirle a Irene “ya no mires más noticias, deja el periódico ahí, haz algo, tú tienes el valor, hazlo por ella, tu viniste al mundo para salvar vidas, ella te lo agradecerá”.
-"Doctor, yo sólo quiero que se me garanticen mis derechos, sé cómo funcionaba todo, yo hacía parte de la red. Sé que no era sólo una clínica, pero yo sólo trabajaba para una". Le puedo dar nombres, le puedo mostrar al juez o a los fiscales mis planillas en whatsapp y… descifrarles el código, así lo llamaba el ingeniero que contrataron para las planillas secretas.
El abogado analiza las posibilidades de rebaja de pena por delación, piensa en cómo buscar las mejores condiciones de reclusión para Irene, la escucha atentamente mientras observa cómo la ansiedad se apodera de ella.
-“Bueno, pero cuénteme por qué quiere confesar, a usted no la están buscando, ellos quieren a las cabezas de esta organización, a usted la podemos presentar como una víctima de todo eso”. Podemos decir, no sé, que la obligaron y que para no perder su empleo usted simplemente cumplió órdenes, podemos estar ganándonos buenas rebajas, Irene, en este negocio hay que delatar para ganar beneficios ¿sí me entiende?”
-“Doctor, yo soy responsable, yo pude convencer a Jairito para que no lleváramos más gente a esa clínica. Tuvimos dos muertos en la ambulancia que tal vez se hubieran salvado si los hubiéramos llevado a una clínica más cercana”.
-“Entiendo sus razones, Irene, aún así no es razón para entregarse así, podemos ajustar su versión, créame que en derecho todo se puede, eso es carreta de colegas que se las dan de pulcros y sostienen que lo importante son los hechos”.
El abogado no está preparado para ayudarle con convicción. Sobre este tinterillo pesa la sospecha que llegado el momento compró dos notas a profesores en el último semestre de su carrera. Éticamente está impedido para oficiar en la administración de justicia.
“Doctor hay una razón más fuerte, es mi mamá”.
“¿Qué le pasa a su madre”, Irene, cuénteme con confianza que en estos casos cualquier información adicional puede ser útil.
“Mi mamá falleció, doctor, por mi culpa”.
“¿Cómo así que por su culpa? ¿usted la mató?”
“No doctor, yo no la maté pero fue como si yo la matara. Ella me llamó y yo estaba en la ambulancia, estaba cerca y todo, no fui por ella, se me estaba muriendo y no hice nada”.
Irene traga saliva e intenta controlar el llanto.
-“Cómo así, por qué no la ayudó”. El abogado se muestra cada vez más intrigado.
-“Porque llevábamos en la ambulancia a un doctor muy importante, a un político que necesitaba llegar rápido al centro, creo que era un senador o un político de esos, estaba con la moza, así le decía él cuando hablaba con Jairito”.
El abogado le quitó la mirada, miró al suelo y recordó a su amante, quedó de llamarla el día anterior y no lo hizo. “Esa vieja ya no debe estar esperando mi llamada”, pensó.
-“Nos pagó siete millones de pesos a cada uno, no sé de dónde sacó mi celular, pero creo que debe ser amigo de alguien en la clínica porque yo mi celular trato de no dárselo a nadie”.
-“¿Entonces no alcanzó a recoger a su mamá por llevar a este político? ¿Cuál político es?”
-“No alcancé doctor, cuando llegué ya estaba muerta, Jairito y el otro paramédico, Óscar, intentaron revivirla, pero no pudieron, yo quedé en shock, no volví a hablar sino como al tercer día. Ni lágrimas me salían, casi no podía dormir.
-"¿Cómo se llama el senador? ¿Es senador o representante a la Cámara?"
El abogado no muestra ningún tipo de empatía por el duelo de su cliente, le parece más importante la noticia del político que hizo uso del servicio de la ambulancia para esquivar el trancón. Cree que ahí puede sacar una tajada si logra vincularse con el político dado el grado de importancia del secreto que acaba de escuchar.
-"Yo no sé, Doctor, un es uno de esos que dicen que quiere ser presidente, a mí la política no me gusta yo nunca voto. No me sé los nombres y ese día todo fue como en secreto, usted entiende, la que sí me cayó bien fue la novia del tipo, le sacó su buena plata al final cuando se despidieron, al menos la plata del pueblo que vuelva al pueblo. Pero doctor ¿sí me entiende? Se me murió mi mamita por mi culpa, yo la maté…"
Irene toma un poco de aire y corrige…
-"Yo no la maté, yo no la maté, eso me pide el psicólogo que repita, y también el doctor ese que me colabora… tuve que ir a donde un… un psiquiatra y desde eso me tomo estas pastillas que me ayudan a dormir". FIN
Felipe es Editor de El Relato del Domingo
Fotos: Rodnae productions, Laura James, EVG Culture y Pavel Danilyuk
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