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-A Adriana le fascinan los perros y los recoge en cualquier parte. Ya no le cabe un perrito más a esta casa, pero no hay forma de decirle nada porque se molesta, ella tiene un corazón muy grande y generoso.

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Adriana Grosso y Álvaro Miranda

Cuando timbré para avisar que había llegado, de inmediato se desataron los ladridos de aquellos perros sobre cuya presencia había estado advertido en una charla telefónica. El poeta Álvaro Miranda había aceptado conversar conmigo sobre mi proyecto de tesis en la carrera de Estudios Literarios. Me citó en su casa ubicada en el barrio Palermo en Bogotá, muy cerca a la Clínica que lleva el mismo nombre.


Por alguna razón que sigo investigando, los perros encuentran en mí una particular atracción y siempre, sin excepción, salen a buscarme. En reuniones con muchas personas, tanto perros como gatos tienden a acercarse y hasta a echarse al lado de mis pies como si yo les ofreciera un calor particular o algo en mi humor los atrayera especialmente. Esto me ha traído unos buenos sustos con perros cuya energía al principio encontré feroz, pero luego de la aclaración de sus cuidadores, comprendí que los animalitos estaban “jugando”. Adriana Grosso, la esposa de Álvaro, parecía tener la convicción amorosa de montar una fundación de ayuda canina y ciertamente el número de perritos crecía cada vez que los visitaba con mi morral de estudiante universitario. Al comienzo, para tenerlos siempre a la vista traté de entender dónde ubicaban a esos perritos, pero curiosamente, advertida por mi llegada, Adriana se encargaba de llevarlos a una habitación o a un patio o a la cocina o no se a dónde de tal forma que su presencia no alterara el poco tiempo que podríamos tener para la reunión “académica”. No sobra aclarar que no es sencillo trabajar cuando más de ocho perros están cotínuamente jugando, saltando y ladrando a tu alrededor.


La generosidad intelectual del poeta Miranda me dio la confianza para saber desde el primer minuto que él era la persona indicada para ser mi tutor en el proceso del proyecto de grado con el que optaría para graduarme como Profesional en Estudios Literarios.


La primera charla duró más de lo que ambos habíamos planeado y cada una de mis preguntas sobre su historia de vida, su obra, sus métodos de escritura, su poesía, era ampliada generosamente por alusiones a marcos históricos sobre los cuales yo tenía vaga consciencia. No dudé en preguntarle sobre aspectos personales de autores reconcidos en el ámbito literario y con quienes él se había encontrado en su vida. Hablamos sobre la locura y genialidad de Raúl Gómez Jattin; la generosidad de María Mercedes Carranza; sobre su amistad con José Luis Díaz Granados; sobre la inteligencia social del poeta Álvaro Mutis; sobre la disciplina de su amigo Cobo Borda; sobre mis profesores, los poetas Jaime García Maffla, Augusto Pinilla y cómo no, sobre Henry Luque, el profesor que recién había fallecido justo un corto tiempo después de haber aceptado dirigir mi proyecto de investigación.


Cuatro miembros de la Generacion Sin nombre en homenaje a Héctor Rojas Herazo en el restaurante Guiseppe Verdi. Sentados: Adriana Grosso, Héctor Rojas Herazo, Sara González. De pie: Álvaro Miranda, José Luis Díaz Granados, Augusto Pinilla y Henry Luque Múñoz.
Cuatro miembros de la Generación Sin Nombre en homenaje a Héctor Rojas Herazo. Sentados: Adriana Grosso, Héctor Rojas Herazo, Sara González. De pie: Álvaro Miranda, José Luis Díaz Granados, Augusto Pinilla y Henry Luque Múñoz.

En el transcurso del proceso de investigación visité varas veces aquella casa en el Barrio Palermo. A los perros en la casa del poeta Miranda terminé acostumbrándome en las siguientes visitas. Los perritos también se acostumbraron a mí y mi presencia dejó de ser la de un intruso para ellos. En el patio interno, un árbol de brevo se llevó siempre mi atención mientras escuchaba los relatos del poeta. Me parecía fascinante que en un sector tan transitado, resistiera en medio de una casa antigua, un árbol al que decidieron no sacrificar ni los arquitectos de la misma, ni los dueños que la edificación tuvo antes que Adriana, Álvaro y sus hijas la habitaran. Sobre la casa supe después que tenía una triste historia de tipo familiar sobre la cual no me interesa hacer énfasis en este homenaje.


Fue muy poco académico el método de investigación para la elaboración del ensayo que presentaría unos meses después y que fue admitido para defenderse a través de una intensa sustentación donde, como jurado, estaba Augusto Pinilla, el poeta con el que vi la Cátedra de Kafka por allá en el cuarto semestre de la carrera, además de otras materias. Como profesor, Pinilla era extraordinario y escucharlo disertar resultaba fascinante. Como jurado fue implacable y me botó, para corcharme, más de una pregunta compleja que supe sortear con la seguridad de haber hecho bien la investigación.


Aunque Álvaro Miranda fue docente de historia en un reconocido colegio de Bogotá y también ofició como maestro en una universidad, su rigor intelectual no era acartonado ni obedecía a los típicos afanes metodológicos de otros de mis profersores con quienes, por diversas razones, no pude trabajar para mi proyecto de grado. Cada uno de sus consejos venía con un pequeño relato lleno de detalles minuciosos, referencias históricas precisas y hasta citas textuales al mejor estilo de Borges. La erudición del poeta Miranda me descrestó y me animnó más a incorporar lecturas que no había abordado en el transcurso de la carrera.


Visitamos recurrentemente la Bibioteca Luis Ángel Arango y la Biblioteca Nacional, donde Álvaro tenía algunos privilegios para acceder a ciertos materiales. Como ya lo conocían y había demostrado respeto por el material, le daban acceso de inmediato a periódicos, revistas y a algunos libros sin el engorroso trámite dispuesto en la normativa de la Biblioteca para garantizar el cuidado del material.


El primer gran consejo del poeta fue: “Mira Luis Felipe, detente un momento en la recopilación de material sobre el autor, para un poco en la lectura teórica, luego te ocupas de la crítica literaria oficial, necesitas ubicarte en su momento. Mira en esta revista cómo venden el jabón, mira en estas fotos cómo se visten las personas. Necesito que estés allí y para eso te voy a contar unas historias del contexto en el que surgió el Nadaísmo. Sobre el marco teórico trabajamos después, no te preocupes”. El tema que escogé fue la poesía de Jaime Jaramillo Escobar, el gran poeta nadaísta.


Poco a poco fui adaptándome a la manera que tenía el poeta Miranda de ver los hechos, a su curiosa mirada. Registraba en mi cuaderno de apuntes cada dato suuyna de las o, cada preguntas que invitaba a hacerme. En ocasiones solía expresarse poéticamente hasta en el intercambio trivial de un consejo personal. Sus palabras eran melodías incluso en lo más superfluo.


En una visita a Colombia del prestigioso colombianista James Alstrum, como parte de su asesoría para mi trabajo, Álvaro me pidió que lo acompañara a la charla con estadounidense. La Risa del Cuervo, su novela más reconocida, era uno de los textos que Alstrum destacaba con entusiasmo.

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Der a izq: Adriana Grosso, James Alstrum, Álvaro Miranda y Luis Felipe Jiménez

-Mira Luis Felipe, Alstrum tiene una imprecisión sobre cómo nos llamábamos nosotros. Hay un debate si nosotros somos la Generación Sin Nombre, la Generación Desencantada de Golpe de Dados… y él optó por considerarnos eso, la Generación Desencantada de Golpe de Dados… y yo creo que no todos estuvieron totalmente de acuerdo con ese rótulo, pero eso no importa realmente.”


Aunque no resulta efectivo observar los aportes de cada generación a la historia de la literatura colombiana desde la precaria perspectiva histórico-lineal, hay que decir que la generación de Miranda, ese grupo de juiciosos intelectuales son efectivamente los que siguieron al Nadaísmo y de alguna forma lo rechazaron por considerarlo, con contadas excepciones, “flojo” en el fondo y rico en el escándalo. Sobre los Nadaísrtas, sin enmbargo, ninguno de los de las siguientes generaciones reprochó el ineludible aporte de la poesía de Jaime Jaramillo Escobar y por eso, tanto Luque Muñoz, como Miranda convalidaron mi objetivo de abarcar su obra en mi investigación.


Muchos consejos me dio el poeta Miranda, no sólo sobre la literatura, la historia o la poesía. Cuando le pregunté por qué mi universidad no lo contrataba formalmente como profesor me dijo que al no tener el título de maestría se le habían cerrado muchas puertas.


Luis Felipe, cuando te gradues no te quedes sólo con el título del pregrado, haz una maestría si puedes pagarla o consigues una beca o un financiador. No te detengas, sigue escribiendo siempre, esfuérzate siempre por escribir mejor. Sigue leyendo y escribienddo. Sigue estudiando porque cada vez se van cerrando más las puertas para los que no tenemos ciertos títulos. Seguí su consejo y pese a varias dificultades me gradué de una maestría unos años después. He seguido estudiando, aprendiendo en varios ámbitos y sobre todo, he seguido escribiendo.


Adriana Grosso y Álvaro emprendieron en el mundo editorial y publicaron varios libros. La tremenda investigación sobre la historia del trigo en Colombia titulada "Colombia, la senda dorada del trigo. Episodios de molineros, pan y panaderos." fue publicada por su sello editorial Thomas de Quincy Editores Ltda. y es quizá el documento mas completo que existe en nuestro país sobre ese tema.

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Pocos saben que ellos tenían además una panadería. Álvaro era un disciplinado estudioso, un historiador ejemplar. Un potente narrador y un sensible y agudo poeta. Un ser amigable y generoso que nunca buscó cobrar fama ni prestigio, mucho menos se interesó por los titulares en los medios o el aplauso del reconocimiento público.

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La anécdota sobre las condiciones de creación de “La Risa del Cuervo” no es un relato privado y puede conocerse por enytrevistas a personas que lo conocieron o a a través del testimonio que dejó Álvaro Miranda en conversaciones que ya están publicadas en internet. Sobre ese proceso creativo hablaremos en el Taller de Escritura Creativa, entre otras cosas.

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Llegó el momento de sentarme a escribir en forma sobre toda la información que frecoplié gracias a las técnicas del poeta Miranda. Tenía un avasallador cúmulo de información que necesitaba curar porque no todo cabría en los límites establecidos para los trabajos de grado. Lo llamé y le dije: Álvaro en dos semanas nos vemos para que conozcas los avances.


Un jueves, cuando faltaba un día y un fin de semana para que se venciera el plazo de entrega del trabajo de grado, timbré de nuevo en la casa de Álvaro. Del segundo piso de aquella casa en Palermo bajó con el pelo mojado, recién peinado. Tenía la camisa por fuera y con la generosidad de siempre me invitó a entrar.


-No puedo Álvaro, debo ir a preguntar por unos trámites. Te dejo mi trabajo de grado, el lunes debo entregarlo.


El poeta me regañó. No se compadecía con su trabajo que yo le llegara ya con el trabajo definitivo y menos con tan poco tiempo para revisarlo. Estábamos contra el tiempo y me la jugué. El domingo me llamó para que corrigiera un par errores que había cometido y unas sugerencias en el orden de los capítulos. Corregí y el lunes a primera hora entregué el ensayo. Un poco más de un mes después me llamaron a defenderlo en la sustentación. Mi título como profesional en estudios Literarios recibió una mención honorífica y el trabajo de grado fue vital para ese reconocimiento. Sin el poeta Álvaro Miranda, eso no habría sido posible.


Comparto este especial de la Sección Cultural del Banco de la Repoública donde puedes conocer al poeta Álvaro Miranda:



Estuve pensando en este momento desde abril del año pasado. Cambié las palabras unas cuarenta veces sobre el discurso de cinco minutos que tiene establecido el protocolo. Pensé en decirlas con los ojos cerrados, de memoria, con los ojos abiertos, mirando hacia arriba, hacia abajo. Vencido nunca, fue lo que me prometí. La dignidad será lo único que no me arrebaten.


Para que este momento fuera posible estuve protegido por el Estado en todos los ámbitos. Conocí la bondad, la empatía en mis cuidadores, desde los médicos, el equipo de psicólogos, las tres fisioterapeutas y un pastor con quien comprendí lo que los cristianos entienden por el temor a Dios. Yo no le temo, ni soy cristiano, pero puedo ponerme del lado del pastor que también me ayudó para interceder sobre la calidad de los alimentos que comencé a recibir cuando enfermé del colon.


Aquella noche fui yo el que la llevó al hospital, fui yo quien la encontró, pero ninguna defensa pudo demostrar que otro fuera el culpable sobre su asesinato. La justicia es algo que dejé de esperar cuando recibí mi condena, el día más triste de toda esta aventura. Me negué a contratar un abogado y el que llevó el caso tuvo siempre de parte mí la única versión sobre los hechos. No negocié nada, sostuve mi versión, la única, siempre. Y aunque se trata de la justicia sobre una víctima, acá realmente ha habido dos víctimas: Marcela Lannel y yo. Ella no puede volver para contar lo que sucedió. No hay ningún registro fílmico, ningún rastro de adn, ninguna pista que lleve al asesino real.


El confinamiento al que he sido sometido me ha hecho extrañar la libertad y más que la realidad sobre la posibilidad de moverme, extraño la noche. Hace 8 años no veo las estrellas. La luna es una nostalgia.


Las únicas palabras que me escucharon todos los presentes son: “gracias, no fui yo”.


Hace un minuto y veinte segundos inyectaron un químico en mis venas que suspenderá mi corazón y me ahogará luego de un aparente sueño que no ha llegado como dijeron. Dicen que no voy a sentir nada extraño. Es hora de irme, donde quiera que sea la siguiente estación será mejor que esta. No parece, pero vuelvo a la libert… FIN


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Autor: Felipe Jiménez @Felipepoet (1976)

Cuento corto escrito en Bogotá, Colombia el 2 de marzo de 2019.

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