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Esta es una despedida...


Adiós, Auf Wiedersehen, Au revoir, Addio, Adeus, 再见 (Zài jiàn) tik tok.


Esta es una despedida. Chao Tik Tok
Chao tik tok

Cuando comencé la primera carrera universitaria me dijeron en mi alma mater: “acá le abrimos un correo electrónico personalizado”. Luego supe que era un requisito. No había llegado la internet a nuestras vidas cotidianas y nuestro acceso a este cambio tecnológico comenzó a estar supeditado a la intransigencia de los operadores telefónicos: si llamaban a tu casa, se te desconectaba la internet.


Teníamos pocos minutos para “navegar” en interfaces extrañas donde había mucha información no lineal. Ninguno de nosotros estábamos todavía acostumbrados a leer en hipertexto digital y cuando consultábamos fuentes, como las enciclopedias en papel, para llegar a una segunda información valiosa, tardábamos más tiempo que el que tardamos ahora. Eso que queríamos encontrar estaba casi siempre en otro libro, en otro capítulo, en otra página. Como un tesoro.


Así comenzó mi vida universitaria.


Durante mi bachillerato teníamos acceso a unos computadores muy bonitos, eficientes y “modernos” que nos servían para procesar textos y para memorizar canciones. Escribir las letras de canciones en inglés e imprimirlas, fue mi primera relación con el texto en ese lengua, sin la determinación de la profesora de inglés, es decir, por iniciativa propia. La idea, claro, fue de mi amigo Álvaro, un pionero; uno de esos genios que superó las expectativas el mundo académico, para crear. Un artista en el más amplio sentido de la palabra.


Lo primero que le dije a un compañero de la carrera fue: “yo no me voy a meter a internet hasta que cambiemos de siglo”. Me parecía que tanta información en una sola pantalla era lo suficientemente abrumadora para descalificar lo que me ofrecía el nuevo invento de los seres humanos. Corría el año 1997 y yo ya había traducido para el Estado colombiano, el manual del sistema de operaciones de unos aviones muy importantes que el gobierno había adquirido para la aerolínea comercial de la Fuerza Aérea. Ya tenía en mi experiencia personal el manejo de un fusil que, tiempo después, fue prohibido por las organizaciones de Derechos Humanos.


Ya había viajado a la selva, a otros continentes y ya había escapado de la muerte en la temerosa década de los noventas, cuando el narcotráfico arrodilló al Estado a través del miedo, la dinamita y la persecución de los policías.


Ya habíamos visto crecer las guerillas y su amenaza. Ya conocíamos que para enfrentarlas se organizaron ejércitos privados que terminaron negociando con élites para contribuir a proteger sus bienes. Ya habíamos visto el Palacio de Justicia incendiarse y ya conocíamos el poder anulador del secuestro.


No sé si el joven que cruzaba por la segunda década de vida estaba preparado para entender lo que la internet iba a significar para el mundo. Con la imaginación que ese joven tenía, no alcanzó a imaginar que una buena parte de su obra literaria estaría disponible en la internet en la tercera década (años 2020-2030) del nuevo milenio.


Tampoco habría imaginado ese joven inseguro que aquella carrera no sería su carrera profesional y que su carrera iban a ser los Estudios Literarios. Menos que su primer posgrado fuera una maestría en comunicación. Y menos que aquel joven, ya adulto, escribiría un ensayo de más de 150 páginas sobre un medio de comunicación “nuevo” llamado “twitter” (hoy X). Ese joven maduro de la segunda década del nuevo milenio comprendió muchas cosas sobre la comunicación humana, sobre las políticas de comunicación y sobre las teorías de la comunicación. Y ese joven se convirtió en un usuario y un crítico de los nuevos medios, a través de un enfoque netnográfico que estudia, desde adentro, los avances tecnológicos.


Mi rechazo a tik tok y mi promesa de no usarlo, es por pura economía del tiempo y ante el temor de la ansiedad que las redes sociales generan. Es decir: por razones prácticas y por razones de salud.


La versión apocalíptica de Nicholas Carr (2010) sobre lo que ha hecho internet con nuestras mentes: “superficiales”, cuyas ventas le otorgaron un lugar privilegiado como autor, no me asusta. No obstante, su libro sí me ayudó a comprender que mi cerebro necesita estímulos y necesita descansos. Así como mis ojos necesitan descansar de la luz que le irradian las pantallas. Por eso, ahora, le ofrezco las personas lectoras más fieles de mi obra actual, la posibilidad de conocer mis ficciones, narradas con mi propia voz.


Y por eso ahora escribo mi novela a mano, como comencé a hacerlo en el 2007 cuando un cuento de mi autoría recibió un reconocimiento social y un estímulo material de un millón de pesos.


Por eso, mi tiempo, mis ojos, mi cerebro no merecen entrar al mercado de los desarrolladores de tik tok, cuya tecnología no desprecio, sino analizo. Por eso, contrario a lo que me han recomendado sobre el uso de chatgpt para la creación literaria, no lo uso con ese propósito.


Sé que las inteligencias artificiales son asistentes ideales para facilitar procesos, pero mi arte no sucede así. Mi arte es posible porque me gusta ubicar un fonema tras otro, me gusta pensarme en el mundo detrás de un esfero, un papel, un teclado o una pantalla. Disfruto imaginar y recrear al mundo a través de mis dedos y quiero seguir conservando, como una herramienta, mi cerebro. No quiero perder la memoria. Al fin y al cabo, los escritores somos un instrumento de la memoria del mundo para recordarse, para revivir el pasado. Somos operadores de la nostalgia.


Dejaré abierto el tik tok de la cuenta de @elrelatodeldomingo, pero no tengo instalada la aplicación, ni pienso revisarla. Dejaré que naufrague en el silencio del olvido y si en algún momento tengo tiempo y disposición de volver, lo haré con algún propósito idóneo.


Seguiré estudiando las inteligencias artificiales. Analizaré al human ai pin, a open ai, a groc, a xai y lo que tenga a mi alcance como escritor contemporáneo. Me seduce la batalla por el mercado que sucede en este momento del mundo tecnológico y la salida de Salt Atman pone el juego cada vez más interesante. Acá estaré para narrar lo que vea, para compartir mis impresiones. Para filosofar.


Por ahora, chao tik tok, sigo ocupándome de pensar al mundo y de escribir mi novela. Y claro, de entregarle a los suscriptores PREMIUM el contenido especial que mi espíritu ha elaborado para esas personas que decidieron valorar mi trabajo.

Por lo pronto, el epígrafe del relato de hoy canta en la voz de Mika: “Get yourself to the butterfly lounge”


Epílogo:


I haven´t bought tik tok


Bye bye, don´t buy tik tok.


Fuente del libro de Carr (2010) editado posteriormente en tapa blanda.


 

Autor: Luis Felipe Jiménez Jiménez, Bogotá, noviembre de 2023.

© Todos los derechos reservados.

Claudia tira la cadena cuyo otro extremo percute una campana ubicada en el interior del primer piso. Arriba, la única que la espera es Katherine. Para todas las personas presentes, su llegada, a esta altura de la noche, es inquietante. Y para Martín es la mejor sorpresa que habrá recibido desde que llegó a los Estados Unidos...


Hakuri San Luis trae el poder del pasado
Hakuri San Luis trae el poder del pasado

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Hikuri San Luis es el octavo capítulo de la segunda temporada de El Conciliador.

info: elrelatodeldomingo@proton.me


Autor: Luis Felipe Jiménez Jiménez

© Todos los derechos reservados, 2023

Foto: Marina Avina.

ADVERTENCIA: este relato no es un publireportaje sobre alguna marca de carros.

Spolier: la guitarra de la canción que aparece al final de este relato es perfecta para hacer el amor. Oído al minuto (2:38).

 

Esta es la historia del día que me estrellé en el carro de mi papá cuando iba a asistir al cierre del primer Rock al Parque…


El pase lo obtuve luego de recibir una serie de clases de conducción con el mejor: mi papá. Y era el mejor porque me enseñó sobre mecánica, sobre física, sobre la historia de los automóviles. Estas no eran clases cualquiera, eran, cada una de ellas, una impresionante Master Class.


Dicen los que saben y los que me quieren, incluida mi mamá, que Luis Felipe era un buen conductor. Mi papá lo puede corroborar, pese a lo que les voy a contar a continuación.


Este poeta era respetuoso por las normas, hacía buen uso de las direccionales y se movía con prudencia en cuanto a la velocidad. Ya no soy conductor, ya no conduzco automóvil, aunque tengo algo de experiencia y conozco las normas. No me gusta. Me parece la actividad más tediosa e improductiva del mundo. No puedes escribir mientras conduces, por ejemplo. Es estresante, requiere mucha atención y la vida de uno y la de los demás está en juego. Pero bueno, vamos a los hechos…


Esa mañana, mi hermano y yo nos subimos al Renault 12 modelo camioneta que era más duro que el pecho de Robocop. Y más duro que el corazón de una exnovia. Esa vaina era un metal poderoso, casi indestructible. Era un buen carro. Era blanquito, prístino, era bonito. Mi hermano usaba el cinturón de seguridad y ni él ni yo sabíamos que una camioneta Toyota Hilux iba a dañarnos el caminao por un error de su conductor y por imprudencia mía…


Chocarte con una Toyota Hilux es mala idea
Choque contra una camioneta durante una tarde en Rock Al Parque

Quiero aclarar que esa camioneta Hilux, más dura que el vehículo que yo imprudentemente conducía, tampoco llevaba a un conductor muy hábil. Y digo tampoco porque aunque yo era buen conductor, insisto, o fuí hábil para esquivar lo irreversible. Lo confieso, iba afanado porque no quería perderme el gran concierto y cometí una sola imprudencia. El tipo que conducía la camioneta Hilux iba a toda mecha, es decir, iba rápido. E iba en el carril contrario en una vía arteria, es decir, una avenida interbarrial de doble vía. El lugar adecuado para ese vehículo era el sentido norte-sur y no el sentido sur-norte, por el que velozmente se dirigía hacia nuestro encuentro.


Confieso que el mayor responsable de la colisión fui yo, porque debí detener totalmente la marcha del vehículo ante la advertencia de la señal de tránsito que decía “PARE”. No la víl no vi la señal y tal vez no habría parado totalmente si la hubiera visto. Si hubiera parado, el otro vehículo habría seguido su veloz tránsito hasta que quizá otro obstáculo lo detuviera. O quizá no, uno no sabe cómo hace sus cosas Dios.


Claramente eso fue una contravención de su parte, pero no había material probatorio que le diera a él la co-responsabilidad legal del siniestro, porque yo me pasé el “pare”… un poquitico. El zanganazo tan brutal nos puso a rotar en ese carro hasta la otra esquina y ambos vehículos quedaron separados por la inercia del impacto entre sus metales. Cada uno de los vehículos sufrió daños, aunque los de la Hilux fueron significativamente menores. De milagro no nos volcamos mi hermano y yo.


Creo que a mi hermano le debió quedar ese cinturón tatuado como por diez años más en el pecho. Tocó esperar a la policía, hacer el croquis y la firma de los representantes de los seguros. Esa calle quedó repleta de vidrios, repleta de metal y de recuerdos sobre el impacto. El carro que nos llevaba a mi hermano y a mí fue declarado pérdida total y en la conciliación, el otro imprudente y yo nos ofrecimos disculpas.


Pero falta lo mejor…


En la Plaza de Toros la Santa María de Bogotá, nos esperaba una tarde de Rock al Parque con el cierre de un Festival donde tocaron Aterciopelados, Fobia, Morfonia, La Derecha… entre otros. La entrada costaba 5 mil pesos colombianos.


Me esperaba mi canción preferida. Ese lunes 29 de mayo de 1995, con una experiencia más en la vida, canté a todo pulmón “Ay qué dolor”.

 

Si tienes Suscripción Premium activa, a las 3:33 pm (Col) podrás acceder al 8 capítulo de la Segunda Temporada de "El Conciliador". Nos acercamos al GRAN FINAL.


© Luis Felipe Jiménez Jiménez

Bogotá 12 de noviembre de 2023.

Foto: Alex Mtz

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