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Estuve pensando en este momento desde abril del año pasado. Cambié las palabras unas cuarenta veces sobre el discurso de cinco minutos que tiene establecido el protocolo. Pensé en decirlas con los ojos cerrados, de memoria, con los ojos abiertos, mirando hacia arriba, hacia abajo. Vencido nunca, fue lo que me prometí. La dignidad será lo único que no me arrebaten.


Para que este momento fuera posible estuve protegido por el Estado en todos los ámbitos. Conocí la bondad, la empatía en mis cuidadores, desde los médicos, el equipo de psicólogos, las tres fisioterapeutas y un pastor con quien comprendí lo que los cristianos entienden por el temor a Dios. Yo no le temo, ni soy cristiano, pero puedo ponerme del lado del pastor que también me ayudó para interceder sobre la calidad de los alimentos que comencé a recibir cuando enfermé del colon.


Aquella noche fui yo el que la llevó al hospital, fui yo quien la encontró, pero ninguna defensa pudo demostrar que otro fuera el culpable sobre su asesinato. La justicia es algo que dejé de esperar cuando recibí mi condena, el día más triste de toda esta aventura. Me negué a contratar un abogado y el que llevó el caso tuvo siempre de parte mí la única versión sobre los hechos. No negocié nada, sostuve mi versión, la única, siempre. Y aunque se trata de la justicia sobre una víctima, acá realmente ha habido dos víctimas: Marcela Lannel y yo. Ella no puede volver para contar lo que sucedió. No hay ningún registro fílmico, ningún rastro de adn, ninguna pista que lleve al asesino real.


El confinamiento al que he sido sometido me ha hecho extrañar la libertad y más que la realidad sobre la posibilidad de moverme, extraño la noche. Hace 8 años no veo las estrellas. La luna es una nostalgia.


Las únicas palabras que me escucharon todos los presentes son: “gracias, no fui yo”.


Hace un minuto y veinte segundos inyectaron un químico en mis venas que suspenderá mi corazón y me ahogará luego de un aparente sueño que no ha llegado como dijeron. Dicen que no voy a sentir nada extraño. Es hora de irme, donde quiera que sea la siguiente estación será mejor que esta. No parece, pero vuelvo a la libert… FIN




 

Autor: Felipe Jiménez @Felipepoet (1976)

Cuento corto escrito en Bogotá, Colombia el 2 de marzo de 2019.

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