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En el relato del domingo pasado veíamos que a la cita de los viernes, Óscar acudía perfumado, como si cada vez, por fin, fuera a resolverse su vida


Pensando en su bienestar, Óscar prefería los miércoles a los viernes para regalarse unas buenas horas de ocio, “las horas lúdicas”, se decía. Los viernes, en cambio, erasus cita con Victoria, o más bien, con el fantasma de Victoria.

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No es que trabajara mucho, pero siempre estaba ocupado. Se pensionó muy rápido porque trabajó desde muy joven para el Estado. Casi llegando a sus cincuenta años, cuidaba enfermos como voluntario en una institución que resguardaba a adultos mayores abandonados por sus familias.


Llevaba varios años pensionado y consideraba que el comienzo de su vejez le otorgaba la licencia perfecta, quizá la excusa, para ser quien siempre quiso ser.


En palabras suyas, disfrutaba plenamente de su “juventud acumulada”, aunque con un pero: el enigma que comenzó a ser Victoria en su vida por habérsele aparecido cuando ya todo parecía resuelto para él. Había dejado de viajar como el turista promedio: mapa, museo, cartillas, guías, bus de dos pisos con el segundo abierto tipo terraza, etc. Había dejado de transitar el mundo como un simple espectador que retrata en una cámara lo que los demás crearon. Sin mayor ambición de trascendencia, Óscar dejó de cuidar aquel árbol que cultivó cuando tenía esperanzas y aquella obstinación por tener hijos algún día, se fue desdibujando hasta la certeza de que lo mejor era no prórrogar sus genes en el mundo. En ese continuo dejar de esperar cualquier sorpresa de la vida, en esa melancolía que produce el tedio, se le apareció Victoría con su último impulso vital.


Óscar, sin embargo, ignoraba, o más bien, no recordaba que a Victoria la vio una vez en Bogotá, cuando fue delegado por su jefe para atender un asunto de extrema importancia. Todos los días nos cruzamos con personas a quienes no les damos importancia. Con quienes no constituimos ningún tipo de lazo. Somos un conjunto de soledades vagando por el mundo.


La relación de Óscar con el amor había sido de orden filial, familiar, amaba a su familia, padres, hermana y una sola tía. Todos los demás intentos por consolidar un lazo afectivo con alguna mujer se frustraron por razones distintas e inexplicables. Había sentido atracción por varias mujeres, pero dejó de creer en el amor de pareja por un único amor juvenil al que le entregó su energía y no fue correspondido.


Su relación con el amor sexual era ambigua, casi que inenarrable. Todo lo que se pareció a amor, en su juventud, fue velado por la intransigencia de la memoria. Algunas mujeres que se le acercaron, de él sólo querían su dinero o un poco de entretenimiento o un vínculo pasajero para afianzar su autoestima. De ahí que Óscar experimentó mejor el desamor que el amor, así ambos estén constituidos por dimensiones espirituales parecidas.


Cuando la vio por segunda vez, que en su memoria era realmente la primera vez, sintió que estaba ante una mujer atractiva y extraordinariamente enigmática. Esas 28 horas que pasó junto a ella le cambiaron la perspectiva sobre el amor. Lo suyo fue amor puro y duro, del verdadero, del perdurable. Sin embargo, como si su destino fuera escapar al amor, Victoria también lo abandonó, como puede leerse en el relato El Salto Final.


Desde la partida de Victoria, había dejado de tener un norte geográfico distinto a su ubicación. Sabía lo que quería y ya había vivido lo que, en su entender, era necesario. Sólo faltaba algo: que ella de verdad se fuera, que se fuera para él. Irse, por supuesto no era que ya no estuviera a su lado, sino que dejara de exsistir en la memoria de su corazón. Vivir con el abandono definitivo de Victoria nunca fue una tarea fácil para Óscar. Muchas veces sintió que ella se le aparecía de nuevo, que resucitaba. Esa locura de verla en la cara y el cuerpo de otras mujeres, le trajo más de un disgusto porque su mirada, más que de enamoradizo, se les presentó a muchas mujeres como una miradda abrumadora. En ascensores, en filas de banco, en oficinas o en salas de espera, cuando Óscar creía estar vieno a Victoria, la mujer que la representaba comenzaba a sentir un tipo de angustia como si estuviera al frente de un violador o de uno de esos sujetos que no demora un segundo en soltar un piropo inaporpiado y sexista. Pero Óscar nunca acudió al piropo y si alguna vez alcanzó a decir algo fue un tímido:


-Vicky, mi amor ¿dónde te habías metido?


Menos la mujer a quien se lo dijno no alcanzó a esciucharlo porque llevaba en sus audífonos


Un laberinto sentimental ocurría en su cabeza cada vez que, un sueño o un delirio, entidad espiritual de extraña trascendencia, le recordaba a su amada Victoria.


-Si tan solo me explicaras de verdad por qué te fuiste…


Su cotidianidad en Santa Marta era muy distinta a aquella vida que tuvoo en Medellín y en Bogotá. Una vida menos afanada, aunque esto puede ser apenas una apariencia. Que un número menor de personas lo conocieran le daba una libertad para fantasear sobre volverse a enamorar en medio de sus delirios, pero poco a poco fue comenzando a ganárse el rótulo del loquito amigable que repetía las mismas frases relacionadas al amor por una tal Victoria que ninfguno de sus interlocutores alcanzó a conocer.


-Ese es el loquito del barrio, el enamorado de una mujer fantasma. Es inofensivo, pero puede ser muy cansón.


A Óscar se lo aguantaban quienes tramitaban con él algún tipo de transacción monetaria o cuyo intercambio trivial no ocupaba mucho tiempo: el vendedor de aguacates, la señora de la tienda, el vigilante que recorre el barrio detrás de un pito.


Victoria fue un amor de veinte ocho horas, fugaz y vivo como un fósforo, fugaz, pero contundente… fugaz y consistente. Su desapego y duelo fueron lentos y dolorosos. Por qué no decirlo… eternos.


Olvidarla, para Óscar, se había constituido en una ardua tarea, sobre todo porque en el fondo, jamás quiso dejarla ir.

También porque cada viernes visitaba el muelle con la esperanza delirante de volver a verla…


Conoce el desenlace de esta historia en El aborto de Vicky



*Por Pipe Jiménez. Este relato fue publicado en 2017 en otro medio y con otro título. Hace parte de una trilogía que comenzó con el Salto Final y hoy presentamos una variación en su argumento, en su estructura y en su estilo. Es prácticamente un nuevo relato, pero conserva el conflicto planteado en el relato original. El pintor colombiano Carlos Gómez Herrera dice que los artistas nunca terminan sus obras sino que las abandonan. El autor de este relato comenzó a abandonarlo ahora con esta nueva edición de la historia.


Imagen: Arthur Brogno

Por: María José Tafur Bonnells* (Bogotá, 1976)

Soñé mi muerte.


La muerte viene pisándome los talones y el destino se ríe. Me persigue, seductora y maquillada, distrayéndome. Pero reconozco su ironía.


El tipo que durante años salía en los comerciales en los que se pretendía evitar el consumo de droga, murió de una sobredosis cuando grababa uno de ellos. Aquel que interpretó a Superman, el hombre capaz de alcanzar alturas inconmensurables, fue arrastrado al fin de sus días por una caída de un caballo ocurrida a una altura de metro y medio y hay personas con enfermedades graves mueren cruzando una calle o atorados con un spaghetti.


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Sería bueno que La Parca llegara estando yo en el Cabo de la Vela. En ese hermoso desierto frente al mar, al norte del país. Allá, en la Guajira, suelo tener las ideas claras, la tranquilidad de un bebé y el corazón libre. Que bailen con borracheras de chirrinchi los contados amigos y los múltiples enemigos mientras me echan al hueco.


¡El muerto al hoyo y el vivo al baile!


Pero pedir eso es como el que pide ganarse la lotería sin comprar el billete. No volví a la Guajira, por lo tanto no existen probabilidades de que la muerte me encuentre allá.


El destino más bien apunta a que Doña Oscura, la terrible visitadora que anda acechándome desde hace años, me sorprenda con el pelo enredado, ojerosa y tratando de sacar algunas líneas coherentes entre tanta demencia.


He pensado que en el post mortem es mejor que me cremen y arrojen las cenizas al mar, pero mis amigos no pagarían un tiquete hasta la playa para echar un polvo al aire.


No conozco una idea de una vida tranquila y mi dramatismo se expande también a la imagen que tengo de mi muerte. No la concibo sin drama. Con excepción, claro está, del imaginario recurrente en el Cabo de la Vela.


Podría terminar entonces con la cabeza reventada contra la tina en una de esas inesperadas apariciones de mis miedos. En ese caso espero que quien me encuentre sepa admirar este cuerpo desnudo, con sus curvas, exponiendo la belleza de los treinta años. Sería un gran espectáculo pues además a este cuerpo lo rodearían mis ideas, flotando en un charco de sangre que espero sea azul.

María José es actriz, amante del blues, del chocolate, de los escenarios y de las historias. Fundadora de AMA EL ARTE. Cuando no está en creación de personaje recurre al de la narradora de historias. ¿Buena o mala? ¡no viene al caso! Pero las historias tienen derecho a ser contadas.


Conoce la red multidisciplinaria de arte más grande de habla hispana en su cuenta en instagram acá: Ama el Arte

Foto: Maria Orlova.

Por: Pipe Jiménez* (1976)

Puedes escuchar este relato en formato audio en la sección de la Píldora Literaria.

A la cita de los viernes, Óscar acudía perfumado, como si cada vez, por fin, fuera a resolverse su vida. A Victoria la había conocido en un peaje de la carretera hacia la costa.


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-Llevo no más la mochila y una hamaca en esta otra bolsa de plástico, anticipó ella con voz de promesa.



-Voy pa'l norte, al mar, o a donde usted me quiera llevar, príncipe, -le soltó con arrojo Victoria, mediando su voz entre el coqueteo y la determinación.


A Óscar lo sedujo de inmediato ese "norte" sin destino de ella. Viajaba solo, incurable, desalojado por un desamor del pasado.


Un amigo suyo de las tardes de dominó en el centro le ayudó con el trámite para cobrar su pensión en Santa Marta.


-Súbase, me presento: Óscar Pinzón, voy a Coveñas y luego a Santa Marta. Venga conmigo.


Quiso corresponder la valentía de ella con esta invitación a la aventura, como quien tira al agua el anzuelo sin dudar un minuto que algo atrapará.


Victoria notó la edad de Óscar en las arrugas de sus manos y en su semblante. Él supo apreciar la dulzura en cada palabra de ella. Toda su ternura.


Su edad la delataba también una mirada de horizonte, templada por la experiencia. Calmada y con sosiego.


Echaron camino apreciando los mundos de cada uno, compartidos en una charla de nuevos amigos. En el trayecto hacia el norte, Óscar olvidó su pasado y se resembró en él una esperanza.


Conocieron el norte del departamento de Antioquia antes de llegar al departamento de Córdoba. Recorrieron Copacabana, Girardota, Yarumal, Puerto Valdivia, Tarazá, Caucasia...


La química era indudable.


-¿Por qué conocerlo ahora, al final de todo? Cuestionó mentalmente Victoria


Almorzaron en Planeta Rica: un pescado, patacones, tres jugos de Borojó con miel y un tinto.


Victoria encontró un camino ideal para el final de su vida. Y Óscar sería la única víctima sentimental.


A sus 45, quería despedirse del mundo con dignidad. Ninguna persona la lloraría, porque Victoria no dejaba a nadie, hasta ahora. Enviudó la noche de su boda en los años 80’s.


Renunció pronto a la fortuna de su esposo, una herencia inmerecida. Quiso desatarse de todos sus recuerdos, de todo lo material.


-Me despido del mar y de la vida, anticipó una noche su inconsciente.


El amor no había sido generoso con Óscar, como si no quisera meterse con su vida. Así que no esperaba tampoco enamorarse de Victoria. En una parada de baño, ella revisó humedades, ajustó sus olores y fijó una sombra debajo de sus párpados.


Óscar orinó, duplicó el desodorante y humedeció un pañuelo con un perfume alicorado de frutas silvestres.


Y la confianza entre ambos hizo que comenzara un romance sin promesas.


Victoria dijo "música, pongamos música" y sus manos se chocaron tímidamente. Él puso una emisora. Esa noche en un hotel húmedo e irregular en el cuidado por el aseo, dos cuerpos, sus deseos, sus sudores y la confianza de la complicidad erótica, los fundió en una felicidad que habría podido ser eterna. La felicidad de los que no tienen nada que perder. Así forjó la despedida definitiva.


En la madrugada, Óscar escuchó, o soñó escuchar, sus últimas palabras:


-Mi amor, yo vine acá para despedirme. No de ti, sino del mundo.


Sus palabras eran como la letra de una canción en medio del sueño, Para Óscar, aquella voz se fitró en su conciencia que ya estaba atrapada en una nebulosa propia la ensoñación de quien no ha retornado por completo a la vigilia. El tono fue cariñoso, como de un ángel, sin rabia, ni dolor, ni angustia. En fin, nada que lo despertara definitivamente.


En la sábana blanca, un corcho quemado registró el mensaje defeninitivo de su amante, de aquella mujer con la que comenzó a soñarse con un futuro, sin las impostergables reglas de la soledad.


Inapelable, sin temblar, Victoria escribió:


"No quiero que seas testigo de mi suicidio y te advierto, tampoco eres mi cómplice. Te amé. Fue corto, pero fue lindo y espero que no te sea difícil olvidarme. Ahora saltaré definitivamente. Adiós.


Cerca al muelle, Victoria le regaló toda su ropa a una mujer habitante de calle que lloraba desconsolada. Desnuda, corrió y saltó al mar.


Como si el rumor del viento le trasladara el chapuzón al oído, Óscar se despertó y en ese momento, para él, comenzó la penosa repetición del delirio.


Óscar ha esperado pacientemente durante diez años el salto final de Victoria, para impedirlo. Se perfuma para no verla caer, aunque algunas veces trata de convencerse que si la ve de nuevo será para poder despedirse de ella, para siempre.

FIN

Luis Felipe Jiménez, Literato. Magíster en comunicación. Firma como @Felipepoet

Editor de El Relato del Domingo.

Este relato fue escrito en noviembre de 2013 durante un viaje por las carreteras de Colombia y se publicó por primera vez el 22 de noviembre de 2013 a las 13:10 pm.

© Todos los derechos reservados.

Imagen: Anastasia Shuraeva

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