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Accedí a conocer a Angélica para que mis padres dejaran de insistir. Al principio fue algo incómoda la cita que nos organizaron, pero después de unos minutos ya estábamos hablando con normalidad y así pasaron los meses después de conocer a la que ahora es mi futura esposa. Y sí, puede que sea lo que mi abuela llamaría “una buena moza” ya que es amigable, bonita, trabajadora, fértil, joven y de buena familia. Pero a mí no me llamaba la atención de esa manera, yo sólo la veía como a una amiga cercana. Claro está que sin importar mi opinión al respecto, mis padres nos comprometieron sin preguntar.


Habían pasado más o menos cuatro meses desde que la conocí y lo que toda mi familia llamaba “el día esperado”, muy a mi pesar, se acercaba cada vez más.


Un día, Angélica me dijo que había invitado a Jessica, su mejor amiga y a su futuro esposo, quienes también se casaban pronto. Yo accedí a reunirme con ellos de forma distraída ya que estaba hablando con mis amigos sobre la despedida de soltero que me organizaban para el día anterior a mi matrimonio. El timbre sonó y Angélica me dijo que Jessica y su prometido habían llegado.


Como buen anfitrión, me levanté y abrí la puerta para ellos, Jessica, a quien, como he dicho, había conocido unos meses atrás, me sonrió y dijo:


-¿Hola Nico, cómo has estado?


-¿Bien Jess y tú? -le respondí mientras la abrazaba delicadamente


-Bien también, Nico… ¿y dónde esta Ange?- preguntó mirando a su alrededor


-Creo que en el cuarto…ya viene


Ella asintió y luego miro al chico a su lado


-¡Oh se me olvidó! Nico, te presento a Julián, mi prometido y Juli te presento a Nicolás, el prometido de Angélica


Julián me miró y dijo:


-Un gusto, Nicolás


Extendió su mano hacia mí en forma de saludo


-El placer es mío, Julián- y acepté su mano, pero cuando la sostuve, un corrientazo me recorrió de pies a cabeza. Lo miré a los ojos desconcertado por lo sucedido. Fue una muy mala decisión. Sus ojos eran tan oscuros y profundos como la obsidiana, tan misteriosos como la niebla. No sé por qué, pero me quedé perdido en ellos; eran tan bellos que juro que podría quedarme mirándolo a los ojos durante un día completo.


Él pareció igual de perdido en mí que pensé que nos quedaríamos así unos minutos más, cogidos de la mano y mirándonos sin descanso… si no fuera por Angélica que bajó las escaleras y me sacudió el hombro.


-¡Eh! Nico, pero invítalos a sentarse en la sala.


Me sacó de mi ensoñación al instante y sacudí la cabeza como si me quitara un vicio


-Claro, pasen por favor, iré por unas bebidas. Fui directo a la cocina


¿Que mierda fue lo que pasó? Fue lo único que pude preguntarme mientras servía unas cervezas en vasos con hielo. Después de un rato, no podía parar de pensar en eso, mientras Angélica y Jessica conversaban animadamente sobre los preparativos de ambas bodas y yo fingía prestar atención. Pero con los pensamientos girándome en la mente y la mirada de Julián clavada en mí, no podía concentrarme ni en una pared blanca.


-¡Claro! Sería una excelente idea, nosotras hacemos nuestra despedida de solteras y Nico y Juli la de ellos… ¡juntos!


Me voltee a ver a Jessica quien sonreía con satisfacción ante esa idea


-No se me hace buena idea… comencé a protestar, pero fui interrumpido.


-Me gusta la idea, podemos juntar nuestros amigos en un bar o en un restaurante y hacerla ahí todos juntos. Un gran evento.


Julián me estaba mirando, esperaba una respuesta


Pero antes de que pudiera decir algo, Angélica respondió por mí:


-¡Claro! Nico, sería genial! ¿Cierto?

Yo sólo asentí y acerté a decir:


-Si, sería increíble. Sin embargo no lo pronuncié con un volumen de voz muy alto, pero se alcanzó a escuchar mi resignada respuesta.


Julián sonrió. Una sonrisa que me quitó el aire


La famosa “Eye Smile”, que realmente nunca me había llamado la atención, ahora se había vuelto mi favorita con solo verlo. Sus ojos formaban dos medialunas y su boca se curveaba de una manera adorable.


Julián era realmente guapo, eso era fácil decirlo, pero viéndolo sonreír así podría decir que era totalmente etéreo. Llegué a creer que tal vez hacer la despedida juntos no sería una mala idea, sin realmente saber que todo cambiaría.


Las semanas después de nuestro primer encuentro, Julián y yo estuvimos en contacto para cuadrar los detalloes de la despedida.


Al final acordamos hacerla en el bar “Irregular”, un bar VIP muy conocido en la ciudad e invitaríamos a nuestros amigos más cercanos, por mi parte invitaría a Daniel, Gabriel y Caleb y por su parte irían Marcos, Andrés y Lucas


Nos volvimos amigos cercanos gracias a la planeación de la despedida, me di cuenta que Julián era alguien muy amigable y acogedor, y aunque sus bromas fueran aburridas, siempre me sacaba una sonrisa.


El día de la despedida salimos a comprar algo de ropa con nuestras prometidas, pero al final ellas se fueron a buscar más ropa y nos dejaron tirados, así que decidimos ir a una cafetería para hablar.


Cuando se hizo de noche fuimos a alistarnos. No nos veríamos con nuestras prometidas hasta el momento solemnre del altar, al día siguiente en mi caso y en el de Julián, el día después de mi matrimonio.


Al llegar al bar vi que nos habían apartado una mesa cerca a la zona del barista para pedir lo que se nos antojara. Fui a la mesa para encontrarme con mis amigos y hablar de algunos temas realcionados con la boda.


Después de unos minutos llegó Julián y desde ese momento todo se alocó.


Tomamos y tomamos, demasiado en mi opinión, pero ahí estábamos sentados en nuestra mesa pidiendo una ronda más de aguardiente, mientras nos reíamos porque contábamos bromas sin sentido.


Creo que cuando todos se rieron de una broma mala de Julián fue cuando me di cuenta que todos estaban totalmente borrachos.


Me excusé para ir al baño y refrescarme un poco. Necesitaba recordarme que el día siguiente era un día importante y que no me podría pasar de copas como ellos. Necesitaba volver al orden.


Pero desde hace tiempo que mi cuerpo no reaccionaba como mi mente le decía, por eso fue que me dejé llevar cuando Julián me jaló saliendo del baño y me estrelló contra la pared del corredor.


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Solté un gemido para nada digno de mí cuando sentí su mano derecha en mi cadera. Efectivamente me había pasado de copas y no me había dado cuenta. No estaba pensando bien, porque cuando me besó no lo empujé como se supone que debería, sino que me fundí en sus brazos y me dejé llevar por el beso.


Sentí como su lengua pedía entrada en mis labios y no se por qué carajos abrí la boca. Mañana me iba a arrepentir. pero hoy no. Algo así tuvo que dilucidar mi conciencia. No sé como un beso lento se convirtió en una calurosa besuqueada, pero sólo sabía que no quería que parara. No sabía que estaba mal conmigo, pero desde que conocí a Julián había algo que siempre me jalaba hacia él, una atracción insaciable.


Algo que a mí mismo me aterraba. Porque lo deseaba más que a nada en el mundo y los pequeños momentos como ese que tuvimos se me hacían eternos de aquella eternidad que es el paraíso del sueño y del deseo.


Pero al dia siguiente iba a casarme… y no con él.


La realidad me pegó como un tren.


¿Por qué no podía tener un final feliz? ¿Por qué tenía que hacerles caso a mis padres? No era lo que yo quisiera porque yo solamente quería estar con Julián y punto


Sollocé entre el beso haciendo que Julián parara.


-¿Estás bien? Yo… Yo no debí… lo lamento, Nico


-No- acerté a decir, haciendo que me mirara.


-No hiciste nada malo Juli, yo te seguí el beso…pero no podemos hacer esto.


-Lo sé


Julián juntó nuestras frentes de manera tierna y luego volvió a besarme


-Julián, nooo.


Él sólo sonrió y lo volvió a hacer. Y nuevamante y de nuevo, nos besamos incansablemente. Nos besamos decisiosamente hasta que me volví a perder como si no existiera nada más en el mundo que nuestrso dos cuerpos. Era increíble el poder que él tenía sobre mí.


Cuando por fin nos separamos para tomar aire, me abrazó y fue él, el que esta vez sollozó.


-No quiero casarme con Jessica, Nico no quiero.


Yo suspiré, sabía a donde iba esto, pero ya estábamos a nada de casarnos.


-No creo que sea decente decir que no


Él me miro a los ojos.


-No quiero casarme con ella, precioso, no con ella…


Lo miré.


-…pero contigo… - susurró un poco después, cosa que me hizo sonrojar incluso más que el “precioso”. Contigo sí.


Lo abracé con fuerza y duramos así unos buenos minutos hasta que cogí el valor de responder:


-Yo tampoco Juli, no quiero casarme con Angélica…sino contigo

Él me miró con los ojos aguados y luego me besó. Fue un beso diferente a los anteriores, lleno de felicidad y amor, pero a la vez de alivio y de tristeza. Uno que esperaba no volver a repetir, o al menos no en esas condiciones.

FIN


Por: Alicia García (2004)

Colombiana con alma de escritora, a Alicia le gusta mucho la música que cuenta historias a través de las letras. Dice que las melodías bien construidas también con capaces de contar historias a, igual que se cuentan cuentos a través de paisajes en el arte pictórico. Es estudiante de bachillerato y está próxima a graduarse para estudiar comunicación social.

Imagen: CottonBro




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Desnudo en una meditación insobornable, Nicolás Rincón se dice que no va a permitir ni un segundo más de abuso sobre su individualidad.


Supo tres años atrás que lo suyo era uno de esos accidentes de la naturaleza que suele matizar la realidad con excepciones aparentemente ilógicas.


Para verificar la naturaleza de su hallazgo, cita a Paula Cardona en un parque. Ella lleva un vino de combate, aceitunas y dos pares de gafas. Él propone un queso de cabra y galletas de maní sin centeno. Paula rechaza primero el queso y luego, ante un abrazo de carcajadas, termina probando una de las esquinas del queso con un agrado fugaz, pero respetuoso.


El factor climático inspira la elocuencia de esta amistad que ubica entre las nubes y sus sonrisas, un motivo compartido para vencer la melancolía.


-¿Ves esa teta con doble pezón?, le dice Paula


Nicolás ve primero el perfíl de un pájaro hasta que permitió que la perspectiva y el viento moldearan la figura para observar en aquella nube lo que su amiga imagina.


Le pregunta a Paula sobre los mensajes de los pájaros. Ella encuentra en esa inquietud un juego coqueteo poético. Luego, una vez se juntan sus alientos, Nicolás le ofrece una respuesta más nítida:


-Nos están vigilando para llevarle a alguien esta agradable charla.


Ambos se rien.


-Tengo que contarte algo Pau ¿recuerdas cuando me les desaparecí?


-Nicolás, por favor, claro, ni se te ocurra volver a hacernos eso.


En mi búsqueda, Pau, encontré el motivo de todas mis angustias. Me ha sido otorgado una habilidad extraordinaria.


-Nico no molestes con esas cosas que tú sabes que conmigo eso no va a servirte. ¡Habla claro!


-Quiero que cierres lo ojos Paula, voy a contarte una historia.


Para que el relato llegue donde él quiere, Nicolás acude primero a un recuerdo que la vincula a ella con la atmósfera propicia.


-¿Recuerdas cuando me salí del cine en la mitad de la película?


-Cómo olvidarlo Nico, si era la tercera parte de tu saga favorita.


-Mi cabeza iba a explotar aquel día


Paula insiste en aterrizarlo:


-Por favor, me tienes preocupada. ¿Qué pasó?


-Mira, soy un felino, Paula. Descubrí que mi cerebro es un cerebro de gato, de gato humano.


Paula no puede contener la risa. Luego, en silencio, lo mira a los ojos y le pregunta:


-Cuéntame más ¿me explicas por favor?


-Mira Pau, huyo todo el tiempo de las aglomeraciones, de los sitios ruidosos, del tumulto. De los conciertos, de los centros comerciales, de las discotecas.


Paula se niega a decirle que eso es un síntoma de agarofobia y prefiere rascar la confesión con una pregunta:


-¿Sabes que para Chesterton la tolerancia es la virtud de los hombres sin convicciones?


-¿Qué dices, mujer? esa es una estupidez.


-Sí, lo acepto, pero creo que todo esto que me dices sobre las aglomeraciones es un raye tuyo, no vaya a ser que comenzaste a desarrollar una psicopatía.


-Todo tiene una explicación, Pau.


-Explícame, pero al grano, sin historias rebuscadas, por favor, Nico. Ahora sin metáforas. Ya me estoy preocupando.


-Viene una flor, ya viene…


-Nico por favor, ¿qué pasa?


-Que viene una hoja Paula Andrea, viene una flor.


-Ya me preocupé, no me digas así. ¡Habla claro!


Paula sube la ceja para reprocharle lo que considera es el comienzo de uno de los circunloquios de su amigo, con el objetvo de no aterrizar la idea. Siente algo en su cabeza. Piensa en la primera gota de la lluvia y mira hacía arriba para confirmarlo. Nada. El mediodía despeja todas las dudas. Una flor de un árbol de acacia se enreda en su pelo. Paula la toma, le da la vuelta, la huele y le pregunta a Nicolás:


-¿Cómo hiciste eso? ¿Cómo sabías lo de la flor si estabas boca abajo? ¿Tenías ese truco preparado? Te conozco


-No, Pau. Escuché la flor desprenderse del árbol acá al lado.


-No es cierto, no es posible, Nico. Cada vez estás más chavado.

-No estoy loco, Pau. La escuché.


-He vivido con esto desde niño, Pau. Mi percepción auditiva es muy potente. Oigo el fuego, oigo el movimiento de cualquier cosa, oigo todo. Hasta cuando una hormiga pasa cerca. Todos mis miedos han sido extrapolados por esta virtud… que más que virtud es como un defecto ¿me entiendes?

-No, sé Nico, no entiendo…


-Mira Pau, yo no conozco el silencio.


Ay Nico, vamos, tú lo que necesitas es dormir un poco. ¡Vamos!


FIN


Por: Pipe Jiménez (Bogotá, 1976). Editor de El Relato del Domingo

Literato, baterista, Narrador, poeta, redactor y corrector de estilo. Profesional en Estudios Literarios. Magister en comunicación de la Universidad Javeriana.

Imagen: Lucas Pezeta



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Sonó el citófono. Bajé sin mucho afán. Me esperaba un taxi pequeño de los que se meten por todas partes. Me subí, arrancamos. Mientras revisaba mi bolsillo buscando los audífonos, me sorprendió un súbito giro a la izquierda. Levanté la mirada tratando de ubicarme. A lo lejos vi un policía corriendo hacia su moto.

-¡Se me vino, se me vino, ay juemadre! Comenzó a gritar el taxista con un tono trémulo y agudo, bastante asustado. Todavía mi mente no terminaba de descifrar la situación. Algo confundido intenté calmarlo, ser un poco solidario con él y mostrar comprensión con su equivocación; amablemente le dije:


-Fresco, fresco, dele chancleta...

No se qué mecanismo operó en mi mente. Lo impulsé a que se volara. Amable y tranquilamente le indiqué que volteara hacia la derecha por el parque y que arrancara. Los dos miramos hacia atrás y vimos la moto avanzando hacia nosotros. El conductor había ya frenando junto al andén donde miró por el espejo y encontró mis ojos. Pude verlo mirándome como si en mi mirada se constarara la complicidad. Arrancó como lo habría hecho el mismo Colt Seavers, de la serie ochentera Profesión Peligro.


Me subió algo parecido a un escalofrío por los brazos. Como volador sin palo, el pequeño auto amarillo avanzó por las calles de aquel barrio de clase media bogotana.

En la emoción del momento le grité que siguiera a la izquierda, por abajo del parque; no me hizo caso, volteó violentamente a la derecha y salimos de nuevo a la calle 147. Perdimos al policía, o más bien fue él el que nos perdió de vista y camuflados en el tráfico, subimos de nuevo hacia la carrera séptima.

No volvimos a verlo. Cruzamos descaradamente la novena, por dónde habíamos girado mal. Yo simulaba estar completamente tranquilo, a pesar de que el corazón estaba que se me salía del pecho.


-Ay juemadre, será que está por acá... repetía mientras subíamos despacio hacia el semáforo.

-Ay juemadre eso siempre hay otro tombo- repetía el taxista, de nuevo con la voz trémula. Maldecía entre el susto y la valentía. Yo le aseguraba que sólo había visto uno. A este hombre le iba a dar un infarto.

Silencio.

-Me metí a la derecha porque sino, nos habría visto ese tombo al pasar el parque... -me explicó el taxista, de repente. Se rompió el silencio y a través de los ocho centímetros del vidrio de mi ventana que quedaban abiertos sentí que un vientecito anunciaba el aguacero. Cruzamos frente a mi edificio; pude ver al celador caminando hacia la puerta por la que hace tan solo un par de minutos había salido tranquilamente.


-¡Se le voló hermano! Exclamé más bien para tomar aire. Pude ver como me miraba con un extraño brillo de triunfo, por el espejo retrovisor. Lo miré con complicidad y sentí que no debíu decir se le voló sino “nos le volamos”.


Me dio un breve ataque de risa; él se contagió. Simulamos calmarnos.

Continuamos hasta mi oficina. No hablamos mucho. Me cobró siete mil doscientos pesos.

FIN


*Por: Álvaro Valencia Benavides (Bogotá, 1977)

Papá de Miguel, artista visual, creador digital, emprendedor, guitarrista. Fundador y CEO de Aural Networks, Su genialidad lo ha llevado por distintos ámbitos en varias industrias donde ha liderado exitosos equipos de trabajo. Síguelo en instagram como @Pholonio

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