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Segunda parte de El juego


-Claro que me acuerdo… Refugio, nuestro periódico, ¿qué hay de tu vida Félix? ¿cómo te ha ido?


Augusto detalla el movimiento recurrente de los dedos de Félix, la manía de hacer chiscar las coyunturas de sus dedos le parece un gesto angustiante, la ansiedad de su interlocutor es inocultable. No lo recuerda así, le parece extraño que aquel joven decidido del bachillerato se muestre ahora como un adolescente inseguro, desesperado. Félix mira el reloj y mira a ambos lados de la cafetería.


-¿Qué te pasa Félix, te están buscando, te noto nervioso?

- No, a mí las culebras no me buscan porque creen que estoy muerto. Pero no estoy bien, amigo…

-Doña, par polas hágame el favor. Yo invito.




Por su tono de voz, Augusto supo desde el primer momento que era él, el gran Félix, aunque trae un desgano. Su pupilo ha engordado y ha adelgazado a lo largo de estos años, haciéndose casi irreconocible para quien deja de verlo. Los cambios en su masa corporal, según especialistas, son síntoma de su desequilibrio emocional. Frente a Augusto, hoy, es un hombre delgado, casi en los huesos, sin mayor promesa de músculo que lo respalde cuando lo termine de agarrar el desbalance ese que ha ido cosechando su hígado. Las expresiones de su semblante se ven maximizadas por la rudeza de los huesos de su mandíbula y sus pómulos. Ya no tiene cachetes y le cuelgan unas irremediables ojeras producto de la melancolía y las noches en vela. No come bien, está pálido y se mueve por la ciudad solamente durante las noches.


Hoy hizo una excepción para encontrarse con la única tabla de salvación que cree tener. Algo de esperanza lo recorre ahora que logró encontrar a su amigo del colegio, su primer maestro, su guía. Aunque no tiene otra alternativa, siente angustia de confesarle la verdad de su situación económica.


-No muy bien, amigo, trabajé como director adjunto en el Nuevo Hoy hasta que mi jefa se enteró que había comenzado a organizar un nuevo sindicato.


-Qué bueno, mi hermano, me alegra lo del sindicato. No esperaba menos de ti. Juramos vencer, recuerda, no te rindas. Yo viví en Nicaragua, llegué el mes pasado. A mí sí que me siguen buscando, hermano. ¿En qué andas ahora? Cuéntame todo lo del periódico, ya todos sabíamos que tenías talento para el periodismo social, el periodismo que se preocupa por la gente, no por la publicidad.


-Mira Tuto, te voy a contar. Llegué a ese periódico gracias a la fama que coseché a partir de nuestro éxito con Refugio. La doctora Amalia supo de mi trabajo y me recomendó con las directivas. Una sola entrevista, un examen médico y a recursos humanos para firmar un acuerdo de participación, una especie de contrato como practicante. Tenía los 18 recién cumplidos. Me pagaron la carrera y fui todero mientras me graduaba. Ya vinculado formalmente, me mandaron a la candela, reportero gráfico de guerra, imagínate. Poco a poco ascendí a subdirector y redacté el 70% de los editoriales, casi todos sin censura ni imposiciones. Te confieso que me tuve que tragar muchas cosas, callar mucho, pero hasta me nominaron el Premio Simón Bolívar por una investigación que lideré. Finalmente me gané el puesto de director. Allí se hace buen periodismo, ¿no te parece? Yo pensé que te habían asesinado Tuto, o desaparecido, como a tantos. ¿Cómo fue eso de Nicaragua?



Augusto, lo interrumpe porque sigue sin comprender qué pueda estar pasándole a su amigo. Además quiere que Félix pause su relato para que beba y respire. Lo que le ha estado contando parece la experiencia de un apersona exitosa, uno de los de abajo que ha logrado salir adelante. Siente la necesidad de pedirle que no lo vuelva a llamar “Tuto” y quiere proponerle que comiencen a comunicarse con alias porque sabe que en cualquier momento alguien lo echa al agua. Prefiere no contar mucho de su escape a Nicaragua, del agobiante sentimiento de desarraigo, de la precariedad de estar escondido.


-Hermano… ¿el Nuevo Hoy? yo no leo los periódicos del establecimiento. No me enteré que ocupabas esas dignidades. No puedo decir nada de tu trabajo ahí, pero no dudo que te haya ido bien. Mi vida en el exilio tampoco fue fácil. Uno extraña hasta la miserable vida de perseguido político de acá.


- ¿No te fuiste a la montaña… ya sabes?


Félix se refiere, por supuesto a la opción que tomaron otros de abandonar la lucha de bases en las ciudades para optar por la lucha armada. Augusto comprueba que nadie pudo escuchar la pregunta de Félix y como el lugar está completamente vacío decide prender su cigarrillo para expulsar pronto el humo de dos caladas y ahogarlo nuevamente en el candelabro cuya vela cumple el objetivo es alejar de la mesa a los zancudos. En la cafetería hay un afiche que el sol no ha terminado de quitarle todo el color. Es la foto del ciclista Lucho Herrera, el Rey de la Montaña. Los publicistas de los años ochenta lo convencieron para que hiciera un guiño de ojo con el que aspiraban a vender la marca de café.


-Luego te cuento, pero ¿qué es lo que te pasó? parece que me estabas compartiendo la historia de tu consagración profesional. ¿Cómo es que supiste que por acá me ibas a encontrar? Casi nadie sabe que volví al país.


-La doctora García fue la que me habló de ti, Augusto y me dio pistas para encontrarte, estoy buscando trabajo, estoy en la ruina, necesito de tu apoyo.


-¿La doctora García? Amalia, ahh claro, pero ¿cómo así? ¿cómo así que estás en la quiebra? un director de un periódico tan importante sale de ahí a otro medio. Tenías buen sueldo ¿no? ahorraste, estás casado…


-Sí, Amalia García, créeme que ganaba muy bien, no sólo por mi sueldo. Con unos alemanes creamos una organización no gubernamental y había buen billete para cada proyecto. Además me volví asesor del Gran Sindicato al que terminé asociado por una figura de contratación que supimos meter a tiempo antes del cambio de la norma.


-Conozco los privilegios de estar agremiado, Félix. Lo que hay es tela por donde cortar


-Ni me digas, por mi posición de poder en el Sindicato, me pude dar buena vida. Y por debajo la mesa se movía mucha pasta mi hermano. Recibía un sueldo paralelo que nunca reporté en mis estados tributarios, no más plata para este gobierno corrupto.


-Doña Fátima, dos polas que esto se puso bueno. Yo invito Félix. Cuéntame más


-Gracias pero esta es la última. Pues comencé a derrochar el dinero, digámoslo así, un comunista muy capitalista.


A Augusto no le gustó el comentario, tampoco esperó que Félix intentara un giro de esa clase a la conversación.


-Frecuenté bares, me hice adicto a la cocaína, bebía hasta la médula y me quitaba la rasca, tú sabes, con perico. Pero esa no fue mi ruina, mi ruina fue…


El tercer capítulo de esta historia se publicó domingo 3 de abril bajo el título A la sombra. Haz click en la imagen para conocerlo:




















 

Por: Pipe Jiménez (1976). Editor de El Relato Del Domingo.

© Todos los derechos reservados, 2022

El relato que comenzó con El Juego está compuesto por tres capítulos.

Foto: Cottonbro

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