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-Lo logramos. El estudio de riesgo quedó aprobado. Vamos a inyectarle con toda fuerza el acelerador a esto para agilizar el papeleo. Por favor no vaya a hacer estupideces ni se le ocurra recibir propuestas para entrevistas en ningún medio.


En un parlante que el difunto primer propietario del local reparó a perpetuidad, suena estridente una letra en la voz de Alci Acosta. La música permite confundir la voz de Augusto y eso lo tranquiliza, pero le incomoda no poder escuchar con precisión lo que le comunica el abogado...





-¿Y la plata? ¿De cuánto estamos hablando para la inyección?


-Usté no se preocupe que ya gestionamos eso con el Colectivo. Pilas con todo lo que diga a partir de mañana en ese teléfono.


-Pero quiero todo clarito, algún compromiso escrito, algo que me respalde, no quiero que comencemos a tener problemas. No quiero quedar debiéndoles esa plata. Todo clarito por favor.


-Usté sabe que no podemos dejar eso por escrito mi dóctor. Mire le explico, al Colectivo le conviene su candidatura, le conviene que usté siga vivo porque usté es una de nuestras apuestas más importantes para la Cámara.


-Veci... ¿me colabora?


Ella entiende el gesto con los dedos de su cliente y accede a bajarle un poco el volumen. Augusto requiere escuchar mejor lo que su interlocutor le dice al otro lado de la línea.


-¿Y si nos quemamos?


-El Colectivo nunca pierde la plata así nos quememos, pero no nos vamos a quemar, créame que eso ya es suyo.


- ¿Seguro? No hay riesgo de…


-No, se preocupe, no hay riesgo, ya esos votos están listos, a menos que la cague, yo veré.


-Veámonos mañana en el Trueno, este lugar es discreto, lo dejo porque ya llegó el socio.


Al colgar, Augusto saca la tarjeta sim del teléfono móvil y le asesta un golpe con una manopla de acero inoxidable. Hunde los pedazos de tarjeta en el vaso de aguardiente y vuelve a guardar la manopla en un sobrecito de una cuerina que imita la piel de un bovino. Más que una herramienta, es un talismán. Al objeto le atribuye el poder de haberlo salvado de un impacto de bala en Nicaragua gracias a que, antes del exilio, lo hizo “rezar” en una ceremonia de ayahuasca. No son pocos los enemigos que tiene, pero su vida realmente no corre el riesgo que el Colectivo quiere venderle al Estado.


Queda inquieto, cuelga porque no puede permitir que Félix conozca nada relacionado con esta información. Junto al semáforo agónico que repite la luz amarilla para advertir que ya cumplió su vida útil, detrás de un cigarrillo sin filtro, uno de los aliados de Augusto le avisa al otro escolta ubicado en la puerta de la cafetería El Trueno. Su misión es fingir que habla con por su teléfono móvil mientras registra en video todo lo que acontece cerca de su protegido. Cuando advierte la señal de su compañero procede a silvar una canción popular para anunciarle a Augusto que Félix viene a unas dos cuadras. Nadie en el sector sospecha que Augusto, sus escoltas y Félix comparten ideario político; nadie imaginaría que algún día todos recibieron una formación que aterrizaba a su contexto socio-económico buena parte de la doctrina socialista.


Aunque no es momento de recordarlo, Augusto sabe que puede confiar en la promesa del litigante con el que acaba de hablar por teléfono porque lo que los moviliza es la idea de vencer que todos juraron algún día. El dinero para conseguir que le aprueben el estudio de riesgo, ante la falsa amenaza contra su vida, no es un asunto que lo trasnoche. Ahora que escuchó de nuevo la palabra Colectivo, recordó la teoría del valor del trabajo de Marx, aunque no intuye todavía que tendrá que recordársela a Félix cuando este le pida empleo.


Atento a la cadencia que genera el choque entre las monedas dentro del bolsillo derecho, en medio de su desespero, Felix no consigue esquivar un charco que estuvo ocultando un hueco en el asfalto. Mojarse las medias no es el mayor de sus problemas y algo de esperanza se le fue sembrando en el alma cuando supo que podía verse con su amigo Tuto, el gran profesor Augusto Rincón. El dato para dar con él se lo botó Amalia, la última mujer que le prestó dinero con la objeción, a manera de amenaza, de no permitirle ningún tipo de acercamiento más con ella distinto al del pago oportuno de la deuda.


Antes del entrar a la cafetería, finge sonarse la nariz e introduce el último rastro de cocaína que le queda.


-Hoy me desato de esta cadena para siempre-


Se promete dejar el vicio porque ya no quiere consumirse más en lo que ha osado en denominar como el “hábito blanco”.


Durante el primer segundo que entra el químico a su cerebro, un flashback le retrae el sonido de la última máquina que le devolvió el dinero, esa huidiza sensación del triunfo. Sucedió el mismo día que lo vetaron del Casino Estambul, en Pereira.


Al fondo, sobre una baldosa a la que hace al menos dos semanas no visita un trapero, se completa el escondite de Augusto. Su amigo llega y prefiere saludarlo desde la penumbra antes de que Félix lo haga. El saludo le da la confianza a Félix para cruzar el recinto directamente hasta la mesa donde lo primero que ve es la copa de aguardiente vacía. A la izquierda de la mesa donde ha estado esperando Augusto, un reloj con manecillas de cobre ya no da la hora, pero cumple la perfecta función decorativa para ambientar el lugar al mismo tiempo proyecta una sombra sobre el rostro del impaciente Tuto. La ubicación dentro del lugar le viene bien porque le conviene no dejarse ver mucho, por si las moscas…


Esta historia continua con el relato titulado: El azar no juega


 

Por: Pipe Jiménez, Editor de El Relato del Domingo.

© Todos los derechos reservados 2022.

Foto: Yulia Polyakova


Conoce acá los dos primeros capítulos:


Capítulo 1: El juego

Capítulo 2: La confesión

















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