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Tenía 16 años y vivía con mi abuela en una casita lo más de bonita, estudiaba en un excelente colegio donde todos me incomprendían. Las clases eran aburridas, al menos para mí, así que yo leía y estudiaba por mi parte las cosas que me gustaban a mí, pero no les gustaban a mis amigas y eran temas que a los profesores nos les interesaba enseñarnos. Investigaba, buscaba información en la web común y la web profunda. Aprendí a acceder a publicaciones especializadas de circuitos de investigadores privados, muy celosos con su información. Leía los periódicos, leía todo, leía a mis profesores, leía los noticieros de televisión, todo lo procesaba como si almacenara información en un centro gigante actual de BigData bajo condiciones especiales en la luna. Es cierto que era una adelantada, pero al fin y al cabo seguía siendo una niña.


El gobierno me descubrió porque cometí un error imperdonable para una «genio» mujer como yo, bueno, una niña casi genio, yo era realmente muy ingenua y ningún genio comete esos errores. Digo «genio» porque cuando estaba en el colegio, mis amigas decían que yo lo era, pero insisto, yo no soy ninguna genio, me gustaba ayudar a mis amigas para que una vez terminados sus deberes escolares, pudiéramos dedicarnos a jugar. Sí, no sólo me gustaba leer, también me gustaban algunos juegos con ellas Mi juego preferido era el de detectives, me encantaba investigar y encontrar, pero a mis amigas no les gustaba mucho, así que eso lo jugaba mejor con los amigos de mi hermano. A ellas, sobre todo Julia y Lorena les gustaban lo juegos menos silenciosos, los bailes, las coreografías. El colegio me aburría y una vez, cuando me cansé de las tareas, de los tontos deberes escolares… decidí emprender una misión imposible. Quise evitar un examen estúpido con el que se pretendía exonerarme de cuatro grados. La idea era que me graduara más rápido, dadas las condiciones especiales de mi cerebro. Querían utilizarme como ratona de experimento. Ese iba a ser mi primer ascenso, pero yo ni lo quería, ni lo necesitaba, ni estaba preparada para hacerlo. Así que decidí crear una personalidad paralela, con el mayor cuidado posible, para enviar una carta por internet con una amenaza al colegio. Encripté mi información, pero dejé un hueco. A ese colegio iban los hijos y nietos de personalidades muy importantes, de embajadores, de expresidentes, de artistas reconocidos. Era el colegio más famoso y costoso del país. Aunque hoy en día casi no quedan colegios privados por la estúpida “revolución estudiantil” del grupo político que accedió al poder para acabar lo bueno con promesas no cumplibles, opino que todas las personas que pasamos por aquel colegio elitista, siempre han estado comprometidas por los valores sociales, por el servicio hacia los demás. Y la historia nos comprobó que el monopolio de la educación pública generó atrasos y fortaleció la corrupción porque poco a poco fue ganándose un estados de invulnerabilidad y sin la auditoría del mercado, se enquistó bajo sus propias proclamas, varias incluso, quién lo creyera, anti-científicas.


Pero volvamos a lo que hice. Se trataba, entonces, de un entorno muy vigilado. El colegio tenía cámaras hasta en los baños. El "ataque terrorista", como posteriormente fue catalogado, tenía el objetivo de desestabilizar a ese entorno de paranoicos para que me dejaran en paz y no me pidieran más de lo que yo misma no estaba dispuesta a dar. Aunque me querían graduar por anticipado para que me constituyera en una especie de embajadora de marca del Colegio y luego de la nación, no se las iba a dejar tan fácil. Ni que yo fuera a aceptar tan fácilmente eso de ser usada como comodín que llevan de acá a allá sin la participación de mi voluntad o determinación. No quería ser tratada como una niña especial, quería que me dejaran tranquila. Quería ser normal, como mis amigas. Así que le hice creer a todas las autoridades del colegio que durante el transcurso de la semana iba a explotar una bomba en el colegio. Mi abuela lo resumió todo como “una pilatuna muy pesada”. Ella y mis padres fueron los únicos que me perdonaron rápido, ellos me conocían. Sabían que mis intenciones nunca fueron terroristas. Creyeron mi versión, la única real. Pero la policía no me perdonó, mucho menos las autoridades de justicia y los machitos esos del gobierno. Montaron un operativo para descubrir quién era el terrorista, investigaron a todos los posibles sospechosos, entrevistaron a todos los funcionarios del colegio. El entorno de vigilancia más paranoico terminó perjudicando la privacidad de mis propias amigas. Me sentí fatal. Supe que infiltraron hasta a los amigos del rector, todo el mundo era sospechoso. El colegio se mantuvo cerrado y los hijos de los políticos fueron llevados a un lugar especial para ser protegidos. En otras palabras, puse a temblar al país y por eso me merezco un crédito y un aplauso. Las autoridades del colegio no sabían cómo resolver la situación y junto con el embajador, se dirigieron al gobierno para que intercediera ante los proveedores de los servidores, ante todas las empresas del big tech, no sólo google y facebook. También contactaron hackers de los buenos, de los que trabajan en ciberseguridad. Las autoridades no saben, pero a uno de mis perfiles falsos le llegó una prueba para saber si aquel hacker que me encubría, o sea yo misma, estaba dispuesta a colaborar para descubrir a la terrorista, es decir, se delataron ellos mismos en su intento de acceder a la fuente original de la amenaza. Pero claro, cómo iban a saber que yo misma había creado ese perfil para comenzar a entender el hermoso mundo del hackeo. Finalmente, aún no sé exactamente cómo, dieron con mi computadora y la tarde del 24 de agosto llegó a mi casa un Comando de las Fuerzas Militares poderosamente armados. Unos doce policías y diez soldados irrumpieron de una manera poco amigable. Entraron rápido, violentamente, sin perder permiso ni ofrecer disculpas… machotes insignificantes. Casi rompen la puerta de mi habitación.


Un pude contener la risa, nerviosa, claro, pero risa genuina, cuando vieron que adentro de la habitación no había un terrorista sino una niña inocente… jajajajajajajajajaja sus caras de sorpresa fue la mejor recompensa para esta niña inquieta que era yo entonces.


Tuve que someterme al rigor de varias pruebas psiquiátricas y neurológicas. Hasta en el polígrafo me sentaron. Del colegio me expulsaron y exhortaron a mis padres para que me ingresara a una institución educativa especial.


Mis padres me regañaron al comienzo, pero luego comprendieron que yo no estaba a gusto con muchos temas de mi vida y que la educación formal no es para todo el mundo, porque no somos robots, somos seres únicos e irrepetibles.


Han pasado muchos años y ahora soy una de las cinco ingenieras hispanohablantes más importantes de la NASA, quien lo creyera, primero fui una amenaza y ahora soy un tesoro para los gobiernos. Tengo más dinero que el que puedo gastarme, no tengo tiempo para gastármelo tampoco, por eso fundé la Eli Fundation, para ayudar a las familias que tienen niños con habilidades especiales.


Por eso aunque ya no quisiera retirarme, también puedo decir que algo, de alguna forma, me hace feliz: el impacto que puede generar mi trabajo. Mi próximo proyecto es un diccionario que comunique a los extraterrestres con personas del común en la tierra. Será un chip que insertaremos en una molécula específica de los seres humanos para que comprendan los mensajes de tantos otros seres intergalácticos, pero por ahora los dejo, me llaman de otra galaxia. Si hay algo mejor por allá, lo dejo todo de nuevo.

FIN

 

Esta es la segunda parte del cuento titulado Eli Viaja (Haz click para conocer el comienzo de esta historia).

La primera edición de este relato se publicó el 31 de diciembre de 2017 en otro medio.

Ha sido editado, mejorado y modificado en febrero de 2022 para esta segunda edición.

© Todos los derechos reservados

Foto: Mikhail Nilov

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