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"Cuando todo avanza hacia la ruina, el acto más sensato es permanecer quietos".

Henry Miller


Por tratarse de un testimonio cultural de un linaje extraordinario, presuntamente extinto, gracias a una prueba de ADN, el coleccionista húngaro Anjou Árpad, generoso tributador en Turquía, había conseguido arrebatárselo al Museo Nacional Del Estado. Fue preciso entonces, en plena guerra fría, que las empresas encargadas de los seguros dieran el visto bueno del traslado mediante la juiciosa elaboración de un documento que consignara, además del estado de propiedad de un abuelo del húngaro, la justificada curación por parte de un equipo de expertos, como Patrimonio Cultural de la Humanidad.


Mariam sedujo a Árpad en un encuentro latino en Estambul, donde le prometió enseñarle a bailar salsa directamente en un lugar clandestino en el barrio San Antonio en Cali, Colombia. Lo que no sabía el húngaro era que ella había preparado una bebida con belladona, amapola, borrachero y otra planta sagrada, para arrebatarle su voluntad, con el fin de firmar un compromiso para el préstamo de la escultura, en ocasión de la Bienal de Arte Antiguo que Mariam co-organizaba con la viuda de un expresidente.


“Tienes que sugestionarlo para que entre a su pasado, como pasajero, situarse allá y desde allá desprender sus ataduras”, le dijo Amalia de los Ángeles, la medium catalana que había fracasado como psicóloga clínica en España y que se lucraba de consultas sobre cartas astrales, invocación de ángeles, lectura de iris e interpretación de sueños. Sus clientes eran, en su mayoría, personas a quienes les había fracasado uno o varios matrimonios o quienes no habían conseguido escapar de la depresión.


Mariam se propuso meditar frente a la escultura basada en una intuición extraordinaria que la situaba, en una vida pasada, al otro lado del mundo. Dispuso de trece velas para ese propósito, debidamente saneadas por una evocación de limpieza espiritual. Para que el rito alcanzara el efecto imaginado, Mariam ordenó desconectar el fluido eléctrico la noche del 21 de marzo cuando la luna migraba de llena a gibosa menguante.


Todo parecía suceder como estaba planeado hasta que, al intentar encender la primera vela que se ahogó, Mariam sintió que un ruido espantoso se colaba entre las paredes. Primero pensó en una fuga de agua o gas, luego imaginó la visita de roedores. Un impulso que ella misma no supo explicar la obligó a soplar las otras velas cuando un golpe en el techo la hizo brincar hacia la puerta.


Durante los siete minutos posteriores, nada se inmutó, no se movió ni el polvo en el recinto. Mariam a duras penas se atrevió a parpadear. Entonces recordó las palabras de De los Ángeles: “no te asustes con los fantasmas, diles en la cara que en ti nunca encontrarán terreno fértil”. Encendió la linterna de su celular y cuando se acercó a la escultura, tropezó con el brazo de mármor de la misma, que se había descolgado hasta el suelo por alguna fuerza invisible. El tropiezo complicó las cosas porque, ante el nuevo sonido, el cuerpo de Mariam tumbó la escultura completa, sin remedio alguno porque cayó en pedazos sobre el suelo de la sala.


Una semana más tarde, ante la urgente demanda tramitada a través del gobierno turco, Mariam resolvió cancelar los servicios de la medium, para destinar el dinero de un nuevo préstamo bancario al pago de los honorarios de la empresa de abogados. A través de dicha empresa elevó una demanda que soportaba la tesis de haber sido engañada en su buena fe por el húngaro Anjou Árpad, a quien responsabilizó del inadecuado mantenimiento de la pieza histórica. Apenas pudo ocultar que la escultura pasó con ellos una larga noche de pasión en una casa gigante, alquilada por el magnate, construcción que tenía la oscura fama de haber sido recuperada por antinarcóticos a la élite del cartel de Cali.


La custodia del menor, hijo de ese amor transnacional, ha seguido todos los trámites regulares de la atortugada administración de justicia.

FIN

Por: Luis Felipe Jiménez J. (Bogotá, 1976)

© Todos los derechos reservados 2019.

 

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