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Una mano gruesa con un anillo brillante se posa sobre el hombro de la funcionaria. Cuando voltea la cabeza para mirar a los ojos al interlocutor que busca su atención, deja caer el bolígrafo con el que acba de llenar un organigrama seductor para explicarle al nuevo cliente las bondades del servicio que comienza a ofrecerle.

-Tatiana, como tú sabes, hoy finaliza tu periodo de prueba y por tus resultados, como ya sabes, no vas a poder continuar con nosotros, así que hasta hoy nos acompañas. Quería que lo supieras de una vez, muchas gracias. El jefe parece optar por un tono empático que no sabe fingir muy bien detrás de la mala noticia que recibe Tatiana. Con destreza escribe al revés para que el potencial comprador que tiene al frente suyo, lea las gráficas y las palabras clave, sin tener que voltear la hoja a cada rato. Tatiana baja la mirada y le dice:


“Es mi tercera semana acá y no he vendido casi nada, las metas son muy altas”. Tatiana hace asesorías de viajes, promete la toma de la mejor decisión acerca de cómo decidir bien a la hora de invertir en las vacaciones. Se trata de un club de viajeros con una anualidad prepago que promete los mejores precios del mercado en viajes a cualquier lugar del mundo. La sala tiene un solo ventanal, pero su ubicación no permite la llegada directa de la luz solar, por lo que al ambiente lo saturan unas lámparas de neón con un tono que equivocadamente aspiran a darle más familiaridad al entorno. La música que suena es electrónica, un soft house que se intercala con un lounge mediocre y repetitivo cuyo volumen apenas deja escuchar la voz de los vendedores. Se trata de un truco para que cada cliente no alcance a involucrarse con las charlas de la mesa contigua, donde otro asesor procura convencer con toda suerte de promesas, a una familia o a alguna pareja de las ventajas de optar por los paquetes turísticos. Todos recibieron una llamada la semana anterior en la que les prometieron haber sido escogidos, por su excelente manejo crediticio, para recibir un bono regalo de consumo con la única condición de recogerlo en aquella oficina donde ahora reciben las instrucciones para su activación. Tatiana acude de nuevo al sentimentalismo porque leyó que el cliente no tiene una personalidad autoritaria:


-¿Quiere otro cafecito, una aromática?

Tan pronto se sentó frente a ella, en un escaneo de diez segundos, Tatiana registró que él lleva las uñas cortas, sus manos son suaves y no ofrece ningún movimiento que delate ansiedad. La empresa invirtió una millonada en una capacitación para que sus vendedores aprendieran las micro-expresiones faciales de tal forma que no pudieran ser engañados con cualquier respuesta que evadiera la verdadera intención de compra. -Señorita de una vez le digo que no estoy interesado en lo que ustedes me ofrecen, vine solamente por el bono, mejor que no pierda su tiempo conmigo. Tatiana finge un tono lastimero, le habla de su hijo al cliente y le dice que con qué cara le va a llegar a su mamá, la abuela del niño, quien se ha ofrecido a cuidarlo mientras le consiguen un colegio que puedan pagar.


En la escuela del barrio me lo maltrataron y tuvimos que sacarlo. Se toca simultáneamente el hombro mientras deja caer el bolígrafo, como señal de apoyo al grupo de vendedores. Alguien que simula ser su jefe se acerca a la mesa y le dice al cliente:


Señor, Tatiana ya no lo va a atender más, permítame le presento a Amparo. En la mesa del lado explota una bomba rellena de serpentinas, caen dulces y todos los vendedores aplauden. Es la señal de la venta, una familia más pagó por el “Paquete Esmeralda”, el más costoso. Todos celebran y se escucha un “bienvenidos a la familia…” al unísono. Una asesora que no había entrado a escena llega con una caja envuelta en paquete de regalo y con un beso en la mejilla se lo entrega a Don Gabriel. Su pareja sonroja y le recibe la caja mientras él firma el último documento. El cliente de Tatiana los observa, pero siente que han sido engañados. No le nace sonreír, el ambiente es tan falso que le produce repudio. Tatiana saca de su bolsillo unas gotas y sin que el cliente lo note, se aplica un par en los ojos. -Aquí la única a la que no le compran es a mí, le dice al cliente. -Señorita, acá me perdieron como cliente desde el momento en el que su jefe le anunció delante mío que hasta hoy trabajaba acá. Eso no se le hace a un empleado. No estoy dispuesto a firmar nada con una empresa que desprecia de esa manera a sus colaboradores. Esta es mi tarjeta, la espero el lunes en mi empresa, estamos buscando una Directora del Departamento de Ventas. Tatiana no llega a la cita. Ha vendido diez paquetes Esmeralda, está a punto de conquistar la meta del año y no quiere arriesgar su puesto.

FIN

 

Por: Pipe Jiménez (1976)

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Foto de Tirachard Kumtanom


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