Por: Alejandro Hernández Agudelo* (Medellín, 1976)
En este relato desgarrador, cuyo ritmo en tiempo presente es acompañado por la temperatura de lo narrado, el lector transita por una penumbra sin saber que al final se llevará una sorpresa.
Un invierno más crudo de lo normal se presentaba en ese momento. La mano del hombre había tenido mucho que ver. La tierra fue arrasada sin piedad.
El paraje alrededor era desolador: los árboles sin follaje que cubriera sus desnudas ramas, el agua congelada en pozos, ríos y lagos. Los cuerpos inertes de humanos y animales a merced de los carroñeros y con ellos, la soledad. Sí, la soledad era un habitante más, un habitante fantasmal.
Hay una cabeza con cabello negro, ojos cafés hundidos en el abismo de la desesperanza, nariz aguileña, labios finamente delgados, dedos huesudos y un lunar encima del lado izquierdo del labio superior en forma de diamante. La cabeza se asoma detrás de la cortina y sólo ve nieve en un paraje desolador de árboles chamuscados, vegetación yerma y pequeñas fumatas de aquellas aves de acero que escupen destrucción.
El pequeño sabe que será una noche larga con el frío colándose por las rendijas de madera en la cabaña. Las mantas tendrán que hacer todo el trabajo. Los huesos le duelen, no puede explicar por qué. No es el frío el que causa el dolor, es algo más profundo: son los irritantes punzones. No hay leña para encender el fogón. Un mendrugo duro, mohoso y viejo que ha hecho rendir, será su alimento hasta mañana, si la mañana llega para él...
Se escucha el viento silbar y golpear a los árboles en una noche oscura, sin luna. Desde el bosque, unos ojos observan hacia la cabaña...
En otro lugar, un niño con cabello negro, ojos cafés hundidos en el abismo de la desesperanza, nariz aguileña, labios finamente delgados, dedos huesudos y un lunar encima del lado izquierdo del labio superior en forma de diamante es sumergido en una tina llena de un hielo que no quiere derretirse. El Ángel de la Muerte le perfora los brazos con punzones y luego quema su piel. Es paciente, sabe que sólo es cuestión de tiempo antes de que el gemelo, desesperado por el dolor, salga de su escondite y sea traído de nuevo a su hogar: Auschwitz. FIN
Bio: Alejandro es un paisa originario de Medellín que disfruta tomar "café americano", lee a Lovecraft y escucha rock. Negociador internacional y especialista en formulación de proyectos que en sus ratos libres se dedica a escribir con especial énfasis en temáticas de terror y suspenso.
Sigue a Alejandro en su instagram como @AlejandroHernandezAgudelo
Escucha a Alejandro en esta entrevista sobre otro de sus relatos en el libro de varios autores titulado "Crónicas de una Noche Oscura".
Imagen: Spencer Selover
Esa combinación de Poe y Dostoyevski, es digno de un maldito desquiciado, excelente relato, para cuando no quiera dormir
Descripciones que mi mente a aquel lugar...y un final que no me esperaba!!!🙇🏻🙇🏻...👏👏👏
Muy buen final, un saludo!!
Muy buen relato. Corto y explícito. En pocas palabras nos lleva a la triste realidad de un pasado que no quisiéramos que la humanidad reviva.
Se puede visualizar cada palabra,emociona,entristeze te lleva al lugar hace sentir empatía! Me encanta! Saludos desde Japon tu Megamisama!