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“Y los muros del cementerio repitieron,

una vez más, los ecos cansados de la desolación.”

José Saramago


Primero lo dijo la radio, luego llegaron los periódicos, en internet corrió la noticia y en las redes sociales comenzaron a establecerse campañas para, por un lado desvirtuar la información y por otro, ridiculizarla bajo la premisa errónea de estar frente una noticia falsa o fake new.



A San Antonio del Puerto se le acabó el espacio para los muertos. El cementerio agotó todo su territorio disponible y fue imposible la aplicación efectiva de una política pública que había intentado obligar a los vivos a ejecutar el reemplazo de todo cuerpo después de 10 años de enterrado con otro más joven, es decir, con menos horas de muerto.


Coinciden los cronistas que, a través de imposición judicial, el 31 de octubre, en año bisiesto, una comunidad religiosa, con amplio lobby político en la Asamblea del Municipio, atajó la medida argumentando que el desenlace orgánico de los cuerpos debería respetarse de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Adujeron que sacar un cuerpo de su posada eterna, estaba escrito, proporcionaría una peste sin antecedentes.


Esa tarde decidieron dejar de morirse los vivos y desde entonces todo aquel que pareciera manifestar algún tipo de enfermedad letal, con pronóstico fatal, hubo de retirarse previo sello en un documento oficial llamado El Pasaporte Final. El apostillaje del irremplazable documento resultó de dificultosa adulteración y quedó bajo la responsabilidad del Departamento de Salud Pública en cuyas oficinas comenzaron a archivarse lentamente los nombres de enfermos falsos que aspiraban a enfermarse en pueblos ajenos, sólo con la esperanza de optar por un lugar digno para ocupar la dignidad de sus restos por el resto de la eternidad. FIN


 

Por: Felipe Jiménez Jiménez @Felipepoet

Escrito el 2 de septiembre de 2019 en Bogotá, Colombia.

© Todos los derechos reservados 2019.

Imagen: Mike Birdy

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