top of page
Publicar: Blog2_Post
Buscar

Me desnudó una pregunta de una amiga. ¿Es más fácil escribir sobre uno mismo que crear una ficción?


Sin matices no es posible responder a esa inquietud.




Algunos temas sobre uno mismo son más sencillos de narrar que otros. Hay temas más sencillos de compartir. ¿Y en cuanto al cómo, a la forma? Si me impongo un límite de espacio para narrar acerca de una enfermedad o un padecimiento, siento que puedo dejar algo por fuera. Contar algo íntimo, hacerlo público, ofrece un desafío en el que se ven confrontadas dos realidades.

Primero, urge no mostrarse débil para que lo narrado no parezca un ruego en búsqueda de conmiseración o lástima. No resulta lindo verse en el lugar de los que explotan el dolor de sí mismos para recibir algo a cambio y menos si lo que se recibe es una mirada lastimera. Cuando padeces una enfermedad no necesariamente quieres ser visto como alguien más débil o incapaz. Imagino que, de alguna forma, esto es lo que deben sentir las personas que han sido violadas o abusadas cuando le dicen a alguien “no me revictimices”. Ya tiene uno suficiente con padecer una enfermedad o una lesión, para que desde afuera sólo se reciba, así sea por cariño, el rótulo del enfermo o el karma del disminuido.


Por otro lado, escribir sobre un padecimiento es confrontarlo desde lo más puro del mismo: el dolor que ha causado. Es sabido que un mecanismo de protección para seguir vivos opera desde la negación. Este mecanismo tiene un doble poder: por un lado, te aleja de asumir lo que padeces y por otro, impide que eso que te duele sea más fuerte que tú mismo. Cuando escribimos sobre el dolor, debemos desnudarlo, comprenderlo, asimilarlo, dejarlo ser. Y muchas veces no somos capaces de hacerlo porque ese proceso es también doloroso. Es más fácil olvidar, seguir el consejo que dan a quien, por ejemplo, sufrió un accidente: “ya pasó, piensa que cada vez te va a doler menos, cada vez vas a estar mejor”. Pero olvidar es prácticamente imposible. Por eso negamos, por eso algunas personas no quieren hablar de su enfermedad, de su dolencia, de su padecimiento. No quieres que el proceso de compartirlo te produzca un nuevo dolor o te recuerde el dolor inicial con tal grado de nitidez que la elaboración de un texto literario o anecdótico, como dije antes, termine revictimizándote.


Soy consciente que la #ConvocatoriaOstomías (click para conocer más) en la que invito a pacientes, familiares, cuidadores, personal médico o cualquier persona interesada en contar alguna experiencia en torno a vivir con una bolsa de ostomía, puede generar angustia en algunas personas. Muchos no querrán que se sepa su condición, muchos están en el proceso de aceptarse, de adaptarse a un dispositivo externo a su cuerpo.


El 17 de marzo de 2010 desperté con una tripa por fuera. Cuando la vi por primera vez, no entendí qué era eso y me asusté. Había sido advertido que posiblemente tendría que vivir unos meses con una bolsa de ileostomía, pero no sé si por la misma negación, durante la explicación del cirujano antes del procedimiento, no capté que una parte de mi intestino delgado iba a quedar por fuera de mi cuerpo. El único mensaje que me quedó perfectamente claro, aquella noche de marzo, fue que la cirugía era complicada y que podía morir ese mismo día. El relato que comparto ahora, titulado Empelote Público, narra los hechos ocurridos durante un accidente que viví frente a unas 40.000 personas. Todo sucedió, precisamente, durante uno de los momentos más felices de mi vida…

 

Por: Pipe Jiménez (1976), Editor de El Relato del Domingo

Haz parte de Ostomías Colombia, la comunidad de apoyo a pacientes con ostomías en facebook.

bottom of page