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Despertó y recordó. Esa era su cama, su habitación, y notó que había cambiado algo desde la última vez. “¿Cuánto habrá sido ahora? ¿Cuánto tiempo más habré perdido?” Estiró la mano hasta el timbre y esperó. La joven enfermera que apareció era nueva para él.

— Hola, don Álvaro. ¿Cómo se siente? Me llamo Aurora. ¿Necesita algo? "Sí, claro, —se dijo en silencio, —juventud, salud mental, memoria, control..." —Agua y mi café, si se puede, Aurora. Gusto en conocerla. ¿Hay alguien? ¿Qué horas son? — No, don Álvaro. Solo estoy yo. Casi las diez. Ya le traigo... —¿Cuánto fue esta vez? ¿Pasó algo? —Me dijeron que tres meses. Todo está bien. No pasó nada grave. —¿Y Rosario? ¿Usted cuánto lleva acá, Aurora? —Quince días don Álvaro... Ella se fue… ¿Algo más? Álvaro sostuvo el silencio apenas lo suficiente para dolerse y ocultarlo.

—Vaya tranquila, Aurora. Así está bien. ¿Mi celular? —Acá está. Tenga. —Gracias...

Tres meses... Mientras revisaba el aparato se preguntaba cómo fue este lapso. Vio que estuvo ocupado. Sus tres pinches redes estuvieron activas hasta hace dos días. Imposible revisar los tres meses. Sin embargo, revisó sin ser prolijo. Los nombres se repetían, muchos no significaron nada para él. Los números aumentaron…muchos halagos y aplausos desconocidos. El resto, los pocos que resonaron con emociones en su memoria, son los mismos de siempre: amigos, familia. Hasta ahí el análisis. Siempre ha preferido que le cuenten, no averiguarlo.

Y como si fuera el último día de la última vez que estuvo, volvió a la pregunta que no ha tenido cómo, ni se ha atrevido a resolver jamás: ¿Quién sí habría sido, pero nunca dijo nada? ¿Vale la pena averiguarlo?

Apareció Aurora con el agua y un café con leche recién preparado. Pudo ver que esperaba responder bien al entrenamiento que debieron darle cuando reemplazó a Rosario. Se tomó el agua a grandes y pausados sorbos. ¿Por qué se iría? Llevaba mucho tiempo con él, y la mayor parte él estuvo ahí, y bien. Iba bien. Iban bien. Lástima por Rosario. Tendría que preguntar eso también.

— Gracias, Aurora. Hm… rico, —dijo cuando probó el café—, al pelo... Gracias. Aurora sonrió. "Es bonita”, pensó, "Es querida, me cae bien, todavía no tiene cara de susto..." —Me voy a levantar, Aurora. ¿Puedo? ¿Cuánto hace…? —Antier, don Álvaro. No se preocupe... Puede. Está bien. Si necesita... — No, Aurora. Nada más. Gracias.

Se enderezó con la taza en una mano hasta acomodarse de lado apoyando los pies en el suelo y estiró del todo la cama eléctrica con el control remoto que activaba con la otra. Tampoco desconoció la sensación física esta vez, ni le crujió el cuerpo, ni sintió dolor alguno como en esa primera crisis, cuando creyó que volvía a nacer, cuando ellos creyeron que se les había ido.


La primera vez que despertó sin saber nada del tiempo pasado y se enteró del otro, le pareció curiosa la sensación de cargar por un instante con un trajín ajeno en el cuerpo, como cuando un avión “siente” que cambió de piloto, pero desde el punto de vista de la silla. La metáfora es ridícula, pero le vino así a la mente.


Se levantó sin prevenciones y aguantó por si se mareaba, pero no pasó. Se puso sus pantuflas y se dirigió al baño. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver cierta admiración en el amable y bello —sí, es linda— rostro de Aurora. "¿Cómo se verá Aurora dormida luego de cien años?", tuvo que preguntarse Disneysariamente. “Bueno,” reconoció, “no he perdido el humor.”


Entró al baño y, como siempre, lo último que hizo fue verse la cara. Luego de secar el vapor del espejo, buscó sus ojos. Entendió la expresión en la mirada de Aurora, inmerecida por lo general, dicho sea de paso. El cuidadoso y "estilizado" corte de su barba y bigote no dejan nada que desear aunque no sean su estilo y le dan un aspecto que no suele ver en el espejo desde que no actúa. Un aspecto vanidoso y, vale decirlo, elegante.

— Lo llamaron sus hijos, — le dijo sonriente al verlo salir. —Que les avise si los necesita. Que llegan en minutos. —Gracias, —le dijo mientras les escribía. —ya estoy en eso. ¡Qué hambre! ¿Cuánto hace...? — Desayunó ayer...

—¿Ayer? —Estuvo dormido…

—Con razón... ¿Qué hay? —Lo que quiera, don Álvaro. —Entonces... ¿Desayuno "clásico", será? —Ya se lo organizo, —dijo Aurora con un alegre (y sin duda inconsciente) saltito antes de salir silenciosa y calzada en sus inmaculados mocasines blancos sobre las medias veladas blancas, bajo el ruedo del uniforme blanco, delgado, algo ceñido. ¿Será cosa de iconografía fetichista, o de veras se ven tan sexis? Qué vergüenza despertar pensando en eso…


Él se quedó de pie en medio de la alcoba, ahora sí con la incómoda sensación de no saber por dónde empezar, o proseguir, más bien. ¿Qué tendría en la agenda hace dos días que no estaba en el celular? Ir al estudio, obvio, y al computador. Parece hace tanto tiempo... Cuando Aurora apareció con una cinematográfica bandeja de desayuno, se cambió de mesa para devorarse su polo a tierra, su identidad en fruta, lácteos y carbohidratos.


— ¿Vengo comiendo igual? — Sí, normal. Por lo menos que me conste desde que llegué. Y me dijeron que sí, que con Rosario también. — ¿Por qué se fue Rosario? —Ay, no sabría decirle... apenas si hablamos un par de días... pero estaba triste...


Supo que preguntar había sido idiota. Y suicida para su ánimo, de paso... Ay, Rosario. Habían alcanzado una descomplicada confianza, una amistad cómplice. Cuando Aurora le avisó que habían llegado sus hijos, Álvaro llevaba un buen rato leyendo en el computador.

—Que suban... —Me avisa cuando quieran el almuerzo. — Claro.

Los dos "jóvenes", ya rondando los 50 años, entraron con la sonrisa de bienvenida.

—¡Alvaritoo! —¡Muchachos ilustres!

Se abrazaron. —¿Qué tanto es urgente saber? —No mucho, padre. Y nada serio. No te preocupes. —Más bien son cosas buenas. —Ya miraste el compu? —Sí... No me choca. —Eso pensamos... —Pero tengo la sospecha de que se va a poner peor... Necesito resolver una cuestión pronto... —¿Qué será, Alvarín? —Una encuesta de cierre. —¿Otra vez? —Otra, no. La misma... —Para qué, Alvarito... en serio... Cuando "no estás", no te importa, vives normal... Te rinde, te entretienes, no... — Ya sé... se entretiene, no sufre. Él, sí. —Eres tú. —No. No lo recuerdo, no es mío. No soy yo. Cuando vuelvo, todo vuelve. Sobre todo, la duda. —La nostalgia, será. —Da lo mismo. Necesito saber. A propósito: ¿Qué pasó con Rosario? Los dos hombres se miraron, se dieron el tiempo, cedieron el turno... —Se fue algo confundida, triste. —¿Qué le hizo? —Le dijiste lo que pensabas...

—Lo que pensaba él, será…

—Tú, y todo. —Maldito... por eso necesito saber, antes de que sea tarde. —¿No sería peor? Él sí absorbe y recuerda...

—Mejor. Yo voy perdiendo cosas, que él las vaya guardando.

—¿Para qué?

—¿Almorzamos?

—Pero acabas de desayunar.

—Tengo hambre.

Almorzaron actualizando sus vidas, sobre todo la de Álvaro.


—Mucho homenaje, para qué…

—Tocará agradecerle, si se digna dejarse ver.

—Con la última barrió con todo, Alvarito.

—Qué bien… Lástima ¿no? al fin y al cabo, las empecé yo… ¿no?


Los dos señores lo miraron con piedad mal disimulada. Él lo entiende, ellos saben…

—Bueno… creo que hoy no voy a hacer nada ¿cierto? Estoy algo despistado. Leeré y me lo tomaré con calma.

—Me parece…

—Lo mismo opino.

—Pero eso no impide que adelantemos algo de aquello, como por ejemplo: ¿Cuántas son?

—Esa es otra, padre… algunas que ya no están. Otras no se encuentran…

—¿Cuántas son?

—Cuatro.

—Sin su mamá, obvio…

—Alvarín, no seas mierda…

—A ver… Lo digo con respeto y porque es obvio. Honestamente. Ella era, y ya sé que no fue. Con ella no tengo dudas.

Todos callaron. A lo lejos, sonaba agua que no era lluvia. Y ladró un perro con pereza.


—Cuatro, —susurró Álvaro. —De una lista que alguna vez me demoré una tarde para terminar, y dos días para resumir cuando me impuse “términos y restricciones”, o habría sido interminable. Creo que son las que son. Quiero verlas, que vengan. ¿En ocho días, si aún estoy?


La tarde pasó bien, ellos se fueron a sus asuntos, Álvaro se sentó en el computador a perder el tiempo. Leyó, corrigió algunas de sus páginas ajenas casi con vergüenza. “Cómo escribe de bien”, pensó. Revisó correo, disfrutó de la fama renovada durante su ausencia. Él es el que sale a la calle, él que va a los eventos, él que sonríe en las fotos… Al atardecer pidió una cena sencilla y se acostó. No durmió hasta el amanecer, cuando la angustia del insomnio remitió un poco y cerró los ojos como debió hacerlo el primer hombre que pensó que el sol había muerto y lo vio aparecer de nuevo. Temía volver a desaparecer sin darse el tiempo para lo que faltaba…



La semana siguiente sus hijos volvieron con malas noticias. Su esperada reunión fue un fiasco. Las cuatro mujeres por separado decidieron no asistir, se negaron a verse entre ellas, les pareció ridículo que a estas horas de la vida un escritor famoso, que se codeaba con las altas huestes de la cultura y el Jet Set, viniera a dárselas de romántico, de nostálgico cuando se le había visto correteando jovencitas en eventos y cocteles…


Álvaro, por supuesto, se sintió morir. Él no asistía a nada, no salía nunca hasta que empezaron sus ausencias. En cuestión de días empezaron a atosigarlo por su silencio y su encierro. Los medios, las redes, amigos recientes, los aduladores… emitían, comentaban, debatían y se dolían por esta nueva crisis del gran escritor y rogaban por su pronta recuperación. Entrevistaron psiquiatras y gurús para especular y explicar cómo la psiquis de los creadores hace eso cuando se aprestan a producir algo novedoso y extraordinario, previeron la salida de una nueva novela que revolucionaría la literatura de ficción, que vendría a engrosar la lista de Best Sellers de este antiguo actor, querido pero no famoso, que había, sin embargo, alcanzado la fama luego de un coma inexplicable que casi se lo lleva. Le exigían aparecer, explicar, darles material para llenarse de clicks y likes.

Álvaro escribía mientras tanto. No una novela, sino notas de su vida, recuerdos que veía alejarse, experiencias que se le iban borrando perceptiblemente.


Su duda irresoluta pasó al olvido cuando los rostros de sus amores perdieron asidero en su memoria y empezó a preguntarse de quién eran esas fotos tan guardadas, tan cuidadas, tan antiguas. Leyó los nombres escritos atrás y no le dijeron nada. Esa noche volvió a irse, en medio de una crisis de ansiedad tan aterradora que Aurora se echó a llorar a la par con él, le tomó la mano mientras él le rogaba que le hablara, que no lo dejara ir, que ya lo sentía venir, que otra vez no, que ahora no, que vinieran sus hijos, sus hijos, sus…

Al despertar, Aurora estaba ahí, y también Rosario. Y sus hijos.


—¿Volviste?—dijo Alejandro.

—Completo. —contestó Álvaro. —Lo recuerdo todo, lo sé todo. Sé quién es… Estaba atrapado con él, por primera vez viví desde ahí. No me siente, no sabe que existo, no sabe quién soy. Ha estado latente en mi médula desde mi gestación, es mi gemelo. Ahora lo sé, sé quién es la que no fue. Iba a ser mía, no suya, yo la soñé sin conocerla, y la amé. Ella me buscó, él la rechazó, le rompió el corazón y se alejó.

Álvaro cierra sus ojos.


—¿Lo ves? —preguntó Antonio.

—Sí. — dice Álvaro.

—¿Te ve? —dice Alejandro.

—No. Muere ahora…

Álvaro abre los ojos y murmura.


— Gracias.

— Pobre…—susurra Alejandro.

—No…


No sufre. Ya no sabe nada, no recuerda nada, se va sin saber que nunca nació.

FIN

 

Por: Por: Álvaro García Trujillo* (Copenhague, 1960)

Al mismo tiempo con los Beatles, de puro accidente Álvaro García nació en Copenhague, Dinamarca en 1960. Vive desde 2001 en Sesquilé, Cundinamarca. Papá de dos tipazos. Actor por instinto por 45 años, T.P.M. (1976-2012). Maestro en Arte Dramático de la UdeA (2019). Los personajes que ha interpretado en la tv hacen parte de la memoria audiovisual de Colombia. Escritor por reflejo desde hace 55 años con "dos libritos y otras tonterías”. Es percusionista/baterista empírico, por terapia, desde hace 53 años y lo acompañan 4 perros.

Foto: Rene Asmussen


Sigue a Álvaro en instagram como @Alvaro_García_T y en twitter: @AlvaroGarciaTr



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