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Escucha el poema completo en la Píldora Literaria


En el séptimo atardecer del martes

palpitaron las arterias de mi sueño

las mismas gotas de tu sangre y entre silencios

nuevos y nunca repetidos, escalamos la cima de la noche

para consultar la cábala.


Un tris, te dije, solo un tris de tu abandono

y escucharemos en cada casa del Zodiaco

el cuchicheo de los Géminis

y veremos en cada rastro de la hermana babosa

la escama niquelada de los Piscis.


En menguante grité contigo entre

los acantilados de Acuario,

pero su casa estaba llena de astrología displicente

y tuvimos que huir. Y huimos.

Ni tú ni yo sabíamos diagnosticar

afectaciones eclipsales.


Esperamos al arquero en Sagitario,

Cuando esquirlas de vocales formaban mil palabras,

cuando la fragua del verano más reciente charlaba

con Marte de la paz y parcelaba su campo

ante los ojos de Minerva.


Encontramos los remos retoñados porque era tu vocación

la misma del silencio, la misma brisa destilada

por los arbustos de ají, la misma sed entre los colmillos

de Escorpión que sabía recitar los nombres de los vientos.


Presencia de mis palabras murmurando tu nombre,

cincelando tu cuerpo entre fuegos de aprendiz.


Presencia de una Libra comerciante augurando

la alianza con tu alma imaginaria.


Entre la lluvia vieja,

hacia la lluvia nueva, los Tauros de ombligos

enredados inflaban sus bronquios

periféricos, mientras la solterona Casa de Virgo

chapuceaba largas tiras de palabras amarillas.

Sólo en el sesquiplano de tus tamarindos

ojos enmarcados, encontré la calma.


Tú eras el despellejo de la luz

entre la concha de las ostras; creciente quizás

plenilunio cuando formabas con el eco de una campana, la

eternidad; tú eras el olivo de América

en la fosforescencia de Cáncer;

la misma existencia antes que la vida;

el mismo tiempo sin lapso, la misma sombra de tres

dimensiones

que permitía avanzar entre la torre tullida de los

inmortales.


Ahora y en la hora de tu ausencia, crujo

con el cuero de mis zapatos embetunados,

para que Aries, el de las chanzas pesadas, atraiga

hacia ti los alacranes miopes de Capricornio

que idolatran

al Dios humanizado de pesadillas tristes.


Ahora te canto, bruma sideral, ahora te peino,

raíz en la ventana, porque nosotros, los hechizados del alba

y del canto de los gallos, jamás de los jamases volveremos

al vientre del eco, al rugido de Leo,

al mismo corazón del abandono.


 

Poema de Álvaro Miranda que hace parte de su Antología Poética titulada Simulación de un Reino.

Este poema hace parte del homenaje del mes de abril que compartimos en redes sociales con el numeral #PoetaMiranda.

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