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Mares Beira (Bogotá, 1981)


Bio:

Contadora de historias por naturaleza. Periodista de profesión, lleva la literatura en su ADN, a tal punto que necesita expresarse a través de la escritura para vivir. Sus relatos se caracterizan por usar recursos retóricos de una manera poética, sensible, delicada y justa. Mares tiene el don de sazonar la realidad con pizcas de magia. Por eso, cualquier parecido con la realidad que el lector encuentre en sus cuentos, no es pura coincidencia. Actualmente vive en la Ciudad de México.


"Parte de aire" es el primer relato de esta autora que se destaca por un manejo poético del tiempo, donde cada una de sus figuras retóricas componen bellamente el ámbito de lo narrado. Mares Beira logra crear un vértigo seductor que atrapa, hasta el final, de manera sorprendente.


 

Parte del aire


Justo después de haber graduado de manera casi perfecta la temperatura del agua que pronto saldría disparada por el grifo, Ernesto pone a llenar la bañera con el líquido, tan tibio como el amniótico. Ha llegado la noche antes de Navidad y él lo piensa una vez.


Ernesto se viste para la ocasión, camisa de lino blanca perfectamente almidonada y pantalones blancos de algodón, justo a la altura del tobillo. En su muñeca izquierda, envuelto como una serpiente, va su reloj de plata que marca las once y seis. Esta noche, Ernesto anda descalzo por el departamento. Va libre, ya quiere ser parte del aire. En cada paso quiere sentir ese instante preciso en el que sus delicadas y suaves plantas hacen polo a tierra con el hipotérmico suelo de concreto.


Frente al espejo ovalado veneciano, Ernesto se observa y se afeita de manera clásica, con navaja, brocha de pelo de tejón y espuma. Se toma su tiempo. Piensa en la repulsión que le causa imaginar cómo se dilatan los poros de su rostro al entrar en contacto con el calor húmedo de la toalla. Quizás sufre de tripofobia. Entonces, prefiere relamerse al escuchar el sonido cremoso de la espuma ‘a punto de nieve’, que decide esparcir suavemente por los ángulos de su barbilla.


El reloj de plata marca las once y diez y ocho. Ernesto pasea el filo de la navaja por los pliegues que enmarcan su yugular, ese cable que ata su vida al planeta.


Ernesto se dirige a la cocina, alista un tazón de fresas grandes y jugosas y lo pone justo al lado de la tina. Calcula que cuando ingrese a la bañera y deje caer su cuerpo, podrá descolgar su mano y rozar con las puntas de sus dedos la piel chinita de cada uno de esos corazoncitos frutales. Quizás los estrangule uno a uno, con toda la fuerza del dolor, hasta que salga un delicado hilo de jugo rojo rubí brillante, que correrá por entre sus dedos, como los afluentes de un

río, y terminará por fusionarse con el Mar Rojo sobre el porcelanato blanco y negro.

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Ahora, Ernesto se dirige a la sala. Cae en cuenta que 10.000 discos se quedarán en el placard, esperando a que los escuche una vez más. Pero hay prisa y el reloj de plata ahora marca las once y treinta y seis. Es hora de marcharse, pero él lo piensa por segunda vez.

La foto de su estrella favorita, esa que tanto deseó en su soledad, el amor más grande que conoció, observa a Ernesto desde lo alto del mueble, enmarcada en un portarretratos de plata. Y es que él no puede quitarle los ojos de encima, hoy cumplirá su promesa. Juntos, viajarán a la vía Láctea, haciendo escala en un anillo de Júpiter o en una luna de Saturno. Al final del camino, se sentarán en el borde de un agujero negro y se servirán un mate, mientras reconocen sus corazones y se actualizan después de tantos años perdidos. Son las once y cuarenta y seis.



Entre el anhelo, la melancolía y la realidad, Ernesto se entretiene viendo la luz que su reloj de plata refleja en la punta de la espada de samurái que cuelga en la pared. Aquella arma representa la amenaza que Ernesto heredó de sus parientes, tiene el poder y la fuerza para recortar cables elásticos compuestos por fibras y membranas.


Ernesto ¡el reloj marca las doce y seis y comienza la música de los grillos! Es hora de que te su


merjas con camisa y pantalón, y desenfundes tu arma, perdón, tu alma; ahora, déjate mecer por el líquido amniótico de tu bañera, como si fuera la panza de una madre que contiene a su bebé. Es tan solo un baño Ernesto querido, ¡libérate de una vez por todas! Ya pronto serás parte del aire, al igual que yo.

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