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Por: Mena Navarro (Bogotá, 1979)

 

Mariana Josefa de Jesús, como los condenados, se había resignado a su suerte, su nacimiento en 1734, puso en riesgo la vida de su madre y para agradecerle su salvación, fue “consagrada” a Santa Clara y su orden de clausura. Eso, sumado a su rebeldía, que, para la época, era escandalosa, la hacían una persona muy particular. A sus 16 años había desaparecido de su casa tantas veces, que don Álvaro de la Milla y su esposa, doña Clara de Jesús, parientes del Marqués de Saltillo, aceleraron la decisión de entregar a Mariana como esposa de Cristo.


Mariana, creció con los mimos de la nana Manolita, una cariñosa mujer que vivía en la casa de los señores junto con su nieto, Domingo, huérfano desde los 5 años. El juguetón Domingo, 4 años mayor que Mariana, aficionado a los toros, con sueños de torero , compañero de juegos de los hijos de don Álvaro, cómplice de Mariana, y, aunque muchos chismosos, dijeron que su amante, no lo fue.


Domingo y Mariana Josefa compartían un amor y una pasión, pero no era mutua ni carnal. La joven, rebelde y apasionada, desde niña había entendido que su único esposo, por decisión de sus padres, sería Cristo y que para Él quería guardarse, pese a no estar plenamente convencida, aunque sentía que ese era su deber. Dicho compromiso no le impedía soñar. Domingo se colaba en la plaza mayor para ver a las figuras de la época y con 14 años de edad, le contaba a Mariana, de 10, lo que veía en eso que para él más que un espectáculo, era como una especie de ritual. Mariana, a su vez, soñaba, en medio de su silencio y resignación, con ser torera. Un año después, disfrazada con la ropa de Domingo, se escapó por primera vez de su casa, ayudada de su cómplice. Domingo la llevó a la plaza mayor para ver su primera corrida. Gracias a las excusas que inventó la nana Manolita, nadie la descubrió, pero Domingo no contó con la misma suerte porque recibió una reprimenda de esas que nadie olvida ni con el paso de los años. No obstante, ni esto, ni, años después, ver que su ausencia fue de descubierta el alguna ocasión por doña Clara y haber recibido una paliza, la detuvo. Quería pararse frente a un toro y ni su fragilidad femenina, ni las amenazas de sus padres la iban a detener. Era, si es lícito llamarlo así, la última voluntad de una condenada. Durante 5 años, logró burlar las ordenes de sus padres, vestida de niño, acompañada de Domingo, 5 años, había logrado colarse en la plaza mayor, sin ser descubierta, 5 años había logrado entrar a hurtadillas, a fincas ganaderas cercanas, con Domingo y otros maletillas, niños llenos de sueños, para intentar darle pases a alguna vaquilla. Ningún “chaval” midió el peligro de esa aventura, soñaban con ser como los Costillares o como Lorencillo. Mariana Josefa, sin duda, tenía talento, pero cuando algún cazador de figuras la descubría, ella desaparecía, para que nadie desvelara su secreto. El último año, antes del día en que Mariana entró definitivamente al convento, Domingo fue apadrinado por don Joaquín Romero, ganadero influyente, que le había dado la oportunidad de torear en algunos pueblos y ciudades de la España de la época. Un mes atrás, estando en la plaza mayor de la ciudad, la obstinada Mariana pasó todos los límites para ir a verlo, lo que desató la ira de su padre, que habló con la madre Bernarda de la Santa Faz para que recibiera en su claustro a su hija rebelde.


-Sólo una cosa pido, padre, antes de eso quisiera hacer lo que, según supe en la plaza, hizo una dama en Sevilla: quiero despedirme de la vida cotidiana toreando un becerro.


-Mariana Josefa de Jesús, estás loca, no lo permitiré.


-Padre, después de esto, seré la más fiel servidora de nuestro padre Jesús.


Con mil peros y gobernado por la incertidumbre, Mariana logro convencer a don Álvaro para hablar con don Joaquín, el padrino de Domingo, descubriéndose, el secreto del niño misterioso con aires de torero, don Joaquín, que conocía el talento de Mariana, tranquilizó a don Alvaro, y lo convenció para despedirla toreando un becerro, el padre cedió. Prepararon una gran fiesta para Mariana y por supuesto, un becerro, muy pequeño, pero ella no quería eso, y junto con Domingo, planearon cambiar el ejemplar por un toro cuatreño, de esos que solo las figuras se atreven a torear, por su peso y tamaño. Mariana tomó dinero de don Álvaro, para comprar a los mayorales, que cuidaban con mimo el ganado, cuyo convencimiento fue logrado a base de mentiras. Todo quedó listo para el gran día, Mariana se iría al convento como torera, o como extorera para ser más precisos.

Finalizaba el verano de 1750, la Gran Hacienda de don Joaquín Romero se alistaba para despedir de la vida seglar a Mariana: había comida, todo tipo de bebidas, familia, decoración especial y muchos amigos. Ella, como los condenados, cumpliría su último deseo antes de semejante cambio de vida. Como solía hacerlo, se escapó con Domingo, para inspeccionar que su plan marchara conforme a lo pensado, las malas lenguas habrían podido decir que se habían escondido para consumar su amor, pero el único amor que unió a esta pareja fue el del toro.


Se alistó el ruedo y Mariana salió sin miedo, muchos de los jóvenes, lograron ver por fin, la belleza de aquella futura monja, pero ella no estaba destinada para el mundo, ni para la vida en el convento. Se abrió la puerta de los sustos y al ver el tamaño del toro, doña Clara sufrió un desmayo, don Joaquín intentó parar la faena, pero nada detuvo al destino, Mariana toreó como cualquier hombre y llegado el momento entró a matar. Enajenada, lo único que sintió en ese instante fue un calor en el vientre. Domingo saltó al ruedo, el toro cayó, pero Mariana yacía en el suelo del ruedo y sus ropas, manchadas de sangre, convalidaban el inesperado desenlace de los más íntimos deseos de Mariana: una gran sonrisa en el rostro acompañó a esas últimas palabras que el mundo pudo escuchar de ella:


–Lo logré, Domingo, lo logré, ahora te toca a ti- Y la vida se le fue entre la sangre que perdía. Esa misma tarde. Ante la sorpresa de todos, murieron toro y torera.


De esta historia nadie habla, ni Cossio en su enciclopedia. Ni Muriel Feiner en sus libros sobre mujeres toreras, escribieron sobre ella. Nadie supo de Mariana Josefa de Jesús de la Milla, ni los de la Milla, pues prefirieron olvidar aquel día. Nadie la recordó en el ruedo, solamente Domingo, que, hasta el último día de su vida, llevó colgada una cinta negra en su camisa como recuerdo eterno de su amiga.

 

Bio: Administradora, aunque no le gustan las matemáticas, trabaja entre números y tablas de excel. Taurina desde 2013, dibuja para desconectarse. Se caracteriza por un humor mordaz y contestatario capaz de irritar a un contradictor si ante ella acude con cualquier argumento sin criterio ni respeto. Su relato "El último deseo" reflexiona sobre las vocaciones y el ímpetu vital que las mueve.

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